Alfonso Navalón Grande falleció el 27 de agosto de 2005 en Salamanca a los 72 años.
Navalón, que en los últimos tiempos se dedicó principalmente a la cría de ganado bravo, lo que alternaba con algunas conferencias sobre toros.
Navalón, que en su época de mayor esplendor como periodista taurino dirigió en Santander diversas tertulias, había nacido el 5 de abril de 1933, accidentalmente, en Huelva. A los pocos meses se trasladó a la tierra de su familia, Fuentes de Añoro. Acabado el bachillerato, estudió Derecho en Salamanca y en El Escorial.
Aficionado a los toros desde bien crío, frecuentó numerosos tentaderos, donde alternó ya con algunas de las figuras del momento. A los 16 años, en las Fiestas de La Soledad, en Fuentes de Añoro, mató su primer novillo. Tras una promesa familiar, Navalón decidió no ponerse nunca más delante de un novillo hasta terminar la carrera. No obstante, antes de finalizar sus estudios se trasladó a Madrid para abrirse camino como crítico taurino después de haber firmado con éxito sus primeras crónicas en 'La Voz de Miróbriga' y 'El Adelanto de Salamanca'.
Ya en Madrid, comenzó a trabajar en el semanario 'El Ruedo', junto a otros redactores como Joaquín Jesús Gordillo o el ya también desaparecido Vicente Zabala. Poco después, el cántabro Jesús de la Serna lo fichó para formar parte de la plantilla en el periódico 'Informaciones'.
En esa época consiguió, entre otros galardones, la 'pluma de oro'. Años más tarde, Emilio Romero contrató a Navalón para sustituir en el rotativo 'Pueblo' a Gonzalo Carvajal. En este periódico vivió sus mejores momentos profesionales.
Con la privatización de los medios del Estado, cerró 'Pueblo' y Navalón recaló en Diario-16, en donde permaneció hasta 1982. Desde entonces se dedicaba, en Salamanca, a la ganadería brava, sin muchos éxitos como criador, alternando esta profesión con colaboraciones en distintos medios de comunicación.Alfonso Navalón fue uno de los precursores de la crítica actual y maestro para muchos de los periodistas taurinos del momento.
Navalón, que en los últimos tiempos se dedicó principalmente a la cría de ganado bravo, lo que alternaba con algunas conferencias sobre toros.
Navalón, que en su época de mayor esplendor como periodista taurino dirigió en Santander diversas tertulias, había nacido el 5 de abril de 1933, accidentalmente, en Huelva. A los pocos meses se trasladó a la tierra de su familia, Fuentes de Añoro. Acabado el bachillerato, estudió Derecho en Salamanca y en El Escorial.
Aficionado a los toros desde bien crío, frecuentó numerosos tentaderos, donde alternó ya con algunas de las figuras del momento. A los 16 años, en las Fiestas de La Soledad, en Fuentes de Añoro, mató su primer novillo. Tras una promesa familiar, Navalón decidió no ponerse nunca más delante de un novillo hasta terminar la carrera. No obstante, antes de finalizar sus estudios se trasladó a Madrid para abrirse camino como crítico taurino después de haber firmado con éxito sus primeras crónicas en 'La Voz de Miróbriga' y 'El Adelanto de Salamanca'.
Ya en Madrid, comenzó a trabajar en el semanario 'El Ruedo', junto a otros redactores como Joaquín Jesús Gordillo o el ya también desaparecido Vicente Zabala. Poco después, el cántabro Jesús de la Serna lo fichó para formar parte de la plantilla en el periódico 'Informaciones'.
En esa época consiguió, entre otros galardones, la 'pluma de oro'. Años más tarde, Emilio Romero contrató a Navalón para sustituir en el rotativo 'Pueblo' a Gonzalo Carvajal. En este periódico vivió sus mejores momentos profesionales.
Con la privatización de los medios del Estado, cerró 'Pueblo' y Navalón recaló en Diario-16, en donde permaneció hasta 1982. Desde entonces se dedicaba, en Salamanca, a la ganadería brava, sin muchos éxitos como criador, alternando esta profesión con colaboraciones en distintos medios de comunicación.Alfonso Navalón fue uno de los precursores de la crítica actual y maestro para muchos de los periodistas taurinos del momento.
Esta es una de sus muchas crónicas:
Aquellos toreros aficionados
Añoranzas de la tienta de Alba de Tormes
Alfonso Navalón
Añoranzas de la tienta de Alba de Tormes
Alfonso Navalón
El día del tentadero benéfico de Alba de Tormes acudí con la curiosidad de conocer a estos chavales que representan la larga tradición de los toreros aficionados de España y sobre todo México donde tienen hasta una asociación y algunos matan auténticas corridas de toros. Desde siempre han existido bohemios que toreaban sin pensar en ser toreros, como don Julián Cañedo, aquel prócer asturiano que llegó a alternar con Gaona y Belmonte matando una corrida de toros en puntas. Era un hombre sin clase pero a fuerza de valor logró dominar la técnica. Después, a medida que fue desapareciendo el señoritismo, la figura del torero aficionado casi se ha extinguido. Me refiero al aficionado 'puesto' que puede airosamente actuar en público junto a las figuras y los profesionales. Porque se da el hecho curioso de que muchos torean magníficamente en el campo pero al salir en público se achican y no son ni su sombra.
