PARTE III
LUCHA DE FIERAS
En los anfiteatros romanos presenciaban los espectadores otros tipos de combates en los que participaban toros, que luchaban no con hombres, sino contra otras fieras. Baste citar unos cuantos ejemplos. En uno de los mencionados mosaicos conservados en el Vaticano, un toro ataca a un oso, al igual que en un mosaico de Bosseaz; un bisonte a un león, en el mosaico de Castelporziano, siglo II, en una escena de anfiteatro en la que intervienen bestiarii, cuya finalidad era azuzar a los animales y fieras. Un toro acomete a un león en un mosaico de Tréveris, cuyo tema central, un gladiador, indica claramente que las escenas representadas pertenecen al anfiteatro; está fechado en época de los Severos. Un toro cornea a un león en el citado mosaico de Bad Kreuznach. En el mosaico descubierto en Westerhofen, datado en el primer tercio del siglo III, un toro se enfrenta a un oso. Una composición muy parecida se observa ya en una pintura pompeyana del podio del anfiteatro, un toro y un oso atados a la misma cuerda, escena gemela a la que decoraba la tumba de Scaurus en Pompeya, un corpulento toro estaba atado por la cintura mediante una larga cuerda a un felino, dos bestiarii con largas lanzas dirigían la lucha, y a la representada en el citado mosaico de Zliten, un toro con vitta al pecho cornea a un oso puesto de pie que deja caer sobre la testuz del cornúpeta sus manazas. Las dos fieras se encuentran atadas por una cadena. Un garamante avanza cautelosamente y con un bastón intenta enganchar la cadena.
Séneca (De Ira III. 43.3) explica la razón de esta combinación: se incitaba a la lucha a los animales atados, después uno de los bestiarii remataba al vencedor. En la cavea de Cirene se representó una escena en la que luchaban animales de distintas especies, gansos, pantera, macho cabrío y un león, que salta sobre los cuartos traseros de un toro. La arena está sembrada de lanzas, algunas clavadas sobre los animales. Importante es la escena del mosaico encontrado en Thysdrus, actual El Djem, a 250 m. del anfiteatro, fechado en la segunda mitad del siglo IV. Se admite que la escena está tomada del anfiteatro. En la lucha participan diecisiete fieras, que se reparten en siete grupos de dos, y tres aisladas. De arriba a abajo se encuentran: un cebú que acomete a un oso erguido sobre las patas traseras en actitud defensiva; un cebú solo, bien plantado, y un cebú que embiste a un jabalí, que huye volviendo la cabeza. En la segunda fila: un jabalí aislado, que huye; un cebú que acomete a un oso de pie, y un grupo gemelo del anterior, cebú que persigue al jabalí.
Debajo de estos grupos, a la derecha se encuentra un cebú solo en actitud de atacar y un jabalí corre detrás de un oso. Los dos grupos de fieras en la parte superior son un cebú acometiendo a un oso puesto de manos, y un jabalí persiguiendo a un cebú. En el lado de la derecha luchan de arriba a abajo, oso y cebú, jabalí y cebú, un oso ha hecho presa en los cuartos traseros del jabalí y es acometido por delante por un cebú; un jabalí brinca sobre los lomos de un cebú, que huye; jabalí que persigue a un cebú, y oso de frente, que ataca a un cebú. En el ángulo superior derecho se halla un toro plantado con la cabeza bien levantada. Los cebús y los toros llevan vittae y su cuerpo está moteado de puntitos luminosos; la arena está sembrada de hojas de hiedra. En el centro de la composición está Dionisos con tyrso, una pantera rampante a sus pies y el khantaros, del que brota la vid; a la izquierda hay un lagarto. La presencia de Dionisos, como de las vittae y los puntos luminosos sobre los cebús y el toro, las hojas de hiedra, el lagarto y otros signos diversos, se explica por su carácter polifacético y es frecuente encontrarlos sobre los mosaicos con escenas de anfiteatro. Dionisos era un dios muy vinculado con el anfiteatro y el circo. En el mosaico de Radés, de final del siglo III, que se conoce bastante deteriorado, pues falta la mitad izquierda, el animal que más abunda es el oso. Ofrece la particularidad notable de ir los animales acompañados de sus respectivos nombres, que algunas veces indican procedencia de los animales.
