domingo, 31 de enero de 2010

Tragabuches



Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes», se desahogó con José María de Cossío el 14 de julio de 1935 Miguel Hernández, el poeta popular por excelencia del siglo XX, entonces sumido en los aditamentos propios del amor obstinado pero no correspondido de Maruja Mallo, de quien se habría prendado en casa de Pablo Neruda. Mujer de una pieza, la pintora se empleaba por libre en esa suerte de batallas, haciendo mangas y capirotes de la disciplina monógama del romance con rima fija, corto pero fogoso, que durante un puñado de semanas mantuvo con el autor universal de Orihuela, a quien al cabo dejó tan hundido como en su momento a Rafael Alberti, musa de ambos y desencadenante de 'Sobre los ángeles' y 'El rayo que no cesa'. Son los gajes de la vida, a veces sometida al vaivén de oleajes encontrados.
Encontrada la vida y sobrevenidos los cuernos, con Miguel Hernández por los cuernos matado de celos y por los cuernos agarrado a la cotidianeidad. Y es que el poeta se ganaba el pan de cada día como negro de José María de Cossío en la enciclopedia impagable de 'Los Toros', maravilla de las maravillas que para sí querría cualquier ciencia. De mano del poeta corrieron muchas de aquellas páginas, a la vez escritor de despacho, investigador de bibliotecas (en ocasiones puesto en un brete por «alguna que otra abreviatura o palabra que no entiendo en los manuscritos») y rastreador de campo. ¿Cuántas y cuáles? A ciencia cierta nadie lo sabe. Cossío, el único en condiciones de detallarlas, no lo creyó necesario, convencido de que esa carga de incertidumbre añadía gloria a la obra.
A pesar de ello, hay semblanzas cuya autoría hernandiana nadie pone en entredicho, como la de Tragabuches, uno de los Siete Niños de Ecija, pista que tomaría en marzo de 1936: «El otro día he pasado Sierra Morena y no puedes imaginarte qué emoción me ha dado recordar a los bandidos generosos», escribe desde Puertollano a Cossío. Diestro formado en la mítica escuela rondeña de los Romero, Tragabuches tiró por la borda una carrera taurina prometedora al echarse al monte tras asesinar a su mujer, bailadora gitana de la que estaba enamorado profundamente, y rebanar el pescuezo a su joven amante, al que descubrió escondido en la tinaja del agua. 
Estampas las que se le atribuyen memorables, coloristas y hondas, quintaesencia del relato medido, con las palabras precisa y sin ganga retórica, en el Cossío se encuentra la mejor prosa de Miguel Hernández. Pasión de libertad y víctima de la represión franquista, tal vez convenga recordar que fue admirador de Ignacio Sánchez Mejías, diestro de leyenda cuya muerte trágica exaltó con una composición elegiaca y una 'tragedia española' ('El torero más valiente'), y que ha pasado al imaginario colectivo como el cantor supremo del toro de España durante el drama incivil de la guerra («Alza, toro de España: levántate, despierta»). A la luz cegadora de sus palabras, a ver cómo mantienen los señoritos anti taurinos que los toros son de derechas. Pasen y lean, estamos de centenario.

Gonzalo Santonja - Norte de Castilla