Fue el caso de Pepito Villegas, con una clase fuera de lo normal que toreaba soberbiamente en los tentaderos pero en cuanto salía a una plaza se lo comía el público y se achicaba con la relativa seriedad del novillo. Otro gran torero como Alipio padre, también se impresionaba mucho ante la gente y el que más poderío tenía de todos era Luis Garcigrande, que tampoco en la plaza lucía como en el campo. Me dio un poco de pena ver a los chavales de Alba de Tormes sin la grandeza que solíamos hacer las cosas en los años sesenta, me dio tristeza verlos solos antes del festejo, sin la corte de chavalas y amigos que arrastrábamos entonces. Para empezar nos alojábamos en los mejores hoteles y actuábamos con utreros y picadores en plazas de cierto rango como Vitoria, Haro o Trujillo. Antes y después de los festivales nos dábamos unas fiestas de muerte y ocurrían anécdotas inolvidables en medio de triunfos estimables y fracasos estrepitosos. Que de todo hubo. Por ejemplo, un día en Trujillo, Javier Arjona andaba aperreado para matar su novillo y me acerqué enfadado: ¡Por Dios, descabéllalo de una vez que estamos pegando un petardo! Javier me dijo: "¡Acércate si te atreves!".
El eralito estaba aculado en tablas y a su alrededor había un montón de botellas de cerveza que había lanzado el público indignado. Y Javier tenía más miedo a un botellazo que a un revolcón. Otro día en Vitoria, a Juan Pedro Domecq, le dio un soponcio del susto en los primeros capotazos a un utrero de Juan Mari Pérez Tabernero que sacó mucha fuerza. Juan Pedrito, harto de torear cientos de vacas en su casa, se desmayó como una embarazada y tuvimos que llevarlo a la enfermería. ¿Está herido? Y el médico nos contestó: "¡Como no sea en los calzoncillos!...". Otra vez sentí un estrépito tremendo en el cuarto de al lado, ocupado por mi compadre Juan Carlos Martín Aparicio. Lo encontré tendido en el baño, donde se había pegado un cogotón de órdago. Resulta que se puso a ensayar el pase del estribo en el borde de la bañera, se resbaló y al caer se agarró de un neceser que llevaba siempre lleno de cremas y colonias y allí estaba como una rana lleno de frascos todo el suelo. Ya digo, que íbamos a lo grande. Cuadrillas De picadores llevábamos al Conde de la Maza, a Luisito Fabrés, Borja Domecq, Miguel Higuero, Carlos de Rojas y otros por el estilo. De peones salían matadores de toros. Yo por ejemplo tuve de subalternos a Victoriano Valencia, a Antonio de Jesús y al pobre José Falcón. Aquello apenas duró un año. Unos se asustaban del público.
Otros las pasaban moradas para matar y otros como el golfo de Sancho Dávila quería usar nuestra asociación para hacer luego el ridículo como torero profesional. De todas formas, fue una etapa rica en aventuras y recuerdos. En 'El Ruedo' se publicaron unas fotos espeluznantes de una cogida de Juan Carlos, con los pitones del novillo en los riñones, en la garganta y en los ojos. Salió milagrosamente ileso. Lo más curioso es que el novillo le quitó la chaquetilla entera sin un rasguño. Le metió el pitón por la cintura, se lo sacó por la nuca y al recoger la chaquetilla no tenía ni un descosido. ¡Qué limpieza! Después el grupo se disolvió. Sólo Juan Carlos tenía alguna actuación esporádica en público. Seguí en activo casi veinte años más. Un año llegué a torear 17 festivales. En una semana salí en Valdemorillo, Alicante y Ciudad Rodrigo. Me retiré el 15 de agosto de 1984, actuando donde maté mi primer novillo en público con 14 años. En la plaza de mi pueblo, que esta vez era portátil, sobre el ruedo de las eras de mi abuelo Francisco Grande. El chófer que me llevó a la plaza era mi hijo con once años y mis compañeros fueron Antoñete y Roberto Domínguez con novillos de mi ganadería. Ahora me llama Juan Carlos para actuar en Salamanca en un cartel de viejas glorias. Y unas se me van y otras se me vienen. Si fuera capaz de estar quince días sin fumar y adelgazar cinco kilos ya estaba ahí: Pero sé que no voy a tener fuerza de voluntad. Y lo mejor será dejar la historia cerrada. Más que nada por miedo al ridículo. Porque si se te aflojan las piernas y te asfixias van a pensar las señoras que en la cama andaremos igual de mal.
Y hay que mantener el prestigio. Yo que tú, Juan Carlos, ni lo intentaba, más que nada porque te puedes tropezar con los juanetes y 'abruciar' en toda la tierra de la plaza. No es que te fuera a pasar nada. Pero como los de 'La Gaceta' son tan 'miraos' si te ven 'abruciar' a lo mejor ya no te dejan escribir.
Fue el caso de Pepito Villegas, con una clase fuera de lo normal que toreaba soberbiamente en los tentaderos pero en cuanto salía a una plaza se lo comía el público y se achicaba con la relativa seriedad del novillo. Otro gran torero como Alipio padre, también se impresionaba mucho ante la gente y el que más poderío tenía de todos era Luis Garcigrande, que tampoco en la plaza lucía como en el campo. Me dio un poco de pena ver a los chavales de Alba de Tormes sin la grandeza que solíamos hacer las cