Los toros del conde de la Maza leen a Marcuse -Joaquin Vidal
Decíamos todos que el cartel del domingo en Las Ventas era muy modesto, el más flojo de cuantos ha montado la empresa Canorea en Madrid, pero con mejores toreros, podríamos asegurar, no habríamos visto mejor corrida. Los modestos, modestísimos -hablamos de Antonio Guerra y Pepe Pastrana- estuvieron toreros, torerísimos, incluido el valor que es propio, de los de su oficio, con los hermosos, fuertes, difíciles, peligrosos, intelectualones toros del conde de la Maza.Porque, en efecto, casi todos los toros del conde de la Maza, los que se lidiaron el domingo en Madrid (y quizá la camada entera) eran intelectuales. Habían leído a Marcuse. Como estamos en democracia, el señor conde promociona a sus pupilos 'y además de echarles el pienso, rico, abundante y bien de vitaminas, les pone a leer a Marcuse, para que desarrollen su personalidad. Salían los toros bien alimentados, preciosos en aquella estampa admirable, seria y avasalladora, capa negra, pechos robustos, sombrero a juego, y decían, que yo lo oí: « ¿A mí esta represión de la crianza selectiva, que pretende privarme del instinto ancestral, del placer de enganchar a un tío de estos por la ingle y pincharle? Arreglados estáis, y para muestra, ahí va ese derrote. Si te pillo la taleguilla, moreno, te la dejo hecha un faldellín de hawaiana.»
Como en toda comunidad, por, muy intelectual que sea, unos habían leído a Marcuse de cabo a rabo y otros no, unos lo habían entendido y otros no, y el último ni por el forro abrió el libro, que prefería a Corín Tellado. Y ese fue el que le dejó llevar, sin amagos revolucionarios ni nada, por los cauces del orden establecido, y embistió recto. Pastrana lo toreó por ayudados por alto, dio un trincherazo magnífico, ligó derechazos y, ya en el natural, se llevó un susto mayúsculo, pues el pupilo del señor conde no sería marcusiano, pero llevaba en un rincón de su instinto la mala catadura y tiró un derrote a la cara que a punto estuvo de afeitar en seco al diestro. El tercero, bronco y resabiado, también le envió un gañafón espeluznante a Pastrana, que no ganaba para sustos, y el aviso advirtió al diestro de que no debía andarse con bromas, de manera que cortó la faena. Su tarde fue muy digna, completa en lo que cabía.
Yiyo, torerazo
JOAQUIN VIDAL, - Madrid - 02/06/1983
“Vino de suplente y ahí está, candidato a triunfador de la feria. Yiyo, esa es la figura. Yiyo, torerazo. Torero completo, en todas las suertes. Torero en la brega, en quites, y con la muleta, artista y dominador. El repertorio de la tauromaquia que plasmó ayer Yiyo ante la asombrada cátedra de Las Ventas, y cuando ya lo había desgranado con auténtica exquisitez, se mostró en su dimensión de torero de casta, valiente, decidido a triunfar a pesar de la bronquedad del toro y a pesar de la cogida. Este sí que es valiente, a carta cabal. Éste no se reboza por las sienes del borrego inválido, al amparo de su ceguera imposibilitándole la embestida. Éste se deja ver, aguanta la arrancada fuerte, desprecia el fulgor helado del gañafón. Y torea. Torea además con alma, e imprime la marca de su personalidad, sin necesidad de proclamarla o de fingirla cara a la galería. Porque lleva el toreo tanto en la cabeza como en el corazón, y ese toreo, de escuela, lo interpreta con la peculiaridad de su sentimiento, adecuándolo a las cambiantes condiciones del toro”.
… “Cuando cobró la estocada -que quedó baja- el triunfo ya era de apoteosis y la plaza entera le aclamaba. "¡Torero!, ¡Torero!". Salió a hombros por la puerta grande, y en aquellos momentos ocupaba un puesto cimero entre las figuras. La lección de Manolo Vázquez, la maestría de Antoñete y su distancia, la torería de Esplá, habían tenido por una tarde su síntesis en Yiyo; torerazo Yiyo”.
‘El Cabestro Rijoso’, Joaquín Vidal en Las Ventas el 13 de mayo de 1998.
‘El Cabestro Rijoso’, Joaquín Vidal en Las Ventas el 13 de mayo de 1998.
“Hay un cabestro rijoso en Las Ventas. Quizás sean dos. Hay un cabestro que en cuanto sale al ruedo no quita ojo del toro, no para de merodearlo, de timarse con un pestañeo coquetón y, si no se da por aludido, se pone a dar saltitos alrededor. Ante semejante descoco, la mayoría de los toros, que son muy machos, ni se inmutan. Algunos se hacen los dignos contemplando con altivez al cabestro maricón, o si no se fían lo miran de soslayo. Pero otros no se andan con bromas y, al verse acosados sexualmente, se le arrancan y le dan de cornadas. A veces el cabestro rijoso vuelve al corral hecho un cristo”.
EL TOREO Y EL FLETÁN
¡Ole la hipérbole sevillana! ¡Ole con ole la Sevilla taurina y salerosa, que sabe citar con oportunidad e ingenio la más rabiosa actualidad! "¡Eso es toreo auténtico y no el fletán!", gritó un aficionado sevillano, y se quedó tan ancho. Fue en ocasión de que Curro Romero tuvo la amabilidad de dar cuatro pases. Bueno, quizá fueran cinco. Los dio, ¿cómo diría? ¿Con arte? ¿Con embrujo? ¿Con esa grasia que no se pue aguantá?Quién sabe cómo los dio. Es el caso que los dio y no deberían exigirse más precisiones. Cuando Curro Romero, con sus 61 añitos cumplidos -aunque parezca mentira, viéndole de azul y oro, hecho un pimpollo-, después de casi tantos entregándose al arte sólo en el caso no muy probable de que las musas bajen a verle y se digne recibirlas, va y da cuatro pases o acaso cinco, los testigos presenciales deben felicitarse: ya tienen qué contarles a los nietos.