En el ángulo superior está un oso puesto en pie, llamado ITVS, debajo un jabalí en actitud defensiva; en fa tercera fila de animales se encuentra un oso de nombre NILVS, con la cabeza vuelta y con la boca entreabierta enseñando los afilados dientes, delante marcha un animal del que falta la cabeza, cuello y una de las patas delanteras, probablemente un asno; una osa, que obedece al nombre de FEDRA, sube a un palo; mientras que un jabalí a sus espaldas la acomete; un oso sentado toca con su mano izquierda a un jabalí en el hocico; detrás camina una osa, cuyo nombre es ALECSANDRIA. Un toro, con la letra N y el número XVI sobre las costillas, espera la acometida del oso llamado SIMPLICIVS, que ya se encuentra de pie preparado para descargar su manaza sobre la cabeza del cornúpeta, pero que inesperadamente tiene que defenderse, y está por ello medio vuelto, de un jabalí que le acomete por la espalda. En la zona inferior del mosaico camina el ojo GLORIOSVS, mientras su compañero BRACIATVS se lanza al asalto de un avestruz, que se defiende con el pico, en el ángulo derecho corre un ciervo. Sólo los osos tienen nombres que aparecen frecuentemente en los mosaicos de gladiadores.Entre los mosaicos africanos cabe recordar uno de Cartago datado entre 250 y 275.
De particular importancia es uno de Tebessa con gran cantidad de fieras del anfiteatro, de comienzos del siglo IV. En un mosaico de El Djem, fechado entre 200 y 250, se representa una original escena de anfiteatro donde interviene toros. Estos están tumbados y un letrero dice: Silencio, los toros duermen. En la parte superior, cinco hombres banquetean: muy probablemente, son toreros. En otro mosaico de El Djem se representan luchas de fieras en el anfiteatro: un toro con un oso y un toro con un leopardo. En el dístilo de Arcobindus, del siglo V, un león ataca a un toro.
CACERÍAS EN EL ANFITEATRO
Frecuentemente, las arenas del anfiteatro se convertían en un auténtico bosque plagado de animales de toda especie. En este aspecto es interesante recordar el espectáculo dado por Probo (SHA, Vita Probi, 19), quien gobernó el Imperio entre los años 276-282, para festejar su triunfo sobre los germanos y blemmios, que Flavio Vopisco describe en los siguientes términos:
Celebró una magnifica cacería en el circo, y las piezas cobradas en ella dejó que sirvieran de despojos para el pueblo.
El espectáculo se dispuso como sigue: grandes árboles, arrancados con sus raíces por los soldados, se colocaban sobre una plataforma de madera de gran extensión, que se había recubierto de tierra. De esta manera, todo el circo, plantado de modo semejante a un bosque, pareció florecer con la frescura de las hojas verdes. En seguida soltaron por todos los caminos mil avestruces, mil ciervos, mil jabalíes, mil gamos, mil gamuzas, mil cabritillos salvajes y otros animales herbívoros en tanta cantidad cuanto les fue dado alimentar y encontrar. Hecho esto, dejaron penetrar en el bosque a la plebe y cada uno se apoderó de lo que quiso. Otro día, Probo hizo soltar de una vez en el anfiteatro a cien leones de largas crines. El fragor de sus rugidos parecía el tronar de la tormenta. Se les dio muerte por la espalda a todos estos leones y, mientras morían, no dieron el buen espectáculo que se esperaba de ellos, ya que no tenían ese ímpetu que tienen cuando salen de sus jaulas. A muchos de ellos, que no querían avanzar, se les mató con flechas. Salieron también cien leopardos de Libia, cien leopardos sirios, cien leonas juntamente con cien osos. Parece ser que el espectáculo de todas aquellas fieras fue más imponente que agradable. Luego aparecieron trescientas parejas de gladiadores, muchos de ellos blemmios, que habían sido exhibidos en el desfile triunfal y otros muchos germanos y sármatas. No faltaron tampoco entre los gladiadores algunos bandidos de Isauria.
