El escritor José Martínez Ruiz, Azorín, con el conocido cuadro y paisaje de Castilla al fondo, obra de Zuloaga. EFE
JUANJO PAYÁ
A un lado el debate moral y político de la Fiesta de los toros que se mantiene en candente actualidad, resulta innegable que el mundo de la tauromaquia ha despertado e inspirado a miles de artistas, originando algunos de los mejores poemas, óleos, carteles, películas, óperas o esculturas de nuestra historia. Por tanto, sepultar la Fiesta supondría en cierto modo acabar con un importantísimo pedazo de la cultura universal.
El escritor alicantino José Martínez Ruiz, Azorín, siguió con especial atención los toros durante prácticamente toda su vida, no sin atravesar algún altibajo crítico por el que llegó a considerar las corridas una "brutalidad humana" (véase la obra Los Pueblos). Aparcada la anécdota, Azorín disfrutó de la Fiesta e incluso saltó a los ruedos, como describe en Albacete siempre: "Toros de Flores eran traídos a Monóvar por las antiguas veredas para ser lidiados en las fiestas. El encierro era público. Una vez cogí yo un capote y di unas verónicas".
Azorín sintió la llamada de la arena del mismo modo que sus compañeros de la Generación del 27, con Lorca o Alberti entre ellos, y evoca en algunos pasajes de CastillaValencia su interés por los toros. En 1935, Azorín descubre al famoso matador de toros Juan Belmonte, del que escribe: "Sin conocerlo me interesaba. Cuando me asomé a la plaza sentí una honda emoción. El circo estaba rebosante. La fiesta tiene sus contras; pero es bonita. Desde el primer momento puse la mirada en Belmonte. La vi arrimarse a la barrera, frente por frente del toril, y esperar la salida del toro. En el momento de salir el toro, Belmonte se pasó la palma de la mano fuertemente por los labios. Este gesto nervioso me pintó un carácter".
A diferencia del escritor de Monóvar, un buen y gran amigo suyo como Gabriel Miró, se horrorizaba del "espectáculo de sangre". Según el ensayo del profesor Fernando Claramunt en Anales Azorinianos de 1985: "Sigüenza, "alter ego" de Gabriel Miró, vuelve la cara durante la corrida, incapaz de resistir el espectáculo de sangre. Pero mirando hacia los huertos próximos ve matar pajarillos y comprende que la crueldad está en todas partes. Miró, amistad y estimación recíproca, es otra influencia desfavorable hacia la tauromaquia".
El poeta oriolano Miguel Hernández evoca a la tauromaquia en algunos de sus más conocidos versos: "como el toro he nacido para el luto". Sin embargo, el pastor de cabras trabajó en su paso por Madrid en la Biblia de la tauromaquia que impulsó el abogado José María de Cossío a propuesta de José Ortega y Gasset, otro apasionado por los ruedos. Sin embargo, aquel oficio acarreó más sinsabores que alegrías en el joven poeta, asfixiado entre un caos de nombres, fechas y datos del mundo de los ruedos que le obligaban a trabajar hasta altas horas de la noche. Miguel Hernández sentía que el tiempo que deseaba dedicarle a la poesía se le escapaba, volcado siempre en otras tareas.
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