Se acordó que nos despojaríamos de predisposiciones triunfalistas antes de
cruzar la frontera. Dispusimos una pequeña hoja de ruta que nos permitiese no
dejarnos llevar por lo que habíamos oído. Convinimos incluso en mesurar nuestro
discurso sobre las emociones que viviésemos a la hora de ser narradas.
Resolvimos también, lastre inútil que
atenazaba, olvidarnos de todo prejuicio
de aficionado contrario a ciertas costumbres, y jubilar nuestras tendencias que
nos inclinaban arbitrariamente hacia ciertos afectos y gustos. Prescindimos, en
el desfiladero fronterizo de Le Perthus, de aquellos lacónicos paralelismos que
nos hiciesen sentir exiliados de un país donde ya no somos reconocidos como
entre prójimos. Se admitió como única ventaja
vanidosa la de dar respuesta, sin saber de su existencia, a la pregunta
retórica de qué forma tiene nuestra
defensa de la Fiesta; quimera
ancestral , guante taurino que, como a duelo, fue lanzado en días
pasados, sin bajarse del caballo, por quienes no transigen con los que demandan
criterio, honestidad y respeto. Criterio, honestidad, respeto.
Llegamos como el que llega a su primer día de escuela, con
la intriga de lo desacostumbrado solapada con la firmeza de asumir una
nueva responsabilidad. Un afiche
kilométrico nos anunciaba que llegábamos a territorio bravo. Siempre una
silueta de toro: en cada cartel (no sólo de las corridas programadas), en cada
escenario musical, en el puente del Diablo, en las camisetas de las peñas, en
los mandiles de las cocineras, en los baberos de los niños. Siempre una traza de un toro. Nada supimos de dibujos de toreros a la verónica, ni de bocetos de
toreros muleteando, ni de retratos de toreros con su dirección de Facebook y twitter
debajo. Siempre una silueta de un toro. Y daba igual dónde
estuviésemos, cada gesto era orientado al bravo. Y razonablemente dudamos de si esas
manifestaciones artísticas se materializarían en animales con casta y trapío
auténtico. Pronto el estoque de la evidencia despenó nuestras confusas
incertidumbres.
Y empezamos a ver señeras. Y barretinas. Y franjas rojas
sobre fondo dorado en las calcetas de muchos mozos de las peñas locales. Y
piensas en prohibiciones, en Carod Rovira, en cómo se puede defender el toro en
un pueblo que también defiende ser catalán. No sabíamos que la respuesta vendría sola. Aunque en verdad
no hay respuesta a la paradoja de querer en collera independencia catalana y
toros bravos. Y no hay respuesta porque no hay pregunta. La Cataluña que nos han explicado es la que
soterra todo lo español, porque es la Cataluña de La Junquera para abajo. Pero
cuando estás en Céret entiendes que para
ellos Cataluña es un trozo de España y otro de Francia, que nos odian (o nos quieren)
por igual a ambos lados. Que ellos sólo quieren una tierra para incluir, que excluir no va con ellos. Y es entonces
cuando sí que sabes por qué sigue
habiendo bous al carrer en Cataluña (la de debajo de La Junquera) y
toros bravos en Céret.
Nunca hubo un mal gesto, una arrogante mirada, ni un solo
símbolo excluyente. Para ellos los toros son tan suyos como la bandera barrada.
Desde el momento que acampamos dirigimos nuestros pasos
hacia las arenes y los corrales, y ciertamente que se cumplió lo que habíamos
oído.
Y de lejos atisbamos el cerco enladrillado que acota la plaza
y sus corrales, todo empapelado de hierros ganaderos, de legendarias vacadas de las que algunas de ellas no hubo
defensor de la Fiesta que se acordase de ella ni torero que quisiese lidiarla.
Y los de la ADAC nos invitaron a visitar los chiqueros pegados
a su plaza, para a través de unos
cristales incrustados en las paredes de hormigón de los corrales,
estratégicamente colocados a la altura de nuestros ojos, admirar donde pacían utreros y toros a partes
iguales, listos para ser lidiados durante el fin de semana. Y nos explicaron
cómo se hace una Fiesta al margen de las amenazas de los antis, de las subidas
de impuestos y de taurinos que sólo ven parné donde sólo hay criterio,
honestidad y respeto. Criterio, honestidad, respeto.
Y te cuentan cómo empezaron hace 25 años, para recuperar la
abandonada plaza (propiedad privada, no pública, de un particular al que hay
que ir anualmente a pedirle venia para poder montar otra vez todo el lío) en la que no caben más de 4.000
aficionados. Cómo dos meses antes de su Feria hacen turnos para restaurar el
tendido, reponer los burladeros, pintar las tablas. Cómo el Ayuntamiento nunca
ha querido saber nada de ellos, salvo estos últimos años al regazo del nombre
de la ADAC el hôtel de ville monta y
desmonta corridas fuera de Feria, (nadie sabe si al final vendrá a lidiar este
año Prieto de la Cal), con el único predicamento de hacer caja a costa del
trabajo de fondo de una desinteresada y prolija afición.
