domingo, 10 de mayo de 2015

NUEVO OPUS DE TIERRAS TAURINAS



 

Viaje al CAMPO DE GIBRALTAR

Los lugareños dicen que el Campo de Gibraltar es el fruto de dos mares : «la mare que parió al Levante y la mare que parió al Poniente». Y sus vecinos aseguran que, por culpa de ambos vendavales, están todos trastornados.
Los fenicios y los cartagineses fueron los primeros en desembarcar aquí, con sus leyendas. Entre ellas, la de Melkart, héroe de la mitología oriental, famoso por matar al toro del cielo, de quien se inspiraron la cultura minoica y los griegos para forjar la figura de Heracles, el Hércules de los romanos. Los fenicios dejaron una imagen de Melkart grabada en un marfil tartesio, fechado en el siglo VI antes de Cristo, forjado seguramente en Cádiz : esta obra, donde el héroe apuñala al toro, se considera la primera Tauromaquia de la Península.
Después de conocer un próspero pasado taurino, el Campo de Gibraltar, al igual que otras comarcas, vive inmerso en la crisis. Cerca de Tapatana (ver opus 19), La Palmosilla es la ganadería que goza de mejor salud, mientras que Gavira se ha reestructurado para reducir las amenazas. Con vistas al Peñón, se hallan las ganaderías de los hijos de Miguelín (Gavira y Salvador Domecq) y la de Curro Escarcena (Núñez de Los Derramaderos). Saliendo de Los Barrios
en dirección a Medina Sidonia, Carlos Corbacho cría sus Osbornes en un entorno maravilloso, mientras que prepara una invasión taurina en China.
Siguiendo la ruta de los arrieros y los contrabandistas, que sale de Gibraltar y pasa por Ronda antes de bajar hasta Málaga, se encuentra La Fábrica
de las Bombas, donde la ganadería Monte San Miguel (Núñez a través de Manolo González) ha encontrado un refugio seguro en buenas manos tras el estallido del Caso Malaya.
En esta comarca, ganaderos y aficionados resisten contra el desencanto, a pesar del viento que arranca lo que no debe, dejando en su lugar un sentimiento de «alegre desesperanza» que siempre ha caracterizado a los pueblos cuyo destino está dirigido por el azar.»

