"El deseo de emulación de Lagartijo era lo más
destacable. El año 1868 no concurre a las corridas de la plaza de Madrid; este
año es importante para su vida torera; en él tienen lugar sus primeros
encuentros con Frascuelo. Tuvieron carácter de verdadera rivalidad en las dos
corridas de Granada los días 7 y 8 de junio. Habían aparecido algunos pasquines
intencionados junto a los carteles anunciadores de la corrida; en la tertulias
era tema de discusión la superioridad de uno u otro torero, tema que apasionaba
vivamente por la cualidad de ser Frascuelo granadino...........En la corrida
del 11, con toros de Saltillo, la competencia tomó caracteres pocas veces
superados. (..) Lagartijo decide matar seis toros de Miura en Madrid. Frascuelo
se entera lógicamente y comenta:
-Pues yo también mato otros seis toros; pero si Lagartijo
mata toros de Miura me lleva ventaja con sólo anunciarse, al tener que matar yo
toros de otra ganadería.
Lagartijo no era culpable de esto y mató los miuras de seis
estocadas certeras. Frascuelo tuvo que matar seis toros de Veragua y el último
le cogió dándole una tremenda cornada en el vientre..........Aún quedaban en el
aire los comentarios sobre las seis estocadas de Lagartijo y mientras se
recuperaba Frascuelo de la cornada, los amigos que le visitaban decían:
-Hombre, Frascuelo, ¡qué mala suerte! ¿Cómo te cogió el
toro?
Y Frascuelo les respondía:
-A mí no me cogió el toro; a mi me cogió
Lagartijo...............Yo no podía pinchar; tenía que dar seis estocadas
también, como él"
"Mi paso por el toreo", de Rafael Ortega Gómez, Gallito.
Como el patio de vecinos
siempre está abierto a todo el que quiera opinar, y como desde cualquier
ventana de par en par se oyen voces que van y vienen, hoy toca sacar la colada
a tender, aunque al final sólo emanan los trapos sucios.
Rememorar cualquier tiempo
pasado, más en esto de los toros y sus gestas ancestrales, siempre ha sido
grano en el culo para los que nunca han querido más que el sobe en el lomito y las palmas a su paso. Pero tener en
la mano honrar en el ruedo, mejorando o al menos intentarlo, todo la memoria
que alumbra el presente y futuro de esto es de una irresponsabilidad tan
manifiesta que cualquier intento por defender esa desidia sería un insulto a
los que pagamos y a los que leemos.
Ya ves tú, que El Juli no dejaría de ser uno más de esos
toreros indiferentes para aficionados como yo - vaya por delante que no sólo
gusto de ver encastes a punto de desaparecer, también me han gustado siempre
los toreros que se comen sus limitaciones enfrentándose a ellas- si no fuese por
su contumaz deseo de llamar la atención siempre fuera de su campo de acción, de
lo que es su hábitat. Y sabemos de él y en consecuencia lo hacemos eje de
nuestras tertulias no por su creciente y codiciosa superación, ni por dar ese
anhelado puñetazo encima de la mesa y sentar las bases de una época en
esto del toreo. Porque aunque sea un proscrito para los juligans,
bien explicó André Viard que "Quince años en tres siglos de Tauromaquia
son una anécdota. Me temo que ésta no será la época de El Juli".
Decía Lord Kelvin (el de los grados) uno de los
aforismos preferidos de David Díez: "lo que
no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada
siempre". Lejos quedan las humanas intenciones que se
proyectaban en un instinto individual, propias de una naturaleza inquieta y
emprendedora, intenciones con las que cada uno de nosotros siempre hemos
querido ser mejores, o al menos no dejarlo de intentar. La selección natural de
Darwin, la supervivencia de los que se adaptan –que son
aquellos que no se inventan un mundo paralelo, matrixniano si
se quiere, en el que el paso del “quien no está conmigo está contra mí” es
tan cortito como las ganas de enfrontilar los desafíos que a uno se le
ponen por delante- es lo que dignifica y encumbra a los hombres y sus obras.
No hay enconada lucha por
la primacía del escalafón, no hay ansia alguna por medrar en esto de, ni rastro
de un amor propio que desahucie el sitio donde ahora habita una rencorosa
venganza. Se ofrece Talavante a matar seis victorinos en Madrid (que en cristiano significa
algo así como "yo quiero ser algo en esto del toreo") y llega
Manzanares y lanza lo de su encerrona en Sevilla,
que es como coger el bote de Cola Cao y ponerle la etiqueta del Nesquik, lo de siempre
pero con otro nombre. Al menos no ha dicho que se pare el mundo para bajarse
él, que parece que es lo que va a hacer Julián.
¿Qué eso de que en Sevilla el año pasado se la jugaron, y que en
Madrid no se llegó a un acuerdo por 4 monedas de oro? ¿Esas son las ganas que
tiene uno de tapar bocas, dando un "me pongo azul, me enfado y ya no te
ajunto" por respuesta? ¿Pero no se da cuenta que los aficionados vamos a
seguir pensando igual de él, pero que el público ocasional que va a verle es
más que probable que disminuya a pasos agigantados?
Y mientras seguimos
esperando esa venida de El Juli,
para poder certificar, de una vez por todas, ese poder del que tanto se ha oído
en los ruedos y que sólo hemos visto en los despachos. La evolución inversa, es decir, volver a los simple, fácil y plausible. Porque al igual que el
soldado que huye sirve para otra batalla, el que reina sin corona pierde el
trono, y el que va de figura en Olivenza y torea sólo donde le ríen las
gracias.
Y eso que José Tomás
todavía no ha salido a la palestra. Al tiempo.
No quiero olvidarme de
Manzanares y su ¿gesta? sevillana, pero (como dicen en "El Señor de los
Anillos"): hoy no es el día.
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