Bonito amanecer en
A veces la bruma de la mañana, esa que siempre hemos imaginado como un obstáculo
molesto, que no deja ver ni avanzar, a veces esa bruma nos quiere descifrar
algo, insinuarlo, ser antesala de aquello que se presume a lo lejos
y que coge forma según vamos acercándonos.
Hicimos convoy en Arévalo, los que veníamos de Madrid con los que llegaban de Segovia. Hasta el mítico "El Cruce", próximo ya a La Fuente de San
Esteban, donde Paco Cañamero (gracias por todo, maestro) aguardaba para hacernos de avanzadilla en nuestra visita a Pedraza de Yeltes. La bruma empezaba por entonces a disiparse.
El camino hasta Castraz de Yeltes es una sucesión inacabable de hectáreas y fincas ganaderas que se imbrican unas con otras, como haciendo un
puzzle infinito de dehesas hasta arribar en la recoleta finca de Pedraza de Yeltes.
No es la pista de tierra que lleva hasta el cercado primero, donde pastan las vacas, ni siquiera las montaneras megalíticas de gravilla que hay que bordear hasta llegar hasta donde nos esperan. Ni siquiera la plaza de tientas, coqueta y menuda, inmejorable carta de presentación de lo que es toda la ganadería (desde las instalaciones hasta la propia filosofía de la casa), ni las ganas de ver sus toros –casi rematados a falta de meses para que se lidien- es que ni siquiera la suma de todo esto compite en impacto y marca con la persona de José Ignacio Sánchez, santo y seña de Pedraza de Yeltes.
Reza un viejo dicho que no hay una segunda oportunidad de crear una buena
primera impresión. José Ignacio tiene algo distinguido, casi de época. Es ese tipo de hombre
que uno se imagina cuando algún iluminado todavía se atreve a decir “mira, ahí va un
torero”. Hay una crónica que Joaquín Vidal le dedicó en 1994, "La mano de los billetes", el día que toreó desde el principio con la zocata;pocos pueden presumir de una muesca así en su revólver. Me fijé pues en eso, en sus manos. Recias y curtidas, firmes como columnas de Partenón,
las movía como maestro de escuela, sincronizadamente ligeras y a la vez instructivas. Y luego su rostro, atezado por el sol de invierno, su mirada hierática, como de
lobo de mar, velando más de lo que muestra, de vuelta ya de todo, anunciando
una coherencia casi heredada entre sus maneras y las de los toros que cría
(porque es él quien dice "arre" o "so"). Es José Ignacio de los que lleva botas de montar porque las usa, de los que monta a caballo, para correr él mismo sus novillos, no para hacer anuncios de fragancias. Como si llevase a fuego tatuado él también el
hierro de la ganadería. Pedraza de Yeltes no es más que una extensión del propio José Ignacio.
Y yo no dudo que haya más señores como él en esto del toro, puede incluso que haya una parte de José Ignacio que no transcienda, la de aquellos que se mantienen fuera de los focos, sabedores de que el protagonismo no siempre es estar en primera línea. Pero lo que nos enseñó no tiene embozo. Cuatro más como éste y algo se arreglaba en todo este quilombo del taurineo, seguro.
No recordamos, de cuando lo contó, qué queda de lo de Mª Antonia, o si la lesión en el omóplato se la produjo uno toro de El Charro o, como decía Paco Cañamero, fue uno de San Román.... Sólo recordamos que comentó que el día que no daba clases en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca iba a la ganadería. Que tienen tres corridas de toros para 2013 –Madrid, Azpeitia, Salamanca- y una novillada aún por concretar. Que todos sus ejemplares son resultado de una primera compra a Moisés Fraile en 2005 (dos camadas y dos sementales, luego otra camada en 2006 y otro semental), unido a una posterior compra de un semental a Justo Hernández, casi todos estos ejemplares son colorados, casi todos rematados. Buena planta, muy entipados en lo que viene siendo este encate: bajos de agujas, de fina piel y asomando un prominente morrillo. Ya sólo queda que puedan lucir la nobleza y bravura que ha caracterizado a las anteriores camadas de la casa.
También destacó José Ignacio el detalle romántico de que vuelvan a casa, medio siglo después, las vacas que Mª Antonia Fonseca trajo, las primeras en llegar a Salamanca de sangre Domecq, a esta misma finca, es como cerrar el círculo que una parte de la ganadería que se vendió al Raboso (la otra parte terminó en Los Guateles-Baltasar Ibán) , vuelvan a la finca de las que salieron en origen: Mª Antonia-Raboso-Moisés-Pedraza.
Como no podía ser de otro modo, José Ignacio concluyó la mañana campera como la comenzó, con mano izquierda de anfitrión, invitándonos al lustroso palco de la placita de tientas donde dimos buena cuenta de un almuerzo con productos de la Tierra, inmejorable broche al rato que compartimos juntos.
El próximo día 17 de Enero José Ignacio viene a Madrid, a la Asociación del Toro. Quien pueda que vaya, no se arrepentirá.
Para leer la crónica que le hizo Joaquín Vidal a José Ignacio, pincha aquí.