PARTE IV (final)
TAUROMAQUIA
En la época helenística y romana, los juegos de tauromaquia estaban muy extendidos, principalmente entre los tesalios y las poblaciones de Asia Menor. Un paisaje de Heliodore (Aethiop. 10, 30) describe minuciosamente estos juegos, en los que intervenían jinetes:
Tras estas palabras, cuando se disponía a revelar toda la verdad, de nuevo vino a impedírselo un resonante clamoreo levantado por la muchedumbre. Teágenes, en efecto, acabada de dejar al caballo acrecentar su velocidad al máximo y, cuando había tomado una ligerísima delantera, y el pecho del caballo iba a la par de la cabeza del toro, lo abandonó para que siguiera, en libertad, y de un salto se lanzó sobre el cuello del toro.
Una vez allí, asienta con firmeza la cabeza en el espacio que separa las dos astas, abre los brazos en forma de corona y apresa la frente del toro con el nudo de sus dedos, mientras el resto de su cuerpo va en vilo, suspendido del hombro derecho del animal, sufriendo a breves intervalos las sacudidas de los furiosos brincos del toro. Cuando notó que el peso ya lo ahogaba y que los tendones se le relajaban por lo desmedido del esfuerzo, en el momento en que pasaba por la parte del circulo donde presidía H-aspes, se deja resbalar, adelanta su cuerpo y echa los pies sobre las patas delanteras del animal, trabándole sin cesar las pezuñas para impedirle proseguir su carrera. Zancadilleando en pleno impulso, abrumado por el peso y el esfuerzo vigoroso del joven, las rodillas del toro trastabillean y, girando súbitamente la cabeza, como una honda, cae de bruces, volteando con violencia los hombros y los lomos.
Un buen rato estuvo tendido de este modo, con los cuernos hincados en tierra, firmemente arraigados, como si tuvieran raíces, sin que la cabeza pudiera hacer el más leve movimiento, mientras agitaba inútilmente las patas, sacudiendo en vano el aire, enloquecido por la derrota. Teágenes se echó sobre él; sólo la mano izquierda estaba ocupada en tenerlo fijo contra el suelo; el brazo derecho lo levantaba al cielo y lo agitaba sin cesar, a la vez que dirigía alegres miradas de victoria hacia Hidaspes y el resto de la numerosa concurrencia, invitándoles con su sonrisa a compartir el contento que le embargaba.
Los mugidos del toro proclamaban, cual trompeta, su victoria, y a ellos respondía también el clamor popular, aunque no se distinguía con precisión ningún elogio particular. Todas las bocas, abiertas de par en par, expresaban la admiración con un rumor único y sin modulación que se elevaba hasta el cielo de manera prolongada y sostenida. Finalmente, a órdenes del rey, acudieron corriendo los servidores: unos levantaron y condujeron a Teágenes a presencia de Hidaspes; otros echaron a los cuernos del toro una cuerda con lazo y tiraron de él, con la cabeza gacha, hasta atarlo de nuevo a los altares, al igual que al caballo, una vez recuperado.
Muchos escritores de la antigüedad citan estos juegos; así, Suetonio (Claud. 21):
Hizo aparecer además en el circo los caballeros tesalios que persiguen a través del circo a toros salvajes, les saltan sobre el lomo, una vez los tienen agotados y los echan a tierra cogiéndolos por los cuernos. También Dión Caszio (LX 19) y Plinio (NH 80, 182): El dictador César fue el primero en Roma que dio el espectáculo de los tesalios, que a caballo mataban los toros, doblándoles la cerviz por los cuernos, y el epigrama de Philippos (Anth. Pal. 9, 543): El grupo de excelentes jinetes tesalios, castigador de toros, que luchó con las fieras con sus manos sin protección, monta potros fustigados, intentando agarrar la cornamenta, inclinándose hacia la tierra, desde lo alto del caballo, hizo rodar el cuerpo retorciéndolo y la fiereza enorme de la fiera.
Estos juegos se mencionan en las inscripciones (CIG, 3212). Las personas que los ejecutaban estaban equiparadas socialmente a los gladiadores (CIA III, 114. DIG, 2759, b). Un relieve hallado en Esmirna con la inscripción taurokathapsion emera representa magníficamente este juego en el que los jinetes saltaban de sus caballos sobre los toros y les retorcían los cuernos hasta ponerlos en tierra. Este juego aparece en una serie de monedas de Larissa y de otras villas tesalias, en las que un joven sujeta por los cuernos a un toro; según los textos citados, los jinetes tesalios eran muy diestros en este juego, que se celebraba principalmente en Larissa, ya que muchas inscripciones agonísticas de esta ciudad mencionan vencedores en la taurotheria (CIG IX. 2, núms. 528, 531, 532, 534), etc., al igual que otras procedentes de Ancyra (CIG, 4039), Aphrodisias (CIG, 2759 b) y Sinope (CIG, 4157).
