En su sastrería de Lobón, el extremeño Paco Méndez elabora capotes, muletas, trajes de luces e incluso complementos taurinos
Una grave lesión apartó hace dos años a este torero de
plata de los ruedos, pero sigue poniéndose delante del toro, no con su
cuerpo, pero sí con su trabajo
En apenas dos años han pasado por su casa profesionales de España y Portugal
Con cuidado, el sastre va desenrollando los rollos de
tela, de un color inmaculado e inconfundible. Sobre ellos posa de manera
delicada las distintas piezas de cartón que sirven como patrón. Con
ayuda de una tiza va dejando las marcas blancas sobre el rosa del
tejido. Son necesarias un total de 23 piezas para la confección de un
capote, con forro y vueltas amarillas, blancas moradas o azules. Cuatro
horas y media de trabajo que dan como resultado uno de los trastos que,
mecidos con cadencia y maestría, ponen al público en pie al inicio de la
lidia. Basta pensar en Morante de la Puebla para hacerse una idea. O
en la oportunidad de un capote en un quite, alejando la tragedia y
acercando el milagro de la cornada segura que se ha evitado.
Antes de que los toreros mezan sus capotes en el ruedo o
los banderilleros breguen con él, un sastre ha tenido que
confeccionarlos con el cariño, la atención y dedicación que tan valiosa
pieza se merece. Uno de los que contribuye a crear ese arte puntada a
puntada es Paco Méndez (Guadajira, 1979) desde el coqueto taller que él
mismo ha puesto en marcha en la localidad pacense de Lobón, donde se
instaló tras contraer matrimonio.
Nada más llegar sorprende el cuidado con el que están
ubicados hasta los más mínimos detalles. En dos barras cuelgan más de
una docena de trajes, en oro y plata, y también una casaca para un
rejoneador, en color azul. También hay un carretón, varios espejos e
incluso complementos como bolsos, manoletinas con tela de capote o
cinturones para que los aficionados muestren orgullosos su pasión por la
tauromaquia en su día a día.
Al fondo en una mesa de grandes dimensiones descansan
rollos de tela, metros, bobinas de hilo, tijeras y una máquina de coser.
Estos elementos indican que se trata del lugar en el que nace el arte.
Porque la sastrería también es un arte. Bien lo sabe Paco Méndez que
pasa sus días entre capotes, vestidos de torear y recibiendo a los
profesionales que se acercan para hacerle encargos o para que les repare
sus trajes de luces, deteriorados por la suma de las tardes de
gloria... o por las de sinsabores.
Paco conoce bien la profesión. Comenzó a torear con
apenas nueve años, inscribiéndose en la Escuela Taurina de Badajoz. Fue
novillero pero las cosas no rodaron como esperaba y tras un periodo de
inactividad decidió cambiar el oro por la plata y comenzar como
banderillero. El destino quiso que, en agosto de 2010, un novillo le
hiriese de gravedad en Calzadilla de los Barros. Tuvieron que operarle
de urgencia porque se dañó las vértebras L3, L4, L5, S1 y S2.
Tras superar el percance llegó la mala noticia: no podría
seguir toreando. Toda una vida dedicada al toro y tocaba preguntarse ¿y
ahora qué?. Paco Méndez se emociona al recordarlo. «Me ha costado
muchísimo, es durísimo no poder volver a torear», cuenta mientras al
fondo, su traje negro y azabache decora su taller, ahora como adorno
tras tantas tardes de paseíllos.
Tan dura fue la noticia que incluso señala que le cuesta a
veces ir a ver las corridas de toros. Asimilarlo no fue nada fácil.
Tocaba reorganizar la vida. Casi por casualidad decidió apostar por la
sastrería taurina, siempre con el apoyo y el cariño de su mujer y su
hija, que le animaron en todo momento. Los compañeros también le han
arropado y ahora, dos años después, Paco Méndez sigue sintiéndose
realizado y en contacto con la profesión que tantas alegrías le ha dado.
«No puedo vestirme de torero, pero he conseguido el
respeto y el cariño de mucha gente del toro. Cuando veo un capote o un
traje mío en una plaza es como si estuviera yo ahí porque aunque no
estoy delante del toro físicamente, estoy presente con mi trabajo»,
indica el extremeño que reconoce que está consiguiendo el sitio que
quizás antes no tenía y piensa en la alegría que sintió cuando vio sus
trastos en Las Ventas esta temporada. «Estoy haciendo las cosas bien y
sé que en un futuro esto va a ir a más», apostilla esperanzado.
