Con las condiciones climatológicas de esta tarde apetecía cualquier cosa menos ver toros. La lluvia en Sevilla comienza a las siete de la mañana y cuando el presidente asoma su pañuelo aún no había cesado, Frio, cielo negro, viento, menos de medio abono y desolación en los tendidos, pero los taurinos con la anuencia presidencial se empeñan en ofrecer un espectáculo a sabiendas de su fracaso.
Como no, la ganadería de esta tarde contribuye a diseñar otro paso más para echar a gente de las plazas. Manuel y Antonio Tornay mandan un encierro desigual. Los presuntos toros lidiados en primero, tercero y quinto lugar eran novillejos con cara. El resto de sus hermanos, más rematados, al menos presentaban trapío de plaza de primera.
Otra cosa fue lo que llevaban dentro. Animales desrazados, sin clase ni fuerza alguna y con mínimas opciones para una terna que jugaban su suerte a cara o cruz en su modestia de aceptar las migajas que le ofrece el “establisment” dominante en la Fiesta.
Con estos mimbres, el escaso público estaba más preocupado de no coger una pulmonía, aunque lo que era la otra pulmonía, la taurina, se desarrollaba en el albero.
Esaú Fernández, Jiménez Fortes y Borja Jiménez pusieron voluntad y la valentía que les permitía el piso plaza y los descastados “tornays”, pero toda su labor se estrellaba con medias embestidas, flojedad, escasa raza de sus oponentes y frialdad de un público más preocupado de su salud que de la lidia.
Como fue la cosa que todas las banderillas fueron arrojadas a los lomos de los toros, ningún par se ejecutó como mandan los cánones, cosa lógica preventiva por el estado del piso plaza.
Una tarde más la suerte de varas fue una completa pantomima. La tarde no dio más de sí.
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