El número de fieras que participaban algunas veces en la arena era muy elevado.
Gordiano I dio un espectáculo en el que intervinieron 200 ciervos mezclados con otros de Bretaña; 30 caballos salvajes, 100 corderos salvajes, 10 alces, 100 toros de Chipre, 300 avestruces de Mauritania, 30 onagros, 150 jabalíes, 200 gamuzas y 200 gamos, animales que se dieron, después del espectáculo, al pueblo. Algunas veces los animales se pintaban de bermellón. El mismo Gordiano un día soltó en el anfiteatro 100 fieras de Libia y otros mil osos (SHA. Vita Gord. 3), Pompeyo en su segundo consulado ofreció 800 leones que fueron muertos en cinco días, y Trajano, para festejar la conquista de Dacia en el año 107, hizo luchar a 10.000 fieras y 11.000 gladiadores (Dión Cass. 8,15). Probo (SHA. VitaProbi 19) dio un espectáculo que consistía en la caza simultánea (una misione) de 100 leones, a la que siguió la de 100 leopardos de África, 100 de Siria y 100 osos.
Luchas de fieras entre sí al aire libre o cacerías han sido frecuentemente representadas tanto en mosaicos y pinturas como en relieves, etc.; estas composiciones están inspiradas en las silvae de los anfiteatros y ello explica el realismo y vivacidad de estas escenas:
baste recordar, entre muchas pinturas y mosaicos que cabría citar, los dos mosaicos en opus sectile de la Basílica de Iunus Bassus en Roma, del siglo IV, donde tigres muerden en el cuello a las vacas. Algunas fuentes literarias aluden a la participación de los toros en los juegos del anfiteatro, además de las mencionadas anteriormente. Así, en la época de Nerón, el cebú intervino en ellos, como lo atestigua Calpurnio (Eglog. 7.60-1). Cien cebús (toros de Chipre) figuran entre los 1.300 animales que participaron en los juegos, que el futuro emperador Gordiano (238) dio en Roma, cuando era edil e hizo reproducir escenas de venationes sobre los muros de la antigua mansión de Pompeyo, propiedad suya en aquel entonces (SHA. Vita Gord. 3.) Este texto es importante, pues indica claramente que las escenas de venationes, tan frecuentemente representadas en el Imperio romano, están inspiradas en los juegos circenses. Galieno (253-268) hizo soltar en la arena del anfiteatro un cebú enorme al que el bestiarius no pudo matar; de la expresión del texto se deduce que existían personas encargadas de llevarle el toro:
Una vez hizo salir a la arena del circo un enorme toro, al cual un cazador había de dar muerte. Pero lo intentó diez veces sin conseguir acabar con el animal.
En la época de Varrón, siglo I a. C., eran ya frecuentes los espectáculos con toros en los anfiteatros romanos, según lo atestigua el propio Varrón (re r., 3,53). César mandó representar por vez primera en el anfiteatro de Roma la tauromaquia tesalia (Plin. 8, 182). Los espectadores y venatores de los anfiteatros romanos conocían una serie de mitos y leyendas griegas y romanas que podían excitar al hombre a luchar con el toro, mitos y leyendas representados muy frecuentemente por todos los lugares y sobre objeto del más variado tipo, tales como la lucha de Hércules con el toro de Creta, (héroe tan vinculado a la Península Ibérica, la lucha de Hércules y Ancheloos, la lucha de Teseo y el Minotauro, representado en mosaicos de Córdoba, Pamplona y Torre de Palma, en Portugal, este último; la leyenda de Dares y Entello, recogida por Virgilio (En. V, 382), representada en mosaicos de Villelaure y de Alix; la lucha de Teseo con el toro de Maratón, que motivó igualmente bellas escenas, como la que se ve sobre una copa del pintor de Bonn y la de Dirce arrojada a un toro, representada en los mosaicos de Écija en Sevilla y Sagunto en Valencia. En el primero la dama está atada a un toro furioso.