En una inscripción de Caryanda se cita un presidente de los juegos taurafetes, encargado de proporcionar los animales y de distribuir una vez terminados los juegos las carnes entre el pueblo. Huellas de estos juegos hay también en Atenas (CIA III, 114). A algunos dioses se les honraba [-158159-] con luchas taurinas, como a Poseidón en Éfeso (Artem. Oneirocr. I, 8). En algunas ciudades, como en Ancyra, había combates o carreras de toros (CIG, 4039), que estaban consagradas a Neptuno. Es posible que estas fiestas de toros en sus orígenes tuvieran carácter religioso. Así, un agon tauromáquico figura en las fiestas en honor de Zeus Liberador en Larissa (CIG. IX, 2, n.° 529) y Pestoliazza admite que la taurokathapsia está ligada a prácticas religiosas, pero tal como se conocen en época histórica han quedado reducidos a un simple juego. Algunos autores españoles, como Pérez de Guzmán e Isidoro Gómez Quintana, han querido ver el verdadero antecedente de las corridas hispanas en la taurokathapsia tesalia. En Italia, donde se conocen una multitud de documentos del culto al toro, de modo que Altheim ha podido comenzar el estudio de la religión romana con un largo capítulo consagrado al culto al toro en Italia, los etruscos tenían juegos en los que el toro participaba, como lo indica el oinochoe de bucchero del Museo Arqueológico de Florencia, siglo VI a. C., con cabeza de novillo en la boca y sobre el vientre del vaso una procesión de jóvenes que sujetan a los toros por una pata delantera y por el cuerno izquierdo.
EN LA ESPAÑA ANTIGUA
La Península Ibérica, que era extraordinariamente rica en ganado bovino, según las fuentes literarias, ha proporcionado varios testimonios importantes de cacerías y juegos del toro, dos estelas halladas en Clunia y una pintura ibérica en Liria. Una estela de Clunia podría representar perfectamente una escena de anfiteatro romano, pues según los documentos aducidos, los bestiarii a veces luchaban contra los toros con puñal o espada, protegidos por un escudo. También podría representar una simple, escena de cacería, corno es frecuente en las estelas de Clunia, que es lo que creemos representa.
La composición sería una variante de la estela navarra hallada en el término de Villatuerta, cerca de Estella, en la que un hombre armado de puñal y espada, defendido por un escudo, se enfrenta a una fiera no fácilmente identificable, quizá un toro, detrás de él se halla el perro. La caza del ganado bovino con carácter funerario está documentada en otra estela de Clunia, donde el carácter fúnebre y escatológico de la escena de caza lo refuerza la presencia de la serpiente. En la desaparecida estela de Clunia, el hombre que se enfrenta al toro es un indígena, como se deduce del tipo de escudo circular que lleva, frecuentemente en estas estelas, representado y de la inscripción ibérica que aparece también en otra estela cluniense. La inscripción indicaría una cronología anterior a Tiberio, pues los investigadores de la materia, como Tovar, A. García y Bellido, etc., aceptan la tesis propuesta por P. Beltrán de que las inscripciones ibéricas más recientes son de época de Tiberio. Según me indica amablemente U. Espinosa, profesor de la Universidad de Madrid, algunas estelas de la zona de la Rioja y Soria, San Vicente de Munilla (dos), Vizmanos, Valloria, Vellosillo y Yangüas, tienen figuras de toros, lo que daría un carácter funerario al ganado bovino, como el que tienen las representaciones de toros y cerdos, llamados verracos, según G. López Monteagudo y A. Blanco; pero en las estelas se representan a veces vacas con los terneros y los verracos son siempre machos. Danzas en las que las bailarinas se enfundaban en los brazos cuernos de toro se representan por dos veces en la cerámica de Numancia, donde algunos toros están llenos de signos astrales, lo que les da un carácter religioso. En una pintura prehistórica de los Órganos (Jaén), los varones llevan muy probablemente máscaras de bóvidos, corno los sacerdotes del templo de Apolo en Curión, Creta. En Castulo (Jaén) ha aparecido un altar dentro de un templo fechado en los siglos VIII-VI a.C., que sigue modelos orientales, con terracota de toro, que debía encontrarse sobre el altar al igual que los altares con toros de uno de los cuencos de la Cueva de Zeus, en Creta, de arte fenicio.
Un texto de Diodoro (4.12.2) habla de la sacralidad de las vacas descendientes de las que Heracles robó en el sur de España a Gerión y que regaló a un reyezuelo indígena que le había ayudado. Todos estos datos son importantes para conocer las vinculaciones del toro con la religión en la Hispania antigua, además de las cabezas de Costy, Baleares, y de la gran cantidad de bronces con toros aparecidos allí también, pero no parece que directamente se relacionen con los orígenes de las corridas de toros españolas y portuguesas.
BIBLIOGRAFÍA
A. Álvarez de Miranda, Ritos y juegos del toro. Madrid, 1962, A. Blanco, «El toro ibérico», Homenaje al profesor Cayetano Mergelina. Murcia, 1962. Idem, «Museo de los verracos celtibéricos», Boletín de la Real Academia de Historia, núm. 181, 1984, págs. 1 y ss. J. M. Blázquez, «Venationes y juegos de toros en la Antigüedad», Zephyrus. núrn. 13, 1962. págs.
47 y ss. Idem, Diccionario de las religiones prerromanas de Hispania, Madrid, 1975, págs.
62 y ss. Idem, Primitivas religiones ibéricas. Religiones prerromanas, Madrid, 1983, págs.
152 y ss,, 197 y ss,, 247 y ss. L. Friedländer, La sociedad romana, Madrid, 1982, págs. 571 y ss.
G. López Monteagudo, La expansión de los verracos. Características de su cultura, Madrid, 1983. Idem, «Las esculturas zoomorfas célticas de la Península Ibérica y sus paralelos polacos», Archivo Español de Arqueología, núm. 55, 1982, págs. 3 y ss.
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