FERIA DE VALDEMORILLO
JOAQUÍN VIDAL - Valdemorillo - 08/02/1999
Sorpresa: los toros no se caían
Será
difícil de entender en estos tiempos que corren pero los toros que se
lidiaron en la última corrida de la Feria de Valdemorillo no se caían.
Por estas que no. Fue una gran sorpresa. Precisamente el día de la
función fuerte con el cartel señero del abono, van los toros y no se
caen.Valdemorillo volvía por sus fueros. Una feria valdemorillana con
toros cayéndose y un calor de primavera, tal cual venía transcurriendo,
ni es feria valdemorillana ni es nada. Para pasar calor y ver toros
inválidos no va uno a Valdemorillo.
Recitales / Camino, Conde, Gil
Toros
de Los Recitales, bien presentados, con trapío los tres últimos;
fuertes, en general manejables; varios pastueños, 5º
principalmente.Rafael Camino: estocada (silencio); pinchazo y estocada
(silencio). Javier Conde: bajonazo -aviso- y dobla el toro (escasa
petición, ovación y salida a los medios); estocada corta caída; se le
perdonó un aviso (oreja con protestas). Gil Belmonte: estocada corta
caída (algunas palmas); media estocada ladeada (silencio) Plaza de
Valdemorillo, 7 de febrero. 4ª y última corrida de feria. Cerca del
lleno.
Lo tradicional de Valdemorillo era congelarse mientras
saltaban a la arena toros de redaños. La afición conspicua tenía la
costumbre de someterse a esa prueba. Quien sobrevivía a la congelación,
ya estaba preparado para soportar la temporada entera sin que ocurriese
nada. Los fríos de Valdemorillo son una vacuna para la salud de la
afición. Los toros de Valdemorillo, la recompensa por el sacrificio
rendido y la comprobación de que el bous taurus en su primigenia esencia
existe. Aquello de "los toros con sol y moscas" es discutible y además,
tampoco da ningún gusto.
Aquello de que a los toros hay que ir a
divertirse es una falsedad. A los toros hay que ir dispuesto a sufrir;
provisto de lupa para comprobar la casta y la fortaleza de las reses, la
integridad de sus astas, el discurrir de la lidia, el mérito de los
lidiadores, la calidad de los lances, el respeto a los cánones, el
correcto estado de la cuestión. Y si algo de todo esto falta, el
aficionado conspìcuo lo exigirá con la vehemencia que sea del caso; y si
se cumple cabalmente, lo celebrará gozoso e incluso puede que entre en
trance y crea que se le ha aparecido la Virgen.
Ver en Valdemorillo
que un toro derribaba a un caballo provocó estas reacciones. Fue el
segundo de la tarde. Ver que un torero templaba los muletazos desde su
estoica verticalidad y bajando la mano, también. Fue Javier Conde.
Muchos casi se dieron por satisfechos. Y sin embargo aún tuvieron los
aficionados conspicuos otros motivos de satisfacción.
Que no se
cayeran los toros les llenaba de asombro y se preguntaban por qué no han
de ser igual de enterizos -o sea, normales- cuantos toros salen en
todas las plazas del país. Valdemorillo en sus salsas. En Valdemorillo
se han visto, años atrás, toros de edad provecta; toros con arboladura y
arrobas, luciendo en sus pezuñas unos espolones que semejaban a los de
los gallos de pelea.
No llegaba a tanto, ni mucho menos, la corrida
de Los Recitales mas de presencia iba suficientemente servida. Y de
fortaleza también pues resistía sin perder pata la prueba del caballo; y
aún doliéndose de las banderillas, se iba arriba en el segundo tercio; y
durante el de muerte embestía sin excesivos problemas.
Distinto es
que los toreros estuvieran por la labor. Algunos no estaban por la
labor. Rafael Camino intentó los derechazos con mucha insistencia. Lo
que no intentaba, en cambio, era instrumentarlos con la necesaria
quietud y mediano ajuste. Apenas tomaba el toro la franela, ya estaba
aligerando el pase, reduciendo el recorrido a su mínima expresión, y
-lógicamente- la noble embestida se perdía en el vacío.
Algo parecido
le ocurría a Gil Belmonte, con peor justificación pues éste es un joven
torero de reconocidas cualidades, menos veterano que sus colegas, sin
cartel aún, y se suponía que debió hacer mayor esfuerzo. A un toro de
tarda condición le ahogaba la embestida; al de encastada nobleza que
cerró la feria, lo muleteó sin temple y rectificando terrenos, quizá
porque las vivaces acometidas no le inspiraban confianza.
Javier
Conde estuvo en su estilo: muy desigual. Lo mismo ligaba los naturales
con impecable templanza que se ponía a torear descaradamente fuera cacho
con el pico de la muleta; lo mismo iniciaba la faena mediante una
teoría de ayudados pletóricos de majeza, que la emprendía a derechazos o
naturales ventajistas, desvaídos, hasta acabar aburriendo a la afición.
Le dieron por eso la oreja del quinto toro, pero nadie se lo creía; ni
él.
La Feria de Valdemorillo fue al fin fiel a la tradición y salvó
el honor: hubo toreros con voluntad de agradar, salieron toros e hizo un
frío siberiano, que no pudo con los aficionados. Lo cual prueba que
están en perfecto estado de revista.