Pues sí, los dio. El toro era un dije. El toro era un bendito, es cierto. Pero para los dijes benditos se concibió también el toreo clásico, aquel que creó afición y arrebató a los públicos durante siglos. Toreo de parar, templar y mandar. Lo expresaba gráficamente el viejo maestro en el arte de Cúchares: ¿Qué tal está usted? Muy bien ¿y usted? Vaya con Dios". Y Curro llamaba al toro, lo saludaba, lo mecía en la muletilla breve cargándole la suerte, lo despedía cortesmente. Eso fue con la derecha y causó la general complacencia, por supuesto. Mas el toreo hondo, el toreo de maravilla, se produjo en un instante fugaz, diríase mágico, al rematar las tandas con el ayudado o la trincherilla apenas apuntada -bajísima la mano de mandar- y el desplante marchoso.
Los cuatro pases (o cinco) se paladearon igual que los vinos añejos. Luego vino el fletán. Compareció Espartaco y ya todo resultó distinto. Muchos pases con la derecha, varios con la izquierda, la muleta oblicua, allá que te va el pico vaciando la embestida hacia la lejanía, pases de pecho empalmados, aires deportivos, público reconocimiento a la profesionalidad y, muerto el toro, ya nadie se acordaba de lo que había sucedido. Fletán congelado, toreo de consumo.
Nunca el toreo fue tan bello
El toreo era el arte de dominar al toro, hasta que Rafael de Paula lo convirtió en sinfonía; ayer, en Madrid. Ahora vuelve el toreo a ser el arte de dominar al toro, porque lo de Rafael de Paula, ayer en Madrid, es irrepetible. Las verónicas aleteando el capotillo precioso de vueltas azules -de güerta-jasule-, la media verónica citando de frente, la brega al cuarto toro-torazo sin permitir que nadie interviniera en la lidia, fueron el preludio de la manifestación más sublime del arte de torear. Nunca el toreo fue tan bello. Jamás el toreo, en las décadas últimas que se recuerdan, alcanzó la grandeza a donde lo llevó Rafael de Paula con su faena de muleta al toro-torazo, cornalón y astifino, que salió, sobrero, en cuarto lugar.Los ayudados por alto, los redondos, las trincheras, los naturales... Sí, el toreo ya inventado, las suertes clásicas. Pero en la interpretación genial del diestro gitano no surgían de los propios cánones de la tauromaquia sino de otro orden, desconocido, que las convertía en nuevas, y cada pase que desgranaba era una creación exclusiva del arte de torear. Qué decir del público, mientras tanto. El público ya se había puesto en pié a los primeros compases, aplaudía, braceaba, gritaba, y cuando parecía que había agotado su capacidad de asombro, el torero le sorprendía con nuevas creaciones, que escalibaban las ascuas de aquella obra ardiente.
Y la faena seguía. A la majeza de los naturales hondos sucedían tandas de frente, "trayéndoselo toreado", "rematando detrás de la cadera", "echándose el toro por delante en los pases de pecho", que sí, que es cierto; y, siéndolo, daba lo mismo esa u otra técnica, pues la resultante era una explosión estética imposible de medir. Una conmoción había invadido al diestro genial, que pinchó malamente, descabellaba peor -al público le traía sin cuidado: tenía el paladar saturado de aromas-, y se marchó a tablas, demudado, trastabillando por entre una nube de ensoñaciones. Debía de estar en otro mundo. Dobló el toro y Paula no pudo sino sentarse encima y acariciarle los lomos. Qué pasaría entonces por la mente del torero, aún flotando en lejana galaxia. Dio la vuelta al ruedo entre clamores, continuó la corrida, y el público no cesaba de tocarle palmas por bulerías.
El Victorino, indultado, no quería volver al corral
Indultaron al Victorino, que fue un buen toro, aunque no tan bravo como para semejante premio. La gente está con los Victorino, desde hace años, pero más aún desde la memorable corrida de la pasada feria de San Isidro. Y como el toro del ganadero favorito demostró clase, pidió el indulto, que el inefable jurado y la no menos inefable presidencia se apresuraron a conceder. Luego, el Victorino cárdeno, serio y encastado, se negó a volver al corral y durante cerca de dos horas tuvo detenido el festejo.
La mala doma de los cabestros, la impericia del cabestrero y la tozudez del Victorino, en perfecta amalgama, produjeron un paréntesis lleno de incidencias, en el que se hizo casi de todo para que el toro volviera al corral; desde soltar un perrito simpático y valiente, que puso en fuga a los mansos y se encaraba con el bravo, hasta apagar la luces de la plaza, dejando encendidas las de chiqueros. También abrieron otras puertas, por si al indultado le apetecía salir por ellas. Pero lo que le apetecía era quedarse y ni poniendo la escoba boca arriba se iba. Al fin, cuando le dio la gana, se metió en chiqueros, y el público lanzó un rugido como si la selección hubiera metido gol.
El Victorino había tomado la primera vara por su cuenta, cerca de toriles, y sacó al caballo hasta los medios, donde derribó. Después acudió de largo a dos puyazos más, en el segundo de los cuales cabeceó. El siguiente encuentro era imprescindible para calibrar la bravura real del toro, pero la presidencia cambió el tercio, en medio de la protesta general. Encastado y noble para la muleta, Ortega Cano le hizo una faena valiente, en la que embarcó las embestidas con temple y hondura.
El crítico taurino Joaquín Vidal falleció un día como hoy ,10 de abril hace 14 años. |
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