Transmitir sus conocimientos a los más jóvenes.
Enseñarles cómo sentía su profesión y cómo debía hacerse con arte y
efectividad. Ese era el sueño del picador Raimundo Rodríguez (Zarzalejo,
1931-Valdemorillo, 2011). Una ilusión que se ha hecho realidad y se ha
materializado en un libro titulado 'La suerte de varas hecha y dicha por
Raimundo Rodríguez Sánchez' publicado por la editorial Temple.
Por desgracia, la enfermedad quiso que Raimundo Rodríguez
no llegase a ver el libro publicado (falleció en abril del pasado año y
la obra terminó de editarse mayo) pero a través de sus palabras, sus
vivencias quedarán para siempre recogidas en sus páginas, invitando a
todo aquel aficionado y amante de la suerte de varas a conocer más de
cerca un oficio tan valioso como denostado en la actualidad.
El picador nació en la localidad de Zarzalejo y desde su
infancia estuvo muy vinculado a la tauromaquia, pues su padre trabajaba
como vaquero en la finca de la ganadería de Antonio Arribas, en la
sierra de Madrid. Allí se deleitaba viendo picar a 'El Aldeano', un
famoso varilarguero que acudía a las tientas de la casa.
«Se le metió en la cabeza ser picador y llegó a ser, en
mi opinión, uno de los mejores que ha habido», comenta José María
Moreno, directivo de la peña 'El Puyazo' de Madrid y coordinador del
libro.
Se rodó en los tentaderos de ganaderías de bravo y
comenzó como profesional en 1960. Estuvo a las órdenes varios matadores,
entre ellos Agapito García 'Serranito', Andrés Vázquez, José María
Manzanares o José Ortega Cano, retirándose en 1986. Pasó gran parte de
su trayectoria junto a los diestros que lidiaban las denominadas
ganaderías 'duras', por lo que sus éxitos llegaron en corridas serias,
sobre todo de Victorino Martín.
«Amaba el toro bravo, el que acude con lealtad y bravura
directamente al caballo, al que hay que parar, someter y lidiar. Le
gustaban especialmente los de Victorino y Adolfo Martín», recuerda su
amigo José María Moreno.
Medir el castigo
La suerte de varas era para él fundamental pues ejecutada
de manera correcta permite disfrutar al toro y que este desarrolle
todas sus cualidades en la muleta. «Era muy perfeccionista y en el libro
explica que es importante coger un caballo adiestrado, probarlo antes,
ver las características del animal, medir el castigo... Era un hombre
exquisito en la definición de la suerte de varas bien hecha», argumenta
Moreno.
No en vano en la obra se muestra el amor que sentía por
los morlacos y los equinos y la importancia de adecuar al astado para la
lidia, perjudicándolo lo menos posible y efectuando la suerte en el
morillo para no dañar la integridad del toro y conseguir que pueda
mostrar todas sus virtudes en la faena de muleta.
A modo de biografía y narrado en primera persona, el
varilarguero va desgranando los entresijos de su trayectoria durante 26
temporadas y narrando también experiencias de su vida personal. Hace
referencia a los cambios que ha experimentado la tauromaquia en las
últimas décadas, llegando a manifestar la pena que sentía al ver que el
toro ni siquiera luchaba en el caballo, sino que cedía y se entregaba.
«Cuando veía un puyazo bien dado y una suerte bien
ejecutada se emocionaba muchísimo», asevera Moreno. Su amigo explica la
ilusión que sintió al ver picar un ejemplar de Adolfo Martín llamado
'Madroñito' lidiado por Fernando Robleño en Las Ventas en 2006. El
encargado de ejecutar la suerte de varas fue Marcia.
«Con ese toro, Raimundo recordó con nostalgia el paso del
tiempo y me confesó que no había visto una manera de picar tan bonita,
enfrentándose al morlaco, poniendo la vara en su sitio y parándolo en
lugar de dejar que se estrellase contra el peto o el estribo como hace
la mayoría», apostilla.
De hecho, Raimundo Rodríguez abogó por la creación de una
escuela de picadores en una reunión mantenida entre varios
varilargueros y representantes de la peña madrileña 'El Puyazo' con el
entonces alcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano y Felipe Díaz
Murillo.
Sin embargo la idea no terminó de fructificar y es por
eso que se decantó por la idea del libro. José María Moreno afirma que
en uno de los premios que concede la peña 'El Puyazo' -y de cuyo jurado
formaba parte Raimundo Rodríguez- indicó que le gustaría enseñar a los
jóvenes la profesión y que tenía muchos apuntes, por lo que le pidió
ayuda para ordenar sus ideas.
«Le sorprendió la muerte y no pudo disfrutar de él por un
mes, pero con sus notas, los comentarios que me hacía y preguntas que
le iba formulando fuimos dando forma a una obra que creo que es un libro
de texto para los nuevos varilargueros», subraya Moreno que destaca que
se trata sobre todo de un homenaje merecido a su amigo, un hombre
honrado, sabio y constante que vivió por y para el toro.
Disciplinado y obediente, Raimundo Rodríguez desprendía
generosidad y exigía a los demás que fuesen tan sinceros y entregados
como él. Cuando se retiró en 1986, se dedicó a picar por afición en
tentaderos en la provincia de Salamanca y también en Madrid, porque
adoraba el toro y el caballo siendo, junto al campo, sus grandes
pasiones.
Vivió hasta sus últimos días en Valdemorillo junto a su
segunda esposa, Cecilia, que le acompañaba a los toros en Madrid cada
año. «Y cuando no quería ir su mujer, él se iba solo a Las Ventas aunque
cada vez le disgustase más lo mal que se hacía todo, ya no solamente en
la suerte de varas y en la lidia, sino en la cría del toro escaso de
casta», apostilla José María Moreno.
hoy.es
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