Chicuelo, siempre se mantuvo de manera discreta en su vida personal. Su hijo Rafael define su personalidad como la de “un hombre tímido, al que le gustaba el campo, los tentaderos, todo lo que tenía que ver con su profesión. Dejaba a un lado lo que son las relaciones públicas. Por eso se mantuvo en un segundo plano en este sentido. Nunca buscaba otra popularidad que la conseguida en el ruedo. Recuerdo que cuando fui a torear a México de matador de toros me acompañó mi padre, que tenía por entonces sesenta años. Al llegar el avión, en el que viajaban Gary Cooper y varios actores vimos un grupo de mariachis a la espera. Mi padre se quedó parado y me dijo: ‘Espera a que salgan estos señores’. Eramos los dos últimos que quedábamos ya en el avión. Mientras varios periodistas entrevistaban a los actores, nosotros bajamos del aparato. Entonces el conjunto mariachi se fue hacia mi padre y cantó en su honor. Mi padre, con una timidez tremenda, únicamente acertaba a decir: ‘¡Ozú, ozú, qué barbaridad, qué barbaridad!”.
Chicuelo fue admirado en Méjico en donde era asiduo cada temporada estoqueando alrededor de veinticinco corridas en plazas Mejicanas, llegando a torearen un año, hasta en once ocasiones en la Monumental de Méjico, el único torero que lo ha conseguido. Por ese motivo, no es de extrañar que fuera inmortalizado en bronce frente a la plaza de la Monumental.
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