sábado, 17 de marzo de 2012

Los toreros no hacen novillos

LA ESCUELA TAURINA, UN COLEGIO DE TOREROS

| Fotos: Álvaro Abellán
 

Para los alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Madrid el toreo no es unhobby. Son chicos, y chicas, que van a clase para formarse en el arte de Cúchares. No hay exámenes, pero todos pretenden sacar matrícula de honor en torería. Saben que para llegar lejos tienen que trabajar duro. Hacen gimnasia, entrenan el manejo de capote, muleta, banderillas y estoque, y acuden a clases sobre la historia del toreo. Tienen bien claro que la condición de matador no implica la de ser ignorante, y que, para ser figura, no hace falta morir en una capea. Su ilusión por los toros es la que tuvieron otros muchos. La diferencia es que antaño los maletillas se iban de casa. Los toreros de ahora van a clase.

"Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro. Pero al que llega, podrá el toro quitarle la vida, la gloria, jamás"
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Los toreros famosos vuelven a la Escuela a recordar viejos tiempos
Son las once de la mañana de un sábado cualquiera. Luce el sol. Un grupo de chavales en chándal hace ejercicios a las órdenes de un silbato en La Venta del Batán. En la Casa de Campo, un pequeño oasis en Madrid, se levantan una plaza portátil, unos corrales y un pabellón. La tranquilidad reina a pesar de la cercana algarabía del Parque de Atracciones.
En el pabellón, bautizado "Marcial Lalanda" - en honor a quien fuera torero de Madrid -, se entrena cuando llueve. Es una "clase" gigantesca en la que no falta algo muy característico: una pizarra. En ella no hay más problemas a resolver que un par de circunferencias y los radios que dividen los terrenos del ruedo. En otra de las paredes está colgada una cabeza de un toro. Bajo ella, la máxima que entienden quienes están metidos en esto: "Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro. Pero al que llega, podrá el toro quitarle la vida; la gloria jamás".
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Más que por los grandes toreros, hay que apostar por lo bajo
Aunque las asignaturas taurinas son complicadas, en la Escuela de Tauromaquia de Madrid se aprende jugando. Sergio Marín sólo lleva unos meses. Se le nota. Con la práctica se soltará en el manejo de los trastos. Se pone muy serio cuando habla. La mayoría de sus compañeros, y compañeras, están matriculados desde hace más tiempo, y quizás por ello, dejan vía libre a su desparpajo. Hay tres niveles de aprendizaje en los que cada profesor incluye a sus alumnos. Los de la clase "A" torean de salón; los de la "B", vaquillas, y los del grupo "C", más experimentados, pueden matar novillos. Pese a las categorías, con el paso del tiempo, incluso los que empezaron con el toreo de salón, acaban en las finales. La selectividad de estos peculiares estudiantes llega con el buen tiempo. A partir del mes de mayo se juega una liguilla de festejos en los que participan los alumnos más aventajados de cada profesor. Quienes tienen un buen expediente pasan unas buenas y toreras vacaciones estivales. En los últimos años han llegado a la prueba final de sus respectivas promociones diestros como Luis Miguel Encabo, Gómez Escorial, Uceda Leal, Miguel Abellán y un chaval que planta cara a las figuras: "El Juli".
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Más de 900 alumnos han pasado por la Venta del Batán
APOSTAR POR LO BAJO
Dejan de entrenar para averiguar quiénes son los reporteros que les visitan. Dejan los capotes, se acercan, y preguntan por todo como si se supieran la lección de carrerilla. Debe de ser que su pícara inocencia les empuja a hacer nuevos amigos. Y se confían como si no hubiera estaños entre ellos. Igual que en cualquier colegio, también hay piques, mas el motivo no es grave. Discuten sobre quién es el mejor torero.

