Hemingway llegó por primera vez a Pamplona en julio de 1923, acompañado de su mujer Hadley y un grupo de amigos. Estos serían para el joven Ernest los primeros sanfermines de una larga serie, e inspiradores de la novela Fiesta (The sun also rises), fuertemente autobiográfica y mucho más exitosa de lo que el joven autor podía esperar por entonces. Este relato de las circunstancias que rodearon las fiestas pamplonicas del 23, con sus encuentros amorosos y anécdotas de toros, alcohol y juerga, supuso uno de los mayores éxitos y la consagración de un escritor que años más tarde llegaría a recibir el premio Nobel.
El impacto que los sanfermines produjeron en Hemingway le llevó a tomar la determinación de volver a Pamplona cada año: así lo hizo entre 1923 y 1931, para retomar su costumbre en 1953. La última visita tuvo lugar en 1959, y algunas cartas a sus amigos nos confirman que pensaba volver en el 61. Pero la muerte cambió los planes: Hemingway se quitaba la vida en su casa de Ketchum. Era el 2 de julio y faltaban seis días para el chupinazo.
Pasión por los toros
En los sanfermines se inició también una de las que llegarían a ser las grandes pasiones de Hemingway: la fiesta de los toros. Este espectáculo de valor y riesgo tocó en lo más hondo de las emociones del escritor; Ernest, un hombre obsesionado con la muerte y que tenía en la caza una de sus mayores aficiones, veía en los toros la lucha suprema entre el hombre y el animal, entre la vida y la muerte.
Ya en su primera visita a Pamplona Hemingway quedó profundamente impresionado por los encierros y el toreo. En concreto, en aquel verano del 23 se maravillaría ante el arte de Nicanor Villalta, un torero que aquel año triunfó en el coso pamplonés y en cuyo honor el primer hijo de Hemingway recibiría el nombre de John Hadley Nicanor Hemingway.
En sus siguientes visitas, el escritor conocería y entablaría amistad con varios toreros. En la primera etapa de sus estancias en España serían Cayetano Ordoñez (“Niño de la Palma”) y Cagancho quienes ocupasen los primeros puestos de su particular escalafón. Sin embargo, fue en 1953, en su primer viaje a pamplona tras la guerra civil, cuando Hemingway iniciase la que sería su relación más intensa con un torero: Antonio Ordóñez, hijo de Cayetano.
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