domingo, 30 de diciembre de 2012

PICADORES DE OTROS TIEMPOS




Antonio Díaz-Cañabate en su libro «Tertulia de Anécdotas», narrando las peripecias de su amigo Luis Martín, contratista de caballos en la plaza de Vista Alegre... : «Entonces los jacos que montaban los picadores valían poco, unas pesetillas de nada. Aun así y todo, el negocio era bastante arriesgado porque los toros que se lidiaban en aquel ruedo, a pesar de que nunca tenían mucha casta, cuando cogían a un caballo por su cuenta se despachaban a su gusto tirándole cornadas. Luis Martín todavía se lleva las manos a la cabeza cuando lo recuerda: « ¡Qué corridas de toros aquéllas! Me acuerdo de una de Palha, que penco que cogía un toro le tiraba al aire y el animalito caía como si le hubieran tirado de la Telefónica a plomo y lo menos que se partía era la espina dorsal... Uno de los picadores era Brazo Hierro; después de una caída de ésas entró en el patio de caballos, tambaleándose, sin vista, y, como sonámbulo, va y se tira al pilón de agua. «¿ Pero qué haces ?»Le preguntaba yo. «Nada, déjame ahogarme, maldito sea mi sino». Esa tarde, ¡vaya unos Palha de mi alma! Para que te des una idea de lo que fue aquello te diré que había cola de picadores en la enfermería; te lo juro por mi honor. Claro que los picadores de entonces eran como Hernán Cortés. Todavía pica el Arturito, Arturo Serrano, el único en el mundo que se ha salvado del tétano.


Arturito entro una tarde en el patio de caballos con la cabeza torcida. «¿ Qué te pasa, Arturito ?; vete para la enfermería». Y él me contesta: «No, déjalo, a lo mejor es un aire; procuraré caerme del otro lado para que vuelva la chola a su sitio». Y al otro toro pues lo consiguió el hombre. Naturalmente, que no todos tenían este temple. Se lidiaba una corrida de Félix Gómez, una moza; el que menos pesó treinta y dos arrobas. Al cuarto toro no quedaban más que dos picadores relativamente sanos. Y oigo que uno de ellos le decía a un mono: «i Avísame un coche!». «¿Pero a dónde vas, chalao ? ¡ Si aún quedan dos !» «Pues por eso precisamente que quedan dos me voy. Yo he venido aquí a picar y no a la guerra europea». Entre yo y cinco guardias lo tuvimos que montar a caballo para que saliera al ruedo, y cuando le abrían la puerta se volvió y nos dijo . «En la calle de Tabernillas vivo; decidle a mi mujer que la perdono de todo corazón». Eso sí, aquellos picadores bebían cazalla que daba espanto. Por la mañana del día de la corrida llegaban a la prueba de caballos. Yo tenía preparados tres litros del peor matarratas que encontraba. ¡Tres litros, que se dice pronto! Bueno, pues a la media hora no quedaba ni una gota. Se enjuagaban la boca y me decían: «i Hoy es flojillo, Luis!». El miedo lo empujaban para dentro a fuerza de aguardiente... Algunos preguntaban: «¿ Qué es lo que hay encerrao ?» Y uno, pues qué les iba a decir, le quitaba importancia al asunto. «Nada, unos infelices». El Anguila, al contestarle eso una vez, me dijo: «i Oye, tú, so mal ángel!, ¿ por qué llamas infeliz a la torre de Santa Cruz ? ¡Ponte los hierros y súbete en este manojo de huesos y entonces hablas!».



 Ahora que lo que no se me olvidará nunca es aquel toro de Palha que se lidió el año 1922. ¡Qué toro ! Sale del chiquero, y como entonces los picadores lo esperaban en el ruedo, ve a unos, se va pa él, coge el caballo, le tira unos cuantos gañafones y... ¡le parte por la mitad ! La parte delantera quedó debajo del estribo de la barrera y la trasera en el tercio. -¿Y el picador?-Al picador no se le ha vuelto a ver más. Salvado de la catástrofe por milagro, salió corriendo y hasta ahora, -i Pero bueno, qué clase de caballo era ése! Pues un caballo, señor, lo que se dice un caballo; no un pura sangre, ni un normando; pero un caballo, con su esqueleto completo y su poquito de carne. Lo terrorífico era el toro, i Aquello no era un toro; aquello era Jack el Destripador y la fiera corrupia, en una pieza!» -« ¿Y quién lo mató ?»-«Nadie, aun está vivo y coleando. ¡Animalito, luego me enteré que era un toro antropófago que se comía tres carneros de una sentada! Y el señor de Palha lo mandó a Vista Alegre a una fiesta de luz y alegría. ¡Te digo que en este mundo se ve cada cosa!».