A uno de ellos, que no ha parado de hablar desde que llegamos, le gusta Joselito. Que porqué, "porque es buena persona, y además me regaló un capote. Y bueno, José Tomás también está bien". La competencia se aviva: aquí, algún tergal de Rivera Ordóñez; y pegado a la grabadora, el defensor a ultranza de Enrique Ponce. Y, por supuesto, de un novillero con caballos que se llama Miguel Hernández, al que tanto nombran los alumnos, porque más que por las figuras, "hay que apostar por lo bajo". Nos lo recomiendan, "es mejor que El Juli". Si lo dicen ellos... Habrá que esperar en quienes confían los alumnos de Serranito, Bernardó, Tinin, Neila, Bote, Macareno, y Molinero, casi todos toreros de profesión.
Se habla mucho en El Batán de Julián López "El Juli". La Escuela le recuerda, porque siempre hay algún alumno aventajado que se queda en la memoria. Sus días de clase están bastante frescos. Posiblemente por eso, para recordar los viejos tiempos, vuelven los antiguos alumnos, hoy toreros famosos, a desenvolver el bulto y torear de salón entre los chavales.
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Cristina Sánchez no ha sido la única mujer
EN SERIO
Pese a las excepciones que pueda haber, estos chicos tienen bien amueblada la cabeza. "No venimos a pasar el tiempo", señala uno de los alumnos. Quizá, porque los toreros, al ver la muerte tan cercana en cada tarde, piensan con una claridad y profundidad casi de filósofos. No obstante, muchos de los alumnos ni siquiera han toreado una vaquilla.
Pero antes de la práctica está la teoría. No tienen libros, ni más lápiz que una muleta. Ni siquiera se aprenden las parrafadas de la prensa taurina. Es más, hablan con resentimiento de ciertos críticos. Una de las conclusiones que se saca de los murales didáctico-taurinos del pabellón es que, torero, no sólo se es con valentía. Para serlo se necesitan aptitudes - y actitudes - que junto con los conocimientos y, por supuesto, la suerte, pueden convertir a uno de ellos en una figura del toreo. "El otro día, el periodista Rafael Campos de España, les habló de Sócrates", señala don Manuel Martínez Molinero, el "maestro" de los fines de semana.

Como en la ESO o en el EGB hay clases mixtas. Llama la atención la presencia de dos aprendices un tanto especiales: Rosa Blázquez y la francesa Marie Michel. No son ni las únicas ni las primeras alumnas que han pasado por la escuela. De hecho, de aquí ha salido Cristina Sánchez. La rubia "torero" es la primera mujer que ha actuado como matador de toros en Las Ventas. Confirmó la alternativa en la feria de San Isidro de 1998.
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Sábados y domingos, clase también
CASI MIL
Pronto, los toreros tendrán que apuntarse a las listas del paro. Esto ocurriría si todos los que aspiran a serlo logran hacerse hueco en el escalafón. Desde hace más de veinte años, La Venta del Batán ha visto pasar a alrededor de 900 alumnos. En el curso actual hay unos 140 a los que se suma la treintena de la lista de espera. Pero, para fortuna del INEM y desgracia de la fiesta, pocos alumnos sobresalen, a pesar de que siempre hay un superdotado que centra toda la atención de los aficionados.
Pese a los empollones y a que todos quieren ser el número uno del toreo se tienen que conformar con el que les toca. Y no porque aspiren a poco. Jorge Garrido es un alumno que tendrá futuro si torea tanto y tan bien como habla y se expresa. Para el profesor los alumnos, más que un número, son una cifra, y así pasa lista. De este modo contabiliza la asistencia a clase sin preguntar por nadie. Pese al gesto burocrático de la lista de los presentes, pocos son los que hacen novillos. Al contrario, hay quienes se apuntan a las clases de los sábados y los domingos después de ir por El Batán durante la semana. La explicación es convincente: o toman las clases como un vicio o no quieren desaprovechar un instante.
Será mejor llevar la materia al día, porque si no, con los finales llegan las decepciones. Son toreros en pequeño que se han enamorado como hombres de una profesión complicada. A muchos de ellos les durará el primer amor. El resto, quizá, podrá contar a sus nietos lo que hicieron en mañanas como esta. Ha sido entretenida, pero el tiempo que se detiene en el muletazo verdadero no se para en el reloj. El sol, que continúa brillando en lo alto, anuncia que son las dos de la tarde. Lo avisa también el estómago. Sin ninguna prisa los chavales recogen y se van con la lección sabida. El profesor, que conversa con una visita, se despista en cada adiós. Algún chaval insiste "hasta mañana, maestro", y el aludido profesor responde. Porque sabe que mañana volverán. Aunque llueva.
LaSemana.es 

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