martes, 26 de febrero de 2013
CARLOS NUÑEZ UN TRANCO MÁS
NUEVO OPUS DE TIERRAS TAURINAS
Manuel Rincón, Villamarta y Mora Figueroa.
A partir de estas tres fuentes, que a su vez procedían de varias otras, entre ellas cuatro vazqueñas y Saltillo, Carlos Núñez Manso creó, hace setenta y cinco años, un encaste propio, cuya peculiaridad es una manera inédita de embestir, de forma tan entregada y con tanta viveza que, una vez finalizado el muletazo, sin perder de vista el engaño, el toro todavía galopa un tranco más. ¿Cuáles eran los secretos de este genial alquimista ? Gracias a sus descendientes y a sus libros, así como a los de Manuel Rincón y el Marqués de Villamarta, por primera vez emerge el lento y complejo proceso, a través del cual, merced a una piedra filosofal extraída de la rica cantera de Tamarón, igual que el plomo se transmutaba en oro, la casta bruta se transformó en bravura. Y el encaste Núñez, a su vez, en la fuente, a veces oculta, de muchos más.
FOTOSÍNTESIS
No es frecuente poder rastrear, durante más de un siglo y a través de los libros ganaderos, la evolución de un encaste tan complejo como el creado en 1941 por Carlos Núñez Manso, y menos aún cuando éste procede de tres fuentes diferentes que, a su vez, están mezcladas. No existe, como hemos escrito en varias ocasiones, un encaste completamente puro. La demostración se puede llevar a cabo remontando el curso de la historia de Núñez o, también, siguiendo su corriente descendente. En efecto, si tomamos como punto neutro de la evolución una fecha al azar -1964, por ejemplo, que es el año en que falleció su creador, pero también el de su triunfo más importante- es fácil constatar que, todas las ganaderías que proceden de la cepa madre, dieron origen a una miscelánea de encastes forzosamente próximos, pero diferentes: Torrestrella, Manolo González, Gabriel Rojas, Conde de la Maza, Alcurrucén… Lo que demuestra la riqueza de la mezcla inicial que, diversificándose, produjo toros de tipos variados.
El análisis sobre la riqueza del encaste Núñez será objeto del próximo opus. Porque previamente, en la presente obra, tenemos la misión de remontar cada una de las confluencias de este inmenso río, intentado no perdernos en los meandros de algunos que, como Rincón o Villamarta, proceden de distintas fuentes: media docena en el caso del primero y más del doble en el segundo. Gracias a los familiares de estos dos ganaderos históricos, el estudio publicado en este opus es inédito: los libros de Rincón y Villamarta jamás habían sido consultados, salvo, a veces, por algunos de los ganaderos que hoy crían toros de esa procedencia. Y la primera conclusión a la que llegamos resulta sorprendente: mientras que oficialmente el encaste Núñez sería una prolongación casi exclusiva del de Parladé, en el momento de su creación encontramos no menos de seis fuentes vazqueñas cuyo rastro aún se percibe en el genotipo del Núñez moderno. Más sorprendente todavía, en el toro de Núñez actual, la aportación que explica mejor su diferencia viene de Saltillo.
Por supuesto, la parte más apasionante de esta inmersión en un encaste tan complejo, consistió en comprender todos sus secretos. ¿Cómo, a través de un proceso comparable al de la fotosíntesis, se pudo transformar el variado material inicial en algo homogéneo y con una identidad indiscutible? Los autores más antiguos, a pesar de que no pudieron llegar hasta lo más profundo de sus búsquedas, se percataron de lo esencial: Carlos Núñez Manso fue un gran alquimista, cuya cualidad fundamental consistió en saber mezclar las diversas aportaciones para dotar a cada una de las mejores excelencias de las otras. Sin piedra filosofal, no habría habido alquimista, y si Carlos Núñez consiguió convertir el plomo en oro –y también el cobre, el cinc, el aluminio y el dinero extraído de sus diferentes filones- fue porque rápidamente encontró la suya, su piedra filosofal, encarnada en un toro primigenio, gracias al cual realizo su síntesis. Se trata de Amistoso, que también nació de otra amalgama de sangres, la realizada por el Marques de Tamarón (ver opus 8 y 9), lo que permite discutir, una vez más, sobre las genealogías demasiado simplistas.
Pero aún resulta más asombroso, cuando se sigue el hilo de esta historia, comprobar cómo, en cada etapa de su viaje, los toros nacidos de tantos encastes han ido enriqueciéndose, poco a poco, gracias a la intervención de varios ganaderos con talento, como si una lógica inexorable los hubiera empujado a ser lo que son. El resultado –parece el último- de esta evolución de la que Carlos Núñez de Allimes habla con pasión, es esa embestida inigualable, gracias al famoso tranco de más, que procede de la aportación de Saltillo. A causa de esta particularidad, propia a los toros de Núñez, que permite el toreo profundo, parece imposible no preguntarse por la porción irrisoria que estos ocupan en las grandes ferias. ¿Por qué semejante ostracismo? A las razones geopolíticas que desarrollará el próximo opus, se suma una evidencia: al ser más viva y exigente –además de más profunda-, la embestida del toro de Núñez resulta menos cómoda para los toreros que ya no están acostumbrados a la diversidad. ¿Qué futuro le depara a este encaste, hoy abandonado, en provecho del de Domecq, a pesar de estar tan próximos? Gracias a la pasión de sus ganaderos, se abren las puertas a toda esperanza. Pero si la hora de Núñez tiene que llegar, aún falta. Porque antes de planear cómo reconquistar el mercado, conviene comprender cómo se ha forjado este encaste. Puesto que, a diferencia de la fotosíntesis, que se produce de manera natural, aquí la conversión se debe, por supuesto, a la mano del hombre: de plomo en oro, incluso a la inversa, según el gusto de cada cual.
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