martes, 17 de julio de 2012

Céret para no iniciados



Se acordó que nos despojaríamos de  predisposiciones triunfalistas antes de cruzar la frontera. Dispusimos una pequeña hoja de ruta que nos permitiese no dejarnos llevar por lo que habíamos oído. Convinimos incluso en mesurar nuestro discurso sobre las emociones que viviésemos a la hora de ser narradas. Resolvimos también,  lastre inútil que atenazaba,  olvidarnos de todo prejuicio de aficionado contrario a ciertas costumbres, y jubilar nuestras tendencias que nos inclinaban arbitrariamente hacia ciertos afectos y gustos. Prescindimos, en el desfiladero fronterizo de Le Perthus, de aquellos lacónicos paralelismos que nos hiciesen sentir exiliados de un país donde ya no somos reconocidos como entre prójimos.  Se admitió como única ventaja vanidosa la de dar respuesta, sin saber de su existencia, a la pregunta retórica de qué forma tiene nuestra defensa de la Fiesta; quimera  ancestral , guante taurino que, como a duelo, fue lanzado en días pasados, sin bajarse del caballo, por quienes no transigen con los que demandan criterio, honestidad y respeto. Criterio, honestidad, respeto.

Llegamos como el que llega a su primer día de escuela, con la intriga de lo desacostumbrado solapada con la firmeza de asumir una nueva  responsabilidad. Un afiche kilométrico nos anunciaba que llegábamos a territorio bravo. Siempre una silueta de toro: en cada cartel (no sólo de las corridas programadas), en cada escenario musical, en el puente del Diablo, en las camisetas de las peñas, en los mandiles de las cocineras, en los baberos de los niños. Siempre una traza de un toro. Nada supimos de dibujos de toreros a la verónica, ni de bocetos de toreros muleteando, ni de retratos de toreros con su dirección de Facebook y twitter debajo. Siempre una silueta de un toro. Y daba igual dónde estuviésemos, cada gesto era orientado al bravo. Y razonablemente dudamos de si esas manifestaciones artísticas se materializarían en animales con casta y trapío auténtico. Pronto el estoque de la evidencia despenó nuestras confusas incertidumbres.

Y empezamos a ver señeras. Y barretinas. Y franjas rojas sobre fondo dorado en las calcetas de muchos mozos de las peñas locales. Y piensas en prohibiciones, en Carod Rovira, en cómo se puede defender el toro en un pueblo que también defiende ser catalán. No sabíamos que  la respuesta vendría sola. Aunque en verdad no hay respuesta a la paradoja de querer en collera independencia catalana y toros bravos. Y no hay respuesta porque no hay pregunta.  La Cataluña que nos han explicado es la que soterra todo lo español, porque es la Cataluña de La Junquera para abajo. Pero cuando estás en Céret  entiendes que para ellos Cataluña es un trozo de España y otro de Francia, que nos odian (o nos quieren) por igual a ambos lados. Que ellos sólo quieren una tierra para incluir,  que excluir no va con ellos. Y es entonces cuando sí que sabes  por qué sigue habiendo bous al carrer en Cataluña (la de debajo de La Junquera)  y  toros bravos en Céret.
Nunca hubo un mal gesto, una arrogante mirada, ni un solo símbolo excluyente. Para ellos los toros son tan suyos como la bandera barrada.


Desde el momento que acampamos dirigimos nuestros pasos hacia las arenes y los corrales, y ciertamente que se cumplió lo que habíamos oído.
Y de lejos atisbamos el cerco enladrillado que acota la plaza y sus corrales, todo empapelado de hierros ganaderos, de legendarias  vacadas de las que algunas de ellas no hubo defensor de la Fiesta que se acordase de ella ni torero que quisiese lidiarla.
Y los de la ADAC nos invitaron a visitar los chiqueros pegados a  su plaza, para a través de unos cristales incrustados en las paredes de hormigón de los corrales, estratégicamente colocados a la altura de nuestros ojos,  admirar donde pacían utreros y toros a partes iguales, listos para ser lidiados durante el fin de semana. Y nos explicaron cómo se hace una Fiesta al margen de las amenazas de los antis, de las subidas de impuestos y de taurinos que sólo ven parné donde sólo hay criterio, honestidad y respeto. Criterio, honestidad, respeto.
Y te cuentan cómo empezaron hace 25 años, para recuperar la abandonada plaza (propiedad privada, no pública, de un particular al que hay que ir anualmente a pedirle venia para poder montar otra vez todo el lío) en la que no caben más de 4.000 aficionados. Cómo dos meses antes de su Feria hacen turnos para restaurar el tendido, reponer los burladeros, pintar las tablas. Cómo el Ayuntamiento nunca ha querido saber nada de ellos, salvo estos últimos años al regazo del nombre de la ADAC el hôtel de ville monta y desmonta corridas fuera de Feria, (nadie sabe si al final vendrá a lidiar este año Prieto de la Cal), con el único predicamento de hacer caja a costa del trabajo de fondo de una desinteresada y prolija afición.


