lunes, 1 de abril de 2013

La segunda piel del torero

Suenan clarines y timbales, se abre la puerta del patio de cuadrillas y arranca el paseíllo. Los aficionados, al ritmo de pasodoble, se acomodan en sus asientos y disfrutan observando a los diestros envueltos en sus capotes de paseo, luciendo sus trajes, lo primero que los espectadores ven de los actuantes al inicio de un festejo. Un atuendo fuera de lo común, una vestimenta extraordinaria a la que Luis Miguel Dominguín calificaba como 'la segunda piel del torero'.
De blanco y oro por tradición el día de alternativa, de grana que tradicionalmente se ha considerado el color de los valientes, el lila el del triunfo... Siempre bordados con flores, jarrones, a veces con los cabos en negro... Existen miles de trajes de luces, cada uno con su personalidad y con un bordado y color que lo distingue del resto.
En todas estas cuestiones ha querido profundizar el escritor Francisco Delgado que acaba de publicar 'Colores del toreo', un libro editado por Edicions Bellaterra que profundiza en la historia del traje de luces y en su significado cultural y antropológico. Con prólogo en español y francés de François Zumbiehl, la obra está ilustrada con las instantáneas del fotógrafo Juan Pelegrín.
El traje de luces, tal y como se concibe hoy en día, es el resultado de una evolución estrechamente ligada a la propia historia de la tauromaquia. En los albores de la fiesta, la gente que se ponía delante de un morlaco lo hacía vestida de calle, con las ropas que habitualmente usaba.
El primer elemento que distinguía al torero contratado para lidiar del resto de la gente que estaba en el ruedo, con intención de dar un capotazo o hacer un recorte, eran unas bandas de colores que empezaron a emplearse en Sevilla. Ese fue el primer signo distintivo del diestro.
El atuendo comenzó a evolucionar, al ser conscientes de la necesidad de diferenciar al torero en la plaza. Se le fue dotando de mayor riqueza pero quien le dio un impulso significativo fue el espada Costillares (Sevilla, 1743 - Madrid, 1800). El diestro, conocido por sus innovaciones en la tauromaquia, modificó el vestido introduciendo la chaquetilla bordada en oro para el matador y el plata para los subalternos, además de incluir el calzón de seda y la faja de colores.
El cambio se hizo más notorio con Paquiro (Chiclana de la Frontera, 1805 - 1851), que marca y fija los cánones del traje de torear, que básicamente y en lo fundamental ha llegado hasta nuestros días como él lo diseñó.
Siendo apenas un niño, los franceses ocuparon Chiclana de la Frontera y le deslumbraron con los bordados de los trajes de los oficiales franceses. Quizás eso pudo influir en su diseño, pues hay cierta similitud con los adornos, los machos y las hombreras. No obstante, no es la única teoría sobre las similitudes con el atuendo militar. Francisco Delgado comenta que en sus inicios, el toreo era una actividad para señores, caballeros y reyes, teniendo el pueblo su participación mermada a un mero papel subalterno.
«Cuando la tauromaquia se va arraigando y se normaliza, los toreros también trataban de emular en su vestimenta a la que usaban los militares, de ahí que guarde cierta similitud con el atuendo de los caballeros cuando se enfrentaban a los toros», asevera el autor de 'Colores del toreo'.
Además de sus modificaciones en el traje, Paquiro incluyó también la montera, pues al principio el torero iba tocado con el sombrero de la época, ya fuese el de candil o el de medio queso.
Con Paquiro el tocado adquiere una significación especial, incluso se le atribuye una cierta parte de leyenda o metáfora al considerar algunos estudiosos que por su color y consistencia acerca al toro y al torero. «Los cazadores cuando salen de caza se intentan camuflar adaptándose a la forma del animal que quieren cazar y la montera no dejaría de ser también un cierto recuerdo del toro», afirma el autor, Francisco Delgado.
Sin embargo, el Cossío indica que según el Archivo Municipal de Madrid, en una fiesta celebrada en la Plaza Mayor de la capital el 7 de agosto de 1619
Desde las aportaciones de Paquiro, el traje de luces se ha modificado en algunas cuestiones. Por ejemplo, la chaquetilla se ha acortado y también ha disminuido el tamaño de los alamares. Las bandas de la taleguilla se han estrechado ligeramente y sobre todo ha cambiado el tejido. «En el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, estaban confeccionados en seda. Eran muy bonitos, pero se estropeaban con facilidad. Tras tres o cuatro tardes había que cambiarlos. Ahora, con los nuevos tejidos sintéticos, los vestidos se pueden usar durante más tiempo y siempre que no haya un percance y el cuidado sea correcto, pueden aguantar unas cien puestas», explica Delgado.
Color y bordado
En la actualidad, lo que distingue un traje de otro es su color y el bordado. Los toreros suelen elegirlo por modas, manías e incluso por comodidad. Algunos, como Enrique Ponce, suelen ser fieles a un mismo diseño a lo largo de los años y ha lucido los jarrones durante casi toda su trayectoria. El bordado, se realiza en oro, plata o azabache, también puede ser de corazones, piñas, conchas, con motivos religiosos... Algunos diestros como José Tomás innovaron presentando medias lunas en un vestido. En concreto el que lució en su reaparición en Valencia en 2011, tras su grave percance en Aguascalientes. Sebastián Castella también suele caracterizarse por la originalidad de sus bordados.
Con respecto al color, algunos tradicionalmente apenas se han empleado al considerar que traen mala suerte a quien los viste. «Desde que Moliere murió en el escenario interpretando una obra en la que iba vestido de amarillo, siempre se ha interpretado como un color nefasto. Los artistas lo han evitado y los toreros, como artistas que son, también», expone Francisco Delgado, que aún así recuerda que espadas como Luis Francisco Esplá o Jesulín de Ubrique lo han usado en algunas ocasiones. 

Domingo Ortega o Luis Miguel Dominguín no querían vestir de verde, algo que también le pasa a Esplá, aunque por motivos diferentes. Mientras los primeros no lo usaban al haber tenido malas experiencias vistiendo ese color, el torero alicantino lo evitaba al considerar que era un tono discordante, que no «pegaba nada en una plaza de toros», argumenta el autor que recuerda que Esplá es un matador muy vinculado a la cuestión del color al ser licenciado en Bellas Artes.
«Con respecto a la fama de 'gafe' del color amarillo hay un dato que desmiente totalmente esa teoría y es que en los últimos 30 o 40 años el color predominante en todas las tragedias ha sido el azul. Si repasas la lista, más del 90% iban vestidos con trajes de tonos azules», subraya Delgado.
Junto al traje y la montera, otro de los elementos significativos es el capote de paseo, con el que se envuelven los toreros antes del paseíllo. Suelen llevar bordado la imagen del santo favorito o la Virgen de su devoción buscando su protección para el festejo. «Hay otros que prefieren los motivos florales e incluso los geométricos», indica Delgado, que añade que el norteamericano John Fulton puso de moda los motivos aztecas. Diseñó una serie de bordados que se emplearon después en capotes de paseo de algunos matadores mexicanos.
A través de las páginas de este libro y gracias a los textos y las ilustraciones de Pelegrín es posible conocer de cerca uno de los aspectos más poco conocidos pero a la vez más curiosos de la historia de la tauromaquia. 

 hoy.es

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