jueves, 25 de abril de 2013

LA HORA NUÑEZ


NUEVO OPUS DE TIERRAS TAURINAS

Las ganaderías de Alcurrucén, Carriquiri y el Conde de la Maza representan la riqueza del encaste Núñez tanto como la propia casa madre... o quizás más, puesto que, mientras ésta se encuentra en un compás de espera en busca de un trapío conforme a los tiempos actuales, las primeras han seguido un camino distinto que les ha permitido lidiar con regularidad en plazas de primera.

Tres ganaderías, sin embargo, muy diferentes entre ellas, lo que también da fe de la riqueza de un encaste cuya hora triunfal no tardará en llegar. De la Vía Augusta tomada por los hermanos Lozano hasta el lado oscuro de la fuerza encarnado por la ganadería del Conde de la Maza, el viaje emprendido en este opus a través de las tierras taurinas de Morón, Córdoba, Trujillo, Navalmoral y Toledo, pasa también por Olivenza, donde, gracias a la ganadería de Carriquiri, se puede comprobar que el romanticismo–factor crucial en las raíces de la Fiesta– perdura, aunque de forma testimonial, igual que el nombre de la rosa.

Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus: de la rosa de los orígenes únicamente queda su nombre y nosotros tan sólo conservamos de ella nombres vacíos…

LOS ESTABLOS AUGEOS

La riqueza de un encaste no se mide en el número de cabezas que posee, sino en las posibilidades que ofrece a sus criadores.  Y de la misma manera que el de Domecq permite elegir una dirección u otra  para criar un toro más encastado o más dócil, gustos aparte, el de Núñez también brinda esa posibilidad. Qué duda cabe que, entre la casa madre y la ganadería del Conde de la Maza, por ejemplo, existen tantos matices diferenciales que hasta podríamos decir que no se parecen en nada. Las dos, sin embargo, proceden de la misma mezcla original cuya génesis fue estudiada en el opus 19 aunque, en la segunda vacada, intervinieron otras fuentes que, en realidad, ya fluían cuando Carlos Núñez Manso creó la suya a partir de Manuel Rincón, Mora Figueroa y el Marques de Villamarta. Una vez más, se cumple aquí el viejo dicho de que los toros se parecen a los hombres que los crían. Por tanto, en este opus, se da la palabra a tres ganaderos muy distintos, cuyas ganaderías son ahora mismo tan representativas de la riqueza del encaste Núñez como la propia casa madre... o quizás más, puesto que mientras ésta se encuentra en un compás de espera en busca de un trapío conforme a los tiempos actuales, las otras, gracias a que han seguido otros caminos, lidian con regularidad en plazas de primera categoría. Entre ellas, hay que destacar, por supuesto, la trayectoria de Alcurrucén que, sin depender jamás de las imposiciones de los toreros, ha conseguido estar, temporada tras temporada, en Madrid, Sevilla, Bilbao, Valencia o Pamplona... así como en diez o doce cosos más, siendo una de las vacadas que más lidia todos los años. Obviamente, nadie ha regalado esta situación privilegiada a los hermanos Lozano, quienes han tenido que demostrar un indudable talento ganadero, así como una habilidad mercantil de sobra evidenciada en sus otras facetas profesionales.
La ganadería de Carriquiri, que Antonio Briones fundó hace un cuarto de siglo a partir de un núcleo salido de Los Derramaderos y absorbido poco a poco por distintas aportaciones de Alcurrucén, es hoy una extensión de esta última. E igual que en aquélla, la inmensa mayoría de las reses que se crían provienen de la rama de Manuel Rincón. En cuánto a la de Villamarta, más presente en los orígenes de Carriquiri a través de un hijo de Ringoalto, se encuentra cada día más absorbida por la de Rincón, aunque en Alcurrucén subsisten distintas reatas que perpetúan sus nombres. Tal vez, donde más huella ha dejado el encaste Villamarta ha sido en la ganadería del Conde de la Maza, gracias a la aportación de vacas y sementales procedentes de la vacada de los hermanos Berrocal, quienes poseían uno de los hatos más bravos salido de Los Derramaderos cuando el conde y su familia instalaron una parte de éste en Los Arenales.  Evidentemente, a estas tres ganaderías se podrían haber añadido muchas otras nacidas también de esta misma estirpe: de postín o más modestos, afortunadamente, son numerosos los ganaderos que siguen apostando por el encaste Nuñez, a pesar del bache comercial que atraviesa en las ferias y del lamentable desinterés de las figuras hacia él.

Tiempo habrá en los opus sucesivos para visitarlas todas, dando a cada una el espacio necesario para contar su historia, y a sus ganaderos la posibilidad de expresar sus inquietudes y sus sueños, igual que se ha intentado en la presente obra con los hermanos Lozano, Antonio Briones y Leopoldo Sainz de la Maza. Ojalá las palabras tan claras y apasionadas de los tres animen a sus compañeros a salirse del habitual discurso “políticamente correcto” que tanto daño hace a la imagen de la Fiesta. Envuelta en una crisis económica brutal y con su propia existencia amenazada por un nacionalismo cínico, ésta necesita, más que nunca, librarse de sus propias derivas. La crisis, por la ruina que acarrea a todos los estamentos del mundo taurino, debe ayudar a romper el modelo actual. Y puesto que en este opus se habla a menudo de mitología e historia, no resultaría descabellado desear que, igual que los ríos  Alfeo y Peneo que Hércules desvió de su cauce natural para limpiar los establos de Augías, un torrente de pasión y generosidad arrase de una vez todas las metástasis de este cáncer voraz que gangrena la Fiesta, hasta llevarse por delante las estrategias mercantiles indignas de su dimensión cultural, que explican, en parte, la mala imagen que hoy padece. La Vía Augusta del toreo, es decir, la que lleva de la nada a la cumbre, sólo podrá ser restaurada si, entre todos, sabemos mandar de una vez al vertedero todos los detritos que la obstruyen e impiden contemplar el gran yacimiento de su grandeza, obstruido, desafortunadamente, por el barro viscoso de una codicia brutal.

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