Antonio Díaz-Cañabate en su libro «Tertulia de
Anécdotas», narrando las peripecias de su amigo Luis Martín, contratista de caballos en la plaza de Vista Alegre... :
«Entonces los jacos que montaban los picadores valían poco, unas
pesetillas de nada. Aun así y todo, el negocio era bastante arriesgado porque
los toros que se lidiaban en aquel ruedo, a pesar de que nunca tenían mucha
casta, cuando cogían a un caballo por su cuenta se despachaban a su gusto
tirándole cornadas. Luis Martín todavía se
lleva las manos a la cabeza cuando lo recuerda: « ¡Qué corridas de toros
aquéllas! Me acuerdo de una de Palha, que penco que cogía un toro le tiraba al aire y el animalito caía como si le hubieran tirado
de la Telefónica a plomo y lo menos que se partía era la espina dorsal... Uno
de los picadores era Brazo Hierro; después de una caída de ésas entró en el
patio de caballos, tambaleándose, sin
vista, y, como sonámbulo, va y se tira al pilón de agua. «¿ Pero qué
haces ?»Le preguntaba yo. «Nada, déjame ahogarme, maldito sea mi sino». Esa
tarde, ¡vaya unos Palha de mi alma! Para que te des una idea de lo que fue
aquello te diré que había cola de picadores en la enfermería; te lo juro por mi
honor. Claro que los picadores de entonces eran como Hernán Cortés. Todavía
pica el Arturito, Arturo Serrano, el único en el mundo que se ha salvado del
tétano.
Arturito entro una tarde en
el patio de caballos con la cabeza torcida.
«¿ Qué te pasa, Arturito ?; vete para la enfermería». Y él me contesta:
«No, déjalo, a lo mejor es un aire; procuraré caerme del otro lado para que
vuelva la chola a su sitio». Y al otro toro pues lo consiguió el hombre.
Naturalmente, que no todos tenían este temple. Se lidiaba una corrida de Félix
Gómez, una moza; el que menos pesó treinta y
dos arrobas. Al cuarto toro no quedaban más que dos picadores relativamente
sanos. Y oigo que uno de ellos le
decía a un mono: «i Avísame un coche!». «¿Pero a dónde vas, chalao ? ¡
Si aún quedan dos !» «Pues por eso precisamente que quedan dos me voy. Yo he
venido aquí a picar y no a la guerra europea». Entre yo y cinco guardias lo
tuvimos que montar a caballo para que saliera al ruedo, y cuando le abrían la
puerta se volvió y nos dijo . «En la calle de Tabernillas vivo; decidle a mi
mujer que la perdono de todo corazón». Eso sí, aquellos picadores bebían
cazalla que daba espanto. Por la mañana del día de la corrida llegaban a la
prueba de caballos. Yo tenía preparados tres litros del peor matarratas que
encontraba. ¡Tres litros, que se dice pronto! Bueno, pues a la media hora no
quedaba ni una gota. Se enjuagaban la boca
y me decían: «i Hoy es flojillo, Luis!». El miedo lo empujaban para
dentro a fuerza de aguardiente... Algunos preguntaban: «¿ Qué es lo que hay
encerrao ?» Y uno, pues qué les iba a decir, le quitaba importancia al asunto.
«Nada, unos infelices». El Anguila, al contestarle eso una vez, me dijo: «i Oye, tú, so mal ángel!, ¿ por qué llamas
infeliz a la torre de Santa Cruz ? ¡Ponte los hierros y súbete en este
manojo de huesos y entonces hablas!».
Ahora que lo que no se me olvidará nunca
es aquel toro de Palha que se lidió el año 1922. ¡Qué toro ! Sale del chiquero,
y como entonces los picadores lo esperaban en el ruedo, ve a unos, se va pa él, coge el caballo, le tira unos cuantos
gañafones y... ¡le parte por la mitad ! La parte delantera quedó debajo
del estribo de la barrera y la trasera en el tercio. -¿Y el picador?-Al picador
no se le ha vuelto a ver más. Salvado de la catástrofe por milagro, salió
corriendo y hasta ahora, -i Pero bueno, qué clase de caballo era ése! Pues un
caballo, señor, lo que se dice un caballo; no un pura sangre, ni un normando;
pero un caballo, con su esqueleto completo
y su poquito de carne. Lo terrorífico era el toro, i Aquello no era un
toro; aquello era Jack el Destripador y la fiera corrupia, en una pieza!» -« ¿Y
quién lo mató ?»-«Nadie, aun está vivo y coleando. ¡Animalito, luego me enteré
que era un toro antropófago que se comía tres carneros de una sentada! Y el
señor de Palha lo mandó a Vista Alegre a una fiesta de luz y alegría. ¡Te digo
que en este mundo se ve cada cosa!».
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