viernes, 4 de enero de 2013

Un homenaje a la suerte de varas

Transmitir sus conocimientos a los más jóvenes. Enseñarles cómo sentía su profesión y cómo debía hacerse con arte y efectividad. Ese era el sueño del picador Raimundo Rodríguez (Zarzalejo, 1931-Valdemorillo, 2011). Una ilusión que se ha hecho realidad y se ha materializado en un libro titulado 'La suerte de varas hecha y dicha por Raimundo Rodríguez Sánchez' publicado por la editorial Temple.
Por desgracia, la enfermedad quiso que Raimundo Rodríguez no llegase a ver el libro publicado (falleció en abril del pasado año y la obra terminó de editarse mayo) pero a través de sus palabras, sus vivencias quedarán para siempre recogidas en sus páginas, invitando a todo aquel aficionado y amante de la suerte de varas a conocer más de cerca un oficio tan valioso como denostado en la actualidad.
El picador nació en la localidad de Zarzalejo y desde su infancia estuvo muy vinculado a la tauromaquia, pues su padre trabajaba como vaquero en la finca de la ganadería de Antonio Arribas, en la sierra de Madrid. Allí se deleitaba viendo picar a 'El Aldeano', un famoso varilarguero que acudía a las tientas de la casa.
«Se le metió en la cabeza ser picador y llegó a ser, en mi opinión, uno de los mejores que ha habido», comenta José María Moreno, directivo de la peña 'El Puyazo' de Madrid y coordinador del libro.
Se rodó en los tentaderos de ganaderías de bravo y comenzó como profesional en 1960. Estuvo a las órdenes varios matadores, entre ellos Agapito García 'Serranito', Andrés Vázquez, José María Manzanares o José Ortega Cano, retirándose en 1986. Pasó gran parte de su trayectoria junto a los diestros que lidiaban las denominadas ganaderías 'duras', por lo que sus éxitos llegaron en corridas serias, sobre todo de Victorino Martín.
«Amaba el toro bravo, el que acude con lealtad y bravura directamente al caballo, al que hay que parar, someter y lidiar. Le gustaban especialmente los de Victorino y Adolfo Martín», recuerda su amigo José María Moreno.
Medir el castigo
La suerte de varas era para él fundamental pues ejecutada de manera correcta permite disfrutar al toro y que este desarrolle todas sus cualidades en la muleta. «Era muy perfeccionista y en el libro explica que es importante coger un caballo adiestrado, probarlo antes, ver las características del animal, medir el castigo... Era un hombre exquisito en la definición de la suerte de varas bien hecha», argumenta Moreno.
No en vano en la obra se muestra el amor que sentía por los morlacos y los equinos y la importancia de adecuar al astado para la lidia, perjudicándolo lo menos posible y efectuando la suerte en el morillo para no dañar la integridad del toro y conseguir que pueda mostrar todas sus virtudes en la faena de muleta.
A modo de biografía y narrado en primera persona, el varilarguero va desgranando los entresijos de su trayectoria durante 26 temporadas y narrando también experiencias de su vida personal. Hace referencia a los cambios que ha experimentado la tauromaquia en las últimas décadas, llegando a manifestar la pena que sentía al ver que el toro ni siquiera luchaba en el caballo, sino que cedía y se entregaba.
«Cuando veía un puyazo bien dado y una suerte bien ejecutada se emocionaba muchísimo», asevera Moreno. Su amigo explica la ilusión que sintió al ver picar un ejemplar de Adolfo Martín llamado 'Madroñito' lidiado por Fernando Robleño en Las Ventas en 2006. El encargado de ejecutar la suerte de varas fue Marcia.
«Con ese toro, Raimundo recordó con nostalgia el paso del tiempo y me confesó que no había visto una manera de picar tan bonita, enfrentándose al morlaco, poniendo la vara en su sitio y parándolo en lugar de dejar que se estrellase contra el peto o el estribo como hace la mayoría», apostilla.
De hecho, Raimundo Rodríguez abogó por la creación de una escuela de picadores en una reunión mantenida entre varios varilargueros y representantes de la peña madrileña 'El Puyazo' con el entonces alcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano y Felipe Díaz Murillo.
Sin embargo la idea no terminó de fructificar y es por eso que se decantó por la idea del libro. José María Moreno afirma que en uno de los premios que concede la peña 'El Puyazo' -y de cuyo jurado formaba parte Raimundo Rodríguez- indicó que le gustaría enseñar a los jóvenes la profesión y que tenía muchos apuntes, por lo que le pidió ayuda para ordenar sus ideas.
«Le sorprendió la muerte y no pudo disfrutar de él por un mes, pero con sus notas, los comentarios que me hacía y preguntas que le iba formulando fuimos dando forma a una obra que creo que es un libro de texto para los nuevos varilargueros», subraya Moreno que destaca que se trata sobre todo de un homenaje merecido a su amigo, un hombre honrado, sabio y constante que vivió por y para el toro.
Disciplinado y obediente, Raimundo Rodríguez desprendía generosidad y exigía a los demás que fuesen tan sinceros y entregados como él. Cuando se retiró en 1986, se dedicó a picar por afición en tentaderos en la provincia de Salamanca y también en Madrid, porque adoraba el toro y el caballo siendo, junto al campo, sus grandes pasiones.
Vivió hasta sus últimos días en Valdemorillo junto a su segunda esposa, Cecilia, que le acompañaba a los toros en Madrid cada año. «Y cuando no quería ir su mujer, él se iba solo a Las Ventas aunque cada vez le disgustase más lo mal que se hacía todo, ya no solamente en la suerte de varas y en la lidia, sino en la cría del toro escaso de casta», apostilla José María Moreno.
 hoy.es

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