Juan Pedro siempre acierta en Sevilla. Viene a fracasar y fracasa. Sus presuntos toros son la base del descaste de bravo en la mitad de las dehesas, pero en todas las que prefieren las presuntas figuras.
El término que escribía el columnista de ABC, Ignacio Ruíz Quintano el otro día, se ajusta perfectamente a los “juanpedros”. TOROS DE GRANJA. Ni un mal gesto ni una mala acción. Y por si fuera poco, inválidos, flojos y medio moribundos.
La tarde de hoy no es para olvidarla. Hay que tenerla muy en cuenta para que Juan Pedro no se acerque a Sevilla en un radio de cien kilómetros. La antítesis del toro bravo, fiero y encastado es el torillo de Juan Pedro, pero la culpa no es exclusiva del granjero. La panda de toreros que piden estos toretes son corresponsables también del desaguisado de esta tarde y de muchas otras.
Si un torero tiene que hacer de enfermero toda la tarde, no solo le hace flaco favor a la Fiesta, sino que con su actitud da la vuelta a la misma esencia de la tauromaquia.
Decía un matador tras matar uno de sus toros “he tenido que ayudar al toro”. Con estas seis palabras se resume no solamente esta nefasta tarde, sino a casi todas las tardes taurinas de esta bendita piel de toro.
La plaza lucía hoy el color de los advenedizos. Tendidos abarrotados y dispuestos a aplaudir cualquier cosa, pues ni eso aprovechan el empresario, el granjero y los toreros.
Así, de esta guisa la tarde, se devolvieron dos toros, pero los cinco restantes, porque el primer sobrero también fue al corral, estaban tullidos, tristes y melancólicos.
Qué pena de Fiesta y de toros. Cuando los toros dan pena en vez de miedo, es mejor echar el telón.
A los enfermeros toreros les debe doler las muñecas de tanto echar capotes al cielo y la muleta a media altura. Esas herramientas usadas de esa manera desnaturalizan cualquier labor y esconde las flojeras de los toretes. Y todos a tragar.
Perfecta ha salido la crónica sin nombrar a los toreros. No lo merecen. En el pecado llevan la penitencia.
El término que escribía el columnista de ABC, Ignacio Ruíz Quintano el otro día, se ajusta perfectamente a los “juanpedros”. TOROS DE GRANJA. Ni un mal gesto ni una mala acción. Y por si fuera poco, inválidos, flojos y medio moribundos.
La tarde de hoy no es para olvidarla. Hay que tenerla muy en cuenta para que Juan Pedro no se acerque a Sevilla en un radio de cien kilómetros. La antítesis del toro bravo, fiero y encastado es el torillo de Juan Pedro, pero la culpa no es exclusiva del granjero. La panda de toreros que piden estos toretes son corresponsables también del desaguisado de esta tarde y de muchas otras.
Si un torero tiene que hacer de enfermero toda la tarde, no solo le hace flaco favor a la Fiesta, sino que con su actitud da la vuelta a la misma esencia de la tauromaquia.
Decía un matador tras matar uno de sus toros “he tenido que ayudar al toro”. Con estas seis palabras se resume no solamente esta nefasta tarde, sino a casi todas las tardes taurinas de esta bendita piel de toro.
La plaza lucía hoy el color de los advenedizos. Tendidos abarrotados y dispuestos a aplaudir cualquier cosa, pues ni eso aprovechan el empresario, el granjero y los toreros.
Así, de esta guisa la tarde, se devolvieron dos toros, pero los cinco restantes, porque el primer sobrero también fue al corral, estaban tullidos, tristes y melancólicos.
Qué pena de Fiesta y de toros. Cuando los toros dan pena en vez de miedo, es mejor echar el telón.
A los enfermeros toreros les debe doler las muñecas de tanto echar capotes al cielo y la muleta a media altura. Esas herramientas usadas de esa manera desnaturalizan cualquier labor y esconde las flojeras de los toretes. Y todos a tragar.
Perfecta ha salido la crónica sin nombrar a los toreros. No lo merecen. En el pecado llevan la penitencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario