domingo, 21 de mayo de 2017

Ética, estética y marketing , nuevo Opus de Tierras Taurinas


Ética, estética y marketing
Cuando una cultura apuesta por lo superficial y se aleja de su esencia por afán de lucro o conformismo, oculta el misterio sagrado de sus orígenes y sacrifica su grandeza por la modernidad. Éste es el mayor peligro que amenaza a la Tauromaquia hoy : querer sistematizar la «performance» del «artista» y venderla de antemano a través de un marketing superficial.

Para transmitir nuestra cultura a las generaciones venideras, a quienes se les explica que la Fiesta taurina es cruel, necesitamos mucho más que enseñarles una media o un adorno argumentando que esto es arte puro. Si no somos capaces de hacerlo, cualquier día veremos los toreros acartelados entre McDonald’s y Coca-Cola sobre las paredes de una plaza de toros transformada en supermercado.

Ahí, entre otras opciones de ocio, ofrecerán para todos los públicos una versión edulcorada de la Fiesta, sin puya ni muerte, a base de novillos desmochados y con mucho «arte».

El negocio será posiblemente jugoso, pero ese día la grandeza de la Tauromaquia desaparecerá y el rito caerá en el olvido. Nuestra responsabilidad es inmensa y la tarea que nos espera descomunal. Ojala podamos cumplirla, antes de que los mercaderes del templo hundan a la Tauromaquia en una espiral letal.


Ética, estética y marketing
El día en el que se le considere solo cómo arte y caiga en una búsqueda desenfrenada de la estética, el espectáculo taurino entrará en una fase de decadencia que acabará provocando su desaparición. El fundamento ético de la tauromaquia, muy anterior a a la noción de arte, y más aún a la de esteticismo que sólo apareció hace un siglo, nace de la capacidad del hombre para encarnar la sublimación de la humanidad, desde el estado de naturaleza al de cultura, enfrentándose a un toro que encarna a su vez la naturaleza salvaje, con su fiereza, su casta, su peligro y su poder. Sin esta base indispensable, el espectáculo carece de fundamento, y lo que llamamos arte queda en una exibición carente de sentido, que tiene poco que ver con el rito taurino auténtico, que hunde sus raices en los principios de la humanidad.

El arte verdadero nace cuando el hombre se codea con valor, genialidad y conocimientos con la naturaleza salvaje que quiere destruirlo. El arte nace de la dificultad, del riesgo, del compromiso y del genio humano que hace brotar la harmonia y la belleza del barro, de la piedra o de la madera. De la misma manera, el arte del toreo nace cuando el dominio del hombre, su sabiduría y su elegancia, transforman la casta bruta del toro en embestidas templadas. Pero a la diferencia de cualquier otra disciplina artística, en el proceso creativo que se lleva a cabo frente al toro existe una dimensión trágica, puesto que el hombre pone en riesgo su propia vida. La ética del rito taurino es roporcional al peligro asumido por el hombre, es decir a la autenticidad del toro que este debe de matar. Y de forma algo paradójica, para que la tauromaquia sobreviva en una sociedad blanda que la rechaza, la dimensión ritual debe de perdurar a pesar de su crudeza.

Para ello, el toro debe de parecerse a su antepasado mítico frente al cual las tauromaquias primeras se sucedieron desde hace 23 milenios, originando la cultura perenne más antigua y universal de la civilización mediterránea. Un legado único que posee una incuestionable dimensión religiosa : tal como los cultos que alentan al hombre a acercarse a la divinidad, la tauromaquia favorece el sentimiento de trascendencia que el torero y los espectadores experimentan cuando funden sus espríritus en las fuerzas misteriosas del universo, gracias a la capacidad que los grandes toreros poseen para detener el tiempo. Sabemos sin embargo que el arte es muy engañoso : cuando aparece un intérprete genial de la expresión artística más pura del toreo, la dimensión ética pasa en un segundo plano. Y este espejismo constituye ahora mismo un peligro que pone en tela de juicio el futuro de la Tauromaquia.

En nombre del arte, no debemos de dejar caer el rito taurino en una manifestacion folklorica carente de autenticidad, llena de clichés y que se caricatura a si mismo, so pena de encerrarlo en lo que Milan Kundera llamaba lo quitch, resumen superficial de una realidad más profunda venida a menos y cuya última imagen es la que se queda para siempre. Cuando dejaron de creer en las virtudes mágicas de la danza de la lluvia que unían sus antepasados a sus divinidades, para transformarla en una actividad lucrativa destinada a los turistas yankees que pagan para ver un simulacro divertido, los indios de América vendieron su alma y perdieron parte de su identidad.

Cuando una cultura apuesta por lo superficial y se aleja de su esencia por afan de lucro o conformismo, oculta el misterio sagrado de sus orígenes y sacrifica su grandeza a la modernidad.

Este es el mayor peligro que amenaza a la tauromaquia hoy : querer sistematizar la performance del "artista" y venderla de antemano a través de un marketing desenfrenado. Para transmitir nuestra cultura a las generaciones venideras, a las que se les explica por todas partes que la Fiesta taurina es cruel, necesitamos mucho más que enseñarles una media o un adorno, diciéndoles que esto es arte puro. Si no somos capaces de hacerlo, cualquier día veremos los toreros acartelados entre MacDonald y Cocacola sobre las paredes de una plaza de toros transformada en supermercado. Ahí, entre otras opciones de ocío, ofrecerán para todos los públicos una versión edulcorada de la Fiesta, sin puya ni muerte, a base de novillos desmochados y con mucho "arte". El negocio será posiblemente jugoso, pero ese día la grandeza de la Tauromaquia desaparecerá y el rito caerá en el olvido. Nuestra responsabilidad es inmensa y la tarea que nos espera descomunal. Ojala podamos cumplirla, antes de que los mercaderes del templo hunden la Tauromaquia en una espiral letal.

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