EL CAMPO DE GIBRALTAR

 Los lugareños dicen que el Campo de Gibraltar es el fruto de dos mares: “la mare que parió al Levante y la mare que parió al Poniente”. Sus vecinos aseguran con sorna que, por culpa de ambos vendavales, están todos trastornados, por no decir que están locos. Una opinión algo exagerada, puesto que los paisanos de esta comarca ventosa fueron los primeros en domesticar la fuerza brutal de los temibles hijos de Eolo, plantando unos molinos blancos que producen el cultivo más rentable de su campo, muy rico por cierto. Porque, además de los hijos de “las” mares, soplan otros dos vientos: el del Sur, que suele venir cargado de agua, y el del Norte, que produce unos dolores de cabeza brutales y pone bronco a cualquiera. También cuentan que el Campo de Gibraltar es el culo del mundo civilizado y que por ahí pasa cualquier cosa… Y no se refieren, ni mucho menos, al contrabando, que siempre ha sido fuente de riqueza para la zona. Más molestos han resultado, en cambio, algunos visitantes que arrasaron esta comarca tan próxima al Estrecho, lugar de paso obligado desde África. A veces para bien, pero no siempre. Los fenicios y los cartaginenses fueron los primeros en desembarcar aquí, con sus dioses, sus mitos y sus leyendas. Entre ellas, la de Melkart, héroe de la mitología oriental, de quien se inspiraron la cultura minoica y los griegos para forjar la figura de Heracles, el Hércules de los romanos que tanta huella dejó en el entorno mediterráneo.
De Melkart, famoso por haber matado al toro del cielo, los fenicios dejaron una imagen grabada en un marfil tartesio, fechado en el siglo VI antes de Cristo, hallado en Medellín y forjado seguramente en Cádiz: el héroe vence a la fiera que se arrodilla ante él. En su mano derecha, algunos autores distinguen un puñal con el que apuntilla al toro, al que sujeta por un cuerno con su mano izquierda. Otros, como Georgeos Díaz-Montexano, van más allá y ven en esta obra la representación de la Tauromaquia descrita por Platón y que practicaban los reyes de la Atlántida, situada en la región gaditana. Dicha pieza simboliza a “Melkart enfrentándose al Toro Celeste, basándose para ello en una única representación en un cuenco hallado cerca de Lataquia, al norte de Fenicia, y datado en el siglo VIII a.C., donde dos héroes se enfrentan a un toro, y sin ninguna referencia epigráfica, se ha interpretado como que serían Melkart y Eshmun, al igual que Gilgamesh y Enkidu dando muerte al Toro del Cielo”. Aquella faena celestial y triunfal venía de lejos, puesto que, según la leyenda, Melkart reprodujo la hazaña del mítico Gilgamesh, que reinó en Mesopotamia hace 4.600 años, héroe de la primera epopeya en forma de relato mitológico de la Humanidad, muy anterior a la Biblia de los hebreos. Sin embargo, en el marfil gaditano no aparece más que un personaje, lo que hace que Georgeos Díaz-Montexano considere esta obra como la primera Tauromaquia de la Península.
El mismo Georgeos Díaz-Montexano recuerda que “no existe ni una sola fuente antigua que acredite un episodio donde Heracles-Melkart se enfrente a un toro con una daga”. Si lo hace en esta obra es porque su autor reproduce algo nuevo que ha visto hacer o que le han contado. ¿Estamos ante una escena taurina que tuvo lugar en el reino de Tartessos, que se extendía desde el Campo de Gibraltar por las costas gaditanas hasta el Tajo? Sea como fuere, en Gadir, la ciudad habitada más antigua de Occidente, fundada hacia el año 1.000 a.C., existió un templo dedicado a Melkart, el “héroe torero” de los fenicios. Algunos piensan que este templo ya existía en el siglo XII a.C., cuando griegos y troyanos luchaban en una guerra inmortalizada, siglos más tarde, por Homero. Dicho templo gaditano de Melkart, que luego honraría a Hércules, fue uno de los grandes santuarios del mundo antiguo en la