Hubo una vez un torero del que cuentan que antes de hacer el paseíllo tenía que rezar 300 padrenuestros a cada una de las ciento y pico estampas que llevaba en su capilla ambulante. Tal era el empeño, casi adicción, que se dio el caso en que aquello se alargó más de la cuenta y a la cuadrilla no le quedó otro remedio que, casi arrastrando al matador, salir disparados del hotel, no fuesen a sonar los clarines sin "la figura" liada en su capotillo.
El "maestro", cuando le preguntaban si aquello era superstición, espetaba, eso sí, a la defensiva: "Yo no soy supersticioso, porque eso es pecado y no entra dentro del cristianismo. Son sólo manías".
Hoy es ganadero, apoderado y empresario, y sigue diciendo que, de ser, será el que más reza del universo, pero que de "lo otro" nada de nada, "lagarto, lagarto".La superstición nace, etimológicamente, de la supervivencia, y pareciera que pensaban en los toreros los inventores del término, porque los toreros son, antes que nada, profesionales de la supervivencia, dobles supervivientes cada una de todas sus tardes.
"La superstición viene por el miedo, pero también porque el torero se siente figura y teme a la responsabilidad de que las cosas no le salgan como él desea. Muchas veces se hace dueño de uno y es muy difícil combatirla".
Cincuenta años de oficio contemplan esa reflexión, y es curioso cómo coincide con esta otra de un torero novel: "La superstición es una manía que se coge cuando te ha pasado algo o un mal momento. Como en el toro uno se juega mucho la vida, pues entonces se suele tapar con eso el miedo que se pasa".
JAVIER MANZANO 06/06/2000
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