Dos años
Tiene motivos para pensar así. Apenas lleva dos años
abierto su taller y ya nota el incremento de los encargos. En invierno
es cuando más trabajo tiene y ya comienzan a llamar las figuras del
toreo para interesarse por sus capotes y sus muletas. «Saber que grandes
toreros hablan de mí es un orgullo», subraya. En su cuenta de twitter
(@tauroex) deja muchas veces instantáneas mientras trabaja. En una de
las últimas muestra los trastos que está confeccionando para Sandra
Moscoso.
Su apuesta es fuerte. No ha cogido el trabajo para
aburrirse y tirar la toalla en dos días. De hecho, cada día da un paso
más y todo ello a pesar de que es autodidácta. Nunca antes había tenido
contacto con el mundo de la sastrería. Aprendió a base de hacer, de
probar, de equivocarse y de rectificar. Nadie le enseñó ni siquiera a
coger una aguja o a manejar una máquina de coser. El secreto está en la
constancia y en las horas que ha dedicado a acercarse a los entresijos
de una labor tan apasionante como compleja, en la que muchas veces la
tradición y el nombre prima por encima de otras cuestiones.
Una muleta supone una hora y media de trabajo y cuatro y
media un capote. Todo se confecciona a mano y a máquina y hay distintas
medidas y cortes, adaptados a los gustos del torero y a su altura. «Si
trae un capote propio, saco los patrones y le hago uno exactamente
igual», explica Paco Méndez que señala la importancia de reparar los
trajes, a los que suele cambiar los puntos, que es lo que va de color
en la taleguilla y que suele deteriorarse con frecuencia, o tras alguna
voltereta o cornada.
«Se arreglan también los roces de la chaquetilla, los
machos... Son muchos detalles que hay que solucionar si no quieres que
el día de mañana se vaya el traje y la reparación sea mucho más
costosa», asevera. Si llega ese momento, la confección de un nuevo
vestido de torear es mucho más compleja. Hay que dedicar muchas horas,
tener cuidado y hacerlo perfecto al tratarse de una prenda muy delicada
que está realizada cien por cien a mano. Él se encarga de diseñar,
tomar las medidas y hacer los patrones.
Los matadores suelen llegar a su taller con una idea fija
del traje que quieren, aunque se dejan aconsejar en cuanto a bordados y
colores. «A mí me gusta el azabache y los colores oscuros», cuenta Paco
Méndez con respecto a sus preferencias personales.
El sastre recibe a numerosos profesionales de Portugal,
que son sus principales clientes, sobre todo los banderilleros. Poco a
poco, a base de trabajo y esfuerzo, comienza a ser conocido por los
matadores de Extremadura que le encargan capotes y muletas. También los
novilleros y los toreros de plata de la región. «Estoy pendiente de una
cosa bastante importante que aún no pudo adelantar pero conozco a gente
por haber sido profesional y con su apoyo me están abriendo muchas
puertas», relata.
Y todo ello a pesar de que no es fácil. Paco Méndez
enumera las dificultades de sus inicios. No querían venderle telas de
calidad porque no tenía nombre ni antigüedad y era lógico cometer
algunos errores por el desconocimiento pero en lugar de permitir que
estos le hundieran se aprovechó de ellos para sacar valiosas enseñanzas.
«En la sastrería como en el toreo hay que hacer las cosas muy bien para
ir subiendo escalones», sentencia.
Afirma que dentro de unos años le gustaría verse... en
Extremadura. «De aquí no me muevo», dice con una sonrisa. Pero sobre
todo su sueño es que su proyecto vaya a más cada día, para no alejarse
del toro y para seguir triunfando. Las alegrías que un día le dieron los
toros se truncaron en tragedia tras su lesión, pero nunca miró con
resentimiento a la profesión. Aprovechó sus conocimientos y con valor,
esfuerzo y cariño siguió toreando, no con el cuerpo, pero sí con el
alma que pone en cada una de las piezas que confecciona.
hoy.es
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