Península. “Según el historiador latino Pomponio Mela, bajo el templo estaban enterrados los restos de Hércules. Además, contenía reliquias tan famosas como el cinturón de Teucro, héroe griego hijo de Telamón, y el árbol de Pigmalión cuyos frutos se decía que eran esmeraldas. Las fuentes histográficas clásicas relatan que muchos personajes célebres, ilustres por sus hazañas o su nobleza, visitaron este templo. Tito Lidio narra que Aníbal arribó a la isla para ofrecer al dios sus votos antes de emprender la conquista de Italia. En este santuario, Julio César tuvo un sueño que le predecía el dominio del mundo después de haber llorado ante el busto de Alejandro Magno, por haber cumplido su edad sin haber alcanzado un éxito importante”. La decadencia del templo de Melkart, cuya estatua hallada en su interior puede admirarse en Cádiz, empezó cuando se lo “apropió” Heracles, que de toros también sabía un rato. Algunos autores afirman que fue el apóstol Santiago quien acabó con este santuario del rito pagano. Así, desembarcó en la isla de Sancti Petri, donde se encontraba la edificación frente a Gádir, y la sustituyó por el rito cristiano, consagrándola a San Pedro. El templo se hundió definitivamente durante el periodo visigodo. Sin embargo, la hazaña de Melkart dejó huella en la costa gaditana, especialmente en el Campo de Gibraltar, inspirando la posterior leyenda de Hércules y su “faena”. Por eso, en el Campo de Gibraltar, a pesar de los vientos, o mejor dicho, gracias a ellos -ya que trajeron hasta sus orillas a estos viajeros lejanos-, de toros saben mucho desde la más remota antigüedad. Relatan, incluso, que en un pasado no tan lejano -el siglo XVII -, bovinos africanos pasaban en El Estrecho, mezclándose con las razas autóctonas que se usaban en los festejos de lidia “informales”, a partir de las cuales emergieron las castas fundacionales. Unos análisis de ADN no publicados por la UCTL lo confirman: en más de una ganadería de prestigio, continúa la herencia del bovino africano.
Durante mucho tiempo, entre el campo y la Bahía, no había barreras: lo que se producía en el interior pasaba por la vereda real, que seguía la costa hasta llegar al matadero de la Línea. Todavía muchos recuerdan a Cristóbal Nuñez Mendez, el último cabestrero que acompañaba a los rebaños, y que se hizo famoso por su destreza con la honda. Este mundo acabó cuando se construyeron el polígono industrial y el complejo petroquímico. Una barrera infranqueable se instaló entre la ciudad y el campo. La zona de Los Cortijillos -huertas regaladas a los desahuciados de Cuba- se cubrió de casitas, y los cortijos grandes, los de Álvarez, Vázquez de Troya, Goizueta o Ramón Gallardo, fueron rodeados por urbanizaciones, teniendo que adaptar su economía. La guerra supuso un revulsivo: los latifundistas que habían mandado en la comarca vieron llegar a tratantes emprendedores que, encargados de la requisa por el bando nacionalista, empezaron a comprar tierras y a meterse en la cría de bravo, símbolo por antonomasia de los terratenientes del pasado. Salvador Gavira fue uno de ellos, de quien su hijo Antonio heredó el arte del trato. Sobre él, sus amigos decían que era un gitano con corbata porque sabían de antemano que los engañaría. Sin embargo, lo hacía con tanta gracia que no se lo echaban en cara. Y durante muchos años, Antonio Gavira fue una de las figuras del mundo taurino del Campo de Gibraltar, desde su Soto de Roma, en el término municipal de Los Barrios. En San Roque, presumen de haber visto en su Plaza Mayor el primer pase de muleta de la historia, dado en 1720 por Manuel Bellón “El Africano” (teóricamente, de él se inspiró el rondeño Francisco Romero). También fue figura, y más cosas, el maestro Miguelín, que salió de la nada hasta erigirse en uno de los toreros más carismáticos de todos los tiempos.