Y llegaron los días de toros. El hierro ganadero que lidia impreso en el medio del albero y en los burladeros. Y suena “Els Segadors” antes del paseíllo (cobla con dulzaina catalana y contrabajo incluido), solemnemente todos oyen con operístico respeto la tonada, y nadie piensa en que estamos en un paisito pequeño ahí arriba que no se mete con nadie, nadie piensa en un seny que no es tan diferente de la morriña gallega o la nostalgia castellana como nos lo quieren ensartar. Allí sólo hay gente remando hacia el mismo lado. El toro bravo, auténtica alianza de civilizaciones. Y en la tablilla, junto a la ramadería (hierro) a lidiar esa tarde, se puede leer el nombre del picador de turno. Y el presidente es un aficionado de a pie. Y cuando hay un toro en el albero nadie dice esta boca es mía. Y se respetan esos tácitos turnos de opinión, tanto para el veredicto de la faena como la del toro, justo antes del arrastre de las mulillas .
Y  se despidió a El Fundi tan efusivamente como cuando vuelve El Almendro por Navidad.
Y salieron los Moreno Silva –que todavía no sabemos sin son puros Saltillos- con esas perchas, esos leños, esos lustres, que con cada lejanísima arrancada al caballo (nunca menos de tres, nunca empleándose en el peto) te hace cavilar si en Madrid hemos visto 6 pavos así en un mes de Feria y su apéndice (los viejos del lugar nos soplaron que cuarto y quinto bis eran impresentables de presentación para su arenes).
Y  el 3 en 1 desatascador de cualquier Feria: el reinventado Castaño dignificando el oficio, el contumaz Tito basculando su pica y dosificando el esfuerzo de la vara, y el solvente Adalid que ya no sabemos si sólo banderillea o si algún día volverá a la brega.
Y al día siguiente, por la mañana, clase magistral de presentación de una novillada, lo de Escobar , fibroso,  con el pelo cárdeno destellando y ganando por KO a los novilleros osados y valientes que se las vieron con los de Ísla Mínima.
Y por la tarde  uno que vino desde San Fernando de Henares para rendir cuentas a seis de Lanzahíta. Robleño con 6 de Escolar. R-6 como alternativa al G-10.
Y Fernando recetando 20 muletazos a su primero, diez con cada mano, ni un punteo, ni un toque del  morlaco. Y templó (yo lo vi, sí). Y cortó orejas. Y tres cuartos de lo mismo a su último cárdeno (más amigablemente concedidas estas dos pelúas).


Y entre medias el baile de salón de los caballos de Bonijol (ese del que muchos despotrican y que nadie le hace sombra). Y Gabin Rehabi tomando el relevo de Tito en la cátedra del manejo de caballo. Picados con las picas. Y así era la antesala de grandes tercios de banderillas, y estos a su vez anunciaban grandes tercios de muleta. Y a veces salía casta buena, y a veces salía genio. Y a veces Robleño se cruzó a pitón contrario, y esas veces era cuando los albaserradas barrían el albero con el hocico, y esas veces era cuando Robleño desmontó la teoría de que los toros que van 4 veces al caballo luego llegan derrengados en la muleta. Y siempre había algo interesante a lo que prestar atención. Y nunca nadie se aburrió. Y Fernando y Pichorronco salieron a hombros.
Y fuimos recios con nuestra visión de los sucesos. Y no nos dejamos abducir por los forofos radicales. Y nos mantuvimos firmes a la hora de reclamar que había cosas que se podían mejorar Y  fuimos escrupulosos también cuando hicimos tertulia.

Y fue, allí y entonces, cuando inconscientemente nos dimos cuenta de que habíamos hecho 1.500 kilómetros en tres días para defender la Fiesta; que al toro no hay que  “cuidarlo”, porque el toro se cuida solo; que cuando un Zalduendo o un Garcigrande llega con la lengua fuera al tercio de muleta no es porque esté reponiendo, es simplemente porque no tiene casta, que de facto ha de venir de serie en un toro. Y que cuando se necesitan más de 30 toros para pasar 4 de una corrida en Madrid, reseñada tres meses antes (¿?) es que les importa un carajo lo que opinen los que pagamos. Y es allí y entonces donde se nos reveló que cada vez que un profesional te dice “baja tú y torea” es porque se pone a la altura de un semejante, cuando debería demostrar que es más titánico y buen aficionado que cualquiera de los destinatarios de sus jaculatorias. Y es ahí donde se cumple el aforismo de que si me engañan la primera vez la culpa es tuya, pero si me engañas dos la culpa es mía.


Quien quiera saber más y más bonito de estos días ha de leer a David El Toro de la Jota y a Pedro Dominguillos.
Gracias a ellos y a Susana, Josemi, Kakel, señor José ganadero de "Los Maños", Rafa Blanca, José Felipe y Marco, pero sobre todo a Blanca (siempre Blanca) por certificar con su amor por esto que otra Fiesta es posible, una que se base en  el criterio, la honestidad y el  respeto. Criterio, honestidad, respeto.



CARTEL FERIA TAURINA DE SAN SEBASTIÁN - SEMANA GRANDE 2012