Y llegaron los días de toros. El hierro ganadero que lidia
impreso en el medio del albero y en los burladeros. Y suena “Els Segadors”
antes del paseíllo (cobla con
dulzaina catalana y contrabajo incluido), solemnemente todos oyen con
operístico respeto la tonada, y nadie piensa en que estamos en un paisito
pequeño ahí arriba que no se mete con nadie, nadie piensa en un seny que no es tan diferente de la
morriña gallega o la nostalgia castellana como nos lo quieren ensartar. Allí
sólo hay gente remando hacia el mismo lado. El toro bravo, auténtica alianza de
civilizaciones. Y en la tablilla, junto a la ramadería (hierro) a lidiar esa tarde, se
puede leer el nombre del picador de turno. Y el presidente es un aficionado de
a pie. Y cuando hay un toro en el albero nadie dice esta boca es mía. Y se respetan esos tácitos turnos de opinión,
tanto para el veredicto de la faena como la del toro, justo antes del arrastre
de las mulillas .
Y se despidió a El
Fundi tan efusivamente como cuando vuelve El Almendro por Navidad.
Y salieron los Moreno Silva –que todavía no sabemos sin son puros Saltillos- con esas perchas, esos leños, esos lustres, que con cada lejanísima
arrancada al caballo (nunca menos de tres, nunca empleándose en el peto) te
hace cavilar si en Madrid hemos visto 6 pavos así en un mes de Feria y su
apéndice (los viejos del lugar nos soplaron que cuarto y quinto bis eran
impresentables de presentación para su arenes).
Y el 3 en 1 desatascador de cualquier Feria:
el reinventado Castaño dignificando el oficio, el contumaz Tito basculando su
pica y dosificando el esfuerzo de la vara, y el solvente Adalid que ya no
sabemos si sólo banderillea o si algún día volverá a la brega.
Y al día siguiente, por la mañana, clase magistral de
presentación de una novillada, lo de Escobar , fibroso, con el pelo cárdeno destellando y ganando por
KO a los novilleros osados y valientes que se las vieron con los de Ísla
Mínima.
Y por la tarde uno
que vino desde San Fernando de Henares para rendir cuentas a seis de Lanzahíta.
Robleño con 6 de Escolar. R-6 como alternativa al G-10.
Y Fernando recetando 20 muletazos a su primero, diez con
cada mano, ni un punteo, ni un toque del
morlaco. Y templó (yo lo vi, sí). Y cortó orejas. Y tres cuartos de lo
mismo a su último cárdeno (más amigablemente concedidas estas dos pelúas).
Y entre medias el baile de salón de los caballos de Bonijol
(ese del que muchos despotrican y que nadie le hace sombra). Y Gabin Rehabi
tomando el relevo de Tito en la cátedra del manejo de caballo. Picados con las
picas. Y así era la antesala de grandes tercios de banderillas, y estos a su
vez anunciaban grandes tercios de muleta. Y a veces salía casta buena, y a
veces salía genio. Y a veces Robleño se cruzó a pitón contrario, y esas veces
era cuando los albaserradas barrían
el albero con el hocico, y esas veces era cuando Robleño desmontó la teoría de
que los toros que van 4 veces al caballo luego llegan derrengados en la muleta.
Y siempre había algo interesante a lo que prestar atención. Y nunca nadie se
aburrió. Y Fernando y Pichorronco salieron a hombros.
Y fuimos recios con nuestra visión
de los sucesos. Y no nos dejamos abducir por los forofos radicales. Y nos
mantuvimos firmes a la hora de reclamar que había cosas que se podían mejorar Y
fuimos escrupulosos también cuando
hicimos tertulia.
Y fue, allí y entonces, cuando
inconscientemente nos dimos cuenta de que habíamos hecho 1.500
kilómetros en tres días para defender la Fiesta; que al toro no hay que “cuidarlo”, porque el toro se cuida solo; que
cuando un Zalduendo o un Garcigrande llega con la lengua fuera al tercio de muleta
no es porque esté reponiendo, es simplemente porque no tiene casta, que de
facto ha de venir de serie en un
toro. Y que cuando se necesitan más de 30 toros para pasar 4 de una corrida en
Madrid, reseñada tres meses antes (¿?) es que les importa un carajo lo que
opinen los que pagamos. Y es allí y entonces donde se nos reveló que cada vez que un profesional te dice “baja tú y
torea” es porque se pone a la altura de un semejante, cuando debería demostrar
que es más titánico y buen aficionado que cualquiera de los destinatarios de
sus jaculatorias. Y es ahí donde se cumple el aforismo de que si me engañan la
primera vez la culpa es tuya, pero si me engañas dos la culpa es mía.
Quien quiera saber más y más bonito de estos días ha de leer a David El Toro de la Jota y a Pedro Dominguillos.
Gracias a ellos y a Susana, Josemi, Kakel, señor José ganadero de "Los Maños", Rafa Blanca, José Felipe y Marco, pero sobre todo a Blanca (siempre Blanca) por certificar con su amor por esto que otra Fiesta es posible, una que se base en el criterio, la honestidad y el respeto. Criterio, honestidad, respeto.
3 comentarios:
Como siempre, ... ¡¡¡ Bien, Oscar, bien !!!
No se si se puede decir, pero me alegro por vosotros/as y he disfrutado leyendo los distintos Blogs... como si hubiera estado allí presente.
no está mal , oscar, he visto algun que otro error, por ejemplo el encaste no viene en la tablilla, viene el hierro. Los hierros legendarios de la pared son los que han lidiado en la feria los años que lo monta la Adac.
Un saludo
Gracias por las matizaciones, Cartujanillo. Buenas tardes echamos en Céret.A ver cuándo nos veremos en otra igual.
Un abrazo,
Óscar.
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