CACERÍAS DE TOROS BRAVOS
Los anfiteatros necesitaban un número elevadísimo de fieras, cazarlas y transportarlas. En Ostia, en el mosaico de la Terme del sette sapienti, de época adrianea, están representados gran número de fieras y varios toros y venatores armados con lanzas; entre las figuras hay motivos vegetales. Aunque esta composición seguramente se inspira en las venationes de los anfiteatros, éstos necesitaban cacerías gigantescas para abastecerse debieras. En el relieve del Palazzo dei Conservatori que representa el sacrificio de Marco Aurelio delante del templo capitolino, sobre el alero del tejado hay representada una venatio en la que tres hombres clavan sus lanzas en tres figuras, un toro y dos leones. Una escena de cacería en la que intervienen toros es el tema central, repetido dos veces, del sarcófago de Adalia. Los dos lados mayores tienen la misma composición. En el centro un jinete auxiliado por su perro alancea a una pantera; a la derecha una pareja de venatores de pie luchan armados de lanza corta contra un jabalí y un león; a uno de los cazadores acompaña un perro, que ataca al felino por la espalda. En el lado de la derecha un venator, rodilla en tierra, clava la lanza en el pecho de un toro enfurecido. En el plano perior un compañero, ayudado por un perro, se enfrenta con una fiera. Cuatro victorias iguales ocupan los ángulos del sarcófago. Los relieves de los laterales repiten el tema de la mitad derecha. Estos sarcófagos son muy numerosos en la costa de Asia Menor. Una réplica de este sarcófago es el publicado por Rodenwalt, fechados todos a final del siglo II, que procede de un taller que trabajaba en Xanthos o en Adalia; todos estos sarcófagos repiten el tema de la caza con carácter funerario, de gran tradición en el Mediterráneo. Una escena semejante ofrece el friso inferior del sarcófago con las hazañas de Hércules de la Villa Umberto I, fechado a finales del siglo II, en Roma. Los cazadores, rodilla en tierra, intentan detener a sus respectivas fieras, clavándoles la lanza en el pecho. Las fieras son un toro, un jabalí, un león y un ciervo; al cazador que alancea el jabalí le auxilia un perro. Se fecha hacia el año 260 el sarcófago conservado en la Ny Carlsberg Glyptothek de Copenhague con escenas de cacería. Entre los animales abatidos está el toro. La presencia de estas escenas en sarcófago parece indicar que se trata del tema de la caza con sentido funerario, pero la venatio en el anfiteatro era igual. Uno de los mosaicos de la Villa Erculia de Piazza Armerina, datado entre los años 310-330, representa precisamente el embarque de animales salvajes con vistas al anfiteatro, un tigre, un antílope, un bisonte, etc. Una escena de venatio en la que participan héroes y fieras de todo tipo, entre ellas el cebú, perseguido por un oso, es el tema del mosaico de Megalopsychia, en Antioquía, datado a mediados del siglo V. La caza del toro tiene una larga tradición en el Mediterráneo y Próximo Oriente. Baste recordar un plato de oro procedente de Ugarit, siglo XIV a.C., en el que los cazadores, armados con arco y ayudados por perros, persiguen sobre un carro tirado por una pareja de caballos a tres toros; el relieve del palacio del rey Assurnasirpal II (883-859 a.C.), en Nimrud, con una escena muy parecida; los vasos de oro procedentes de la tumba de tholos de Vaphio, en Laconia, fechados hacia el año 1500 a. C., en ellos los toros se cazan con redes; el marfil de Chipre con cacería de toros en carro; un sarcófago de Chipre, datado alrededor del año 500 a.C., en el que los cazadores para abatir al toro usan largas lanzas y se protegen con escudos; la estela helenística de Saloniki, en la que un toro acomete a un jinete. Las fuentes literarias aluden a cacerías mitológicas o reales de toros. En el himno a Artemis de Callímaco, la diosa llega al Olimpo de retorno de la caza con toros y jabalíes; Platón (Crit 119d) habla de la cacería de toros en el mito de la Atlántida, localizada en la Península según algunos autores. Tirídates es invitado por su huésped a lanzar jabalinas a los toros (Plinio NH 8.79); toros cazaban los etíopes. Dice así el naturalista latino que fue procurador en España, de la Provincia Tarraconense, en época flavia:
Los animales más feroces que cría Etiopía son los toros salvajes. Son mayores que nuestros toros, de una rapidez sin igual, de color fulón, de ojos azules, peludos y de cuernos rapidísimos. Su cuero, que tiene la dureza de la piedra, es invulnerable. Dan caza a todas las fieras. A ellos sólo se les caza con fosas y entonces se mueren de rabia.
