El cartel de Sevilla era ayer el de la felicidad, la tradicional corrida pop de sábado de feria. Pero, tras un primer toro muy soso que mató un Cordobés algo cabizbajo, irrumpió la lluvia y el vendaval en La Maestranza, convirtiéndose la tarde en algo más interesante y auténtico. Con el ruedo empapado y las líneas de picar tiñendo el albero de rojo, los tres toreros adquirieron un aire de cowboys, de personajes de Howard Hawks batiéndose con el toro y los elementos.
Padilla, intuitivo para todo lo que tiene que ver con el corazón y la épica, lo vio muy claro y cedió un par de banderillas a un colosal Fandi que retrocedió lo indecible carrera atrás con el toro, para colocar un grandioso par en los medios. El toro se vino abajo en el tercer tercio, pero la tarde subía en interés a medida que arreciaba el diluvio, que permitió a los toreros mostrar su personalidad más genuina.
Ya en pleno río rojo, Fandi devolvió el gesto a Padilla, para banderillear a la par. Pero lo bonito no fue que compartieran los palos, sino que compartieron el albero. El Fandi se dejó llevar por su infantil energía y se puso a jugar con el toro, colocándolo en los terrenos a pecho descubierto, haciendo el quite a golpe de zancada y cerrando el tercio con un sobresaliente par al violín. El toro, el mejor del encierro de Torrestrella, se sumó al juego acudiendo embarrado a los toques de un Fandi alegre de repertorio. La estocada fue de ley y el trofeo otorgado, generoso pero legítimo.
El Cordobés lidió su segundo bajo un vendaval que no le permitió estar cómodo ni un instante, y ahí estuvo la gracia de la faena. Había que aguantar una muleta progresivamente calada que el viento quería arrancar de las manos, había que evitar los tropiezos en el fango, y además había que salir indemne de las acometidas imprevisibles de un animal que perdía el rumbo de la embestida al resbalar sus pezuñas. Era necesario el juego y la lucha con el toro y el Cordobés hizo todo eso.
Lo mismo podemos decir del señor del western taurino, el heroico Juan José Padilla, que quiso comerse al quinto de la tarde toreando en puro Padilla, con sus largas cambiadas y sus eléctricas chicuelinas. El toro se desfondó para desesperación de este torero que no imagina la tarde sin el triunfo. Padilla cabalga.
El sexto del Fandi fue la confirmación de que el torero había entendido la tarde. De nuevo los recortes, las rodillas en el suelo, las banderillas puestas en plenitud de gracilidad… En definitiva, los juegos con el toro. Buscó el Fandi la emoción en el último tercio, pero el animal pronto se hundió en el pozo en que se había convertido La Maestranza. Aun así, tras otra fantástica estocada, hubo petición de oreja, bien denegada, y una merecida vuelta al ruedo bajo el diluvio.
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