La plaza de toros luce sus mejores galas para recibir a la gran estrella. Desde una de las gradas más cercanas a la pista, los ojos de una bella mujer no se separan de la figura central de la tarde. Pero él no parece percatarse de cuánta curiosidad ha despertado en la dama. Su atención está centrada, por completo, en la bestia herida. El ataque final es inminente. El toro se deja cegar, una vez más, por el color de la capa del hombre y lo embiste con las pocas fuerzas que le quedan. El matador elegantemente lo elude y clava las dos banderillas a ambos lados del toro. El golpe es mortal y a pocos metros el animal cae.
Los gritos de la multitud acallan los estertores del toro. La sangre cubre la pista, pero como en el circo romano, el público parece disfrutar el momento. El matador ha cumplido su trabajo y ahora recorre la plaza, orgulloso de su hazaña. Su mirada finalmente se cruza con la misteriosa dama y ese contacto visual resulta suficiente para cautivarlo. El gran torero, Luis Mazzantini, ha encontrado un nuevo amor en La Habana; pero no uno cualquiera, sino el de una de las mujeres más codiciadas de su tiempo: la artista Sarah Bernhardt.
Días antes de la primera corrida de Mazzantini había arribado a la capital cubana la Bernhardt. Ya era famosa en toda Europa y sus triunfos como actriz llegaron hasta Nueva York. Su belleza y excelentes dotes histriónicas cautivaban y ese encanto no le fue indiferente al torero.
Luis Mazzantini era un nombre muy conocido entre los amantes al arte taurino. De origen vasco, si figura sobresalía en el mundo de los toros, pues a su elegancia física unía una gran cultura, con dominio de varios idiomas y conocimientos musicales. Además, frente a los toros mostró siempre una enorme sangre fría.
La noticia de un posible romance entre el torero y la diva se esparció con rapidez por toda la capital y llegó hasta Europa. Los dos se hospedaron en el hotel Inglaterra y Mazzantini hasta olvidó su principal objetivo en la capital. Sus presentaciones posteriores al encuentro con Bernhardt dejaron que desear y muchos reconocieron que otros toreros, también de gira por La Habana, opacaron la brillantez de Mazzantini.
Pero eso no le importó mucho al torero. Hasta en las páginas de la revista francesa Le Figaro apareció la crónica acerca de la corrida a puerta cerrada que Mazzantini le regaló a la actriz e incluso se llegó a hablar de fastuosos regalos.
¿Cuánto hay de cierto en toda esta historia? Nunca los dos protagonistas del supuesto romance dieron por cierto los rumores. Sin embargo, sus frecuentes paseos y fiestas dicen mucho. Para nadie era un secreto la enorme afición de Mazzantini por las mujeres. La Bernhardt no se quedaba detrás y sus múltiples romances con hombres famosos llenaban cuartillas en la prensa de la época. La gran interrogante es si el encuentro habanero de 1886 tuvo luego una segunda parte.
El nombre de Mazzantini es repetido casi a diario por los cubanos, aunque muchos no conozcan exactamente su historia. La frase ¡Eso no lo logra ni Mazzantini, el torero! forma parte del refranero popular y se utiliza para referirse a situaciones imposibles de resolver y es un reconocimiento a las habilidades del torero para salir de problemas.
Publicado en Habana Radio
Recogido en micolumnadeportiva
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