También cazaban los germanos, según César (BG 5.28), uros: Una tercera especie es la de los uros. Su tamaño es algo menor que el de los elefantes. Tienen el aspecto, el cuerpo y la forma de toros. Son muy vigorosos y ágiles. No se asustan ni del hombre ni del animal. Se les captura y mata con fosas. La caza es muy fatigosa y los jóvenes se ejercitan en esta caza. Los que matan muchos animales, para probar su hazaña, exhiben los cuernos cortados y son muy alabados por ello. No se les puede domesticar los uros, a no ser que sean pequeños. El tamaño de los cuernos, su forma y aspecto es muy diferente del de nuestros bueyes. Son muy buscados los cuernos. Se anillan con aros de plata y se les utiliza como copas en los grandes festines.
Los peonios cazaban bisontes, cuyas cacerías ha descrito Pausanias (10, 13.2); para capturarlos utilizaban los tracios, que iban a caballo, jabalinas, empalizadas y fosas y se servían de perros para este cometido. Pausanias, que publicó al final de la época de los Antoninos, hacia el 180, una guía de Grecia, escribe:
Una cabeza de bronce del bisonte, que se cría en Peonia, fue ofrendada por Dropión, hijo de León, rey de los peonios. Estos bisontes son los animales más difíciles de coger vivos, pues no hay redes que resistan su empuje. Se cazan de la siguiente manera: cuando los cazadores hallan un lugar inclinado por todas partes hasta formar una hoya, le rodean de una fuerte empalizada; después la parte que hace cuesta arriba y el rellano que hay en lo más alto la cubren con pieles de buey recién desollado, y si carecen de éstas, usan pieles hechas resbaladizas con aceite. Después, los más diestros jinetes acosan los bisontes hasta el dicho lugar y los bisontes resbalan en las primeras pieles y caen rodando por la pendiente hasta el fondo; al principio se les deja allí sin hacerles caso, pero a los cuatro o cinco días pierden la braveza por el hambre y la fatiga. Los que saben domarlos, les echan allí piñones ya sin cáscara, pues no pueden probar estos animales ningún otro alimento, y por fin los atan y se los llevan. Este es el modo en que tienen que cogerlos.
Eliano, en su Historia de los animales (17.465), alude a los toros egipcios:
Sin duda los toros egipcios llamados devoradores de carne son los más salvajes de los animales. Doblan en tamaño a los toros de Grecia y son muy veloces. Tiene pelambre rojiza, ojos glaucos más que los de los leones. En circunstancias normales mueven los cuernos como las orejas; pero en el combate los levantan y los mantienen levantados con energía, y de esta manera luchan. Y, sin duda, por un admirable instinto natural, no los abaten una vez que los han levantado a impulsos de la cólera. Son invulnerables a las lanzas y a toda clase de proyectil; y así el hierro no penetra en su piel, porque erizando sus cerdas despiden el arma, que cae sin lograr su objeto. Y ataca a las manadas de caballos y de otros animales. Siendo esto así, los pastores, deseosos de proteger a sus rebaños, cavan profundas zanjas, que disimulan, y de esta manera les tienden emboscadas. Cuando los toros caen, la misma rabia les ahoga. Los trogloditas consideran a este animal con justicia el mejor de todos: en efecto, posee el valor del león, la velocidad del caballo, la fuerza del toro y es más resistente que el hierro
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