Fue la gloria del Campo de Gibraltar, protagonizó dos películas taurinas inolvidables –“El momento de la verdad” y “El Relicario”- y sigue siendo un ídolo de Algeciras. Carlos Corbacho, de La Línea, tuvo su época de esplendor en los ruedos hasta que le cortaron la pierna por culpa de una vieja cornada. Atrincherado no muy lejos de Los Barrios, en su finca Las Hermanillas a causa de un menisco roto, idea mil proyectos al lado de sus Osbornes, entre ellos una invasión taurina en China. En el bando urbano, Curro Escarcena, otra figura del Campo de Gibraltar homenajeado no hace mucho, ha instalado su pequeño hato de puro Núñez de Los Derramaderos en el término municipal de San Roque. Allí, con mucha habilidad, lo mantiene su hijo Currito, entre el campamento militar, el complejo químico –gracias al cual la zona ostenta el récord nacional en cáncer de pulmón- y el fincón que otrora fue de Miguelín y que ahora pertenece a sus hijos, quienes, a su vez, son los románticos empresarios de la plaza de Algeciras. Currito es, sin duda, otro torero campogibraltareño con tanta gracia y salero que hasta hace olvidar lo cenizo que se pone el cielo cuando empieza a soplar el Levante. En la parte occidental de la comarca, los Núñez dejaron su impronta en Tarifa y allí, a la vera de la playa, se encuentra La Palmosilla, la finca de bravo más meridional del continente. Al norte de Tarifa está también La China, cerca de Tapatana y del núcleo duro de la dinastía que hoy se hunde en la ruina: Los Derramaderos. Siguiendo la ruta de los arrieros y los contrabandistas, que sale de Gibraltar y pasa por Ronda antes de bajar hasta Málaga, se halla La Fábrica de las Bombas, donde la ganadería de Monte San Miguel, tras estallar el Caso Malaya, ha encontrado un refugio seguro entre buenas manos, las de Luis Ribera. Así se resume la impronta taurina en estos siete municipios: por un lado, en el arco que conforma la Bahía, Algeciras, Los Barrios, La Línea de la Concepción y San Roque viven detrás de su pasado y de la riqueza producida por la colonia inglesa de Gibraltar que, desde su toma por las tropas anglo-holandesas en 1704, no ha dejado de encarnar un oscuro objeto de deseo para los lugareños, a la vez que un maná financiero, a excepción de aquel período en el que Franco cerró la frontera. Tarifa, orientada hacia el Océano Atlántico, es sin lugar a dudas la zona ganadera más próspera, como se comprueba en su largo historial. En Castellar de la Frontera, la bella Almoraima ha dejado su huella, así como en Jimena de la Frontera -ambos pueblos situados en el interior de la comarca, camino del Macizo del Aljibe-, donde el Levante no incordia tanto… y esto se nota en la gente. Así es el Campo de Gibraltar, con La Janda, la Serranía de Ronda y la Costa del Sol Occidental por frontera. En su corazón aún perdura algo de la grandeza salvaje de la Bahía, que se adivina a pesar de los estragos sufridos a lo largo del último medio siglo.
Encontrarse en esta comarca con tantos aficionados entusiastas, decididos a luchar por su pasión y a resistir contra el desencanto, es una bendición. No lo tienen fácil, pero superan las dificultades con mucha gracia. Ciudad portuaria abierta a todas las influencias, Algeciras se parece hoy a esos puertos de alta mar donde las tripulaciones internacionales pasean su aburrimiento por los barrios cercanos a los muelles. El puerto, poco a poco, se va comiendo a la ciudad, donde se preservan las ruinas fenicias, romanas y moras de Carpeia. Orgullosamente erguida en la punta oriental de la Bahía, el Peñón ingles, con sus inmuebles modernos, sus barcos de paseo y su orden surgen como el contrapunto de la vieja ciudad: allí, la civilización occidental se protege de las influencias ajenas, al resguardo de la única barrera capaz de delimitar dos mundos tan distintos: el dinero. Durante décadas, ese poder adquisitivo inglés enriqueció a toda la zona fronteriza. La afición del Campo de Gibraltar añora tiempos pasados, cuando la gente se peleaba para llenar las plazas de Algeciras, La Línea, Los Barrios o San Roque. Acorralada por las nuevas generaciones -que ya no consideran al torero un héroe sino un torturador, y para las que el toro ha dejado de ser un animal mítico para trasformarse en víctima-, la vieja guardia cultiva el pasado: en el Museo Pepe Cabrera y en el rincón taurino particular de Antonio Ortega en La Línea, en el Museo de Miguelete y en la Peña Miguelín en Algeciras. También existen jóvenes aficionados deseosos de pelear, como David Zamora, de La Línea, quien sueña con reunir a todo el mundo taurino bajo una misma bandera para lanzarse en una nueva Reconquista. A la vez, la desesperanza que envuelve al sector taurino en esta zona, como en todas, hace temer lo peor. ¿Volverá algún día la abundancia o seguirán desapareciendo ganaderías y aficionados, atrapados entre el torbellino de la crisis y la desilusión del sector? En su larga historia, el Campo de Gibraltar siempre ha sabido levantarse después de hundirse. El hijo del último cabestrero, Cristóbal Nuñez Coca, que dedica su tiempo libre buscando vestigios del pasado taurino en la zona, vive un poco abatido. Los limusinos invaden el campo bravo, incluso en los cortijos más solemnes. Con el Levante se van muchas cosas y no todas las cabezas lo resisten igual. El viento sopla y arranca lo que no debería, dejando en su lugar este sentimiento de “alegre desesperanza” que siempre ha caracterizado a los pueblos cuyo destino está dirigido por el azar. Después de pasar un tiempo en aquella zona tan lejana, uno regresa a casa algo trastornado y con el corazón partido. Allí quedan buenos amigos y no se sabe cuando volverá la oportunidad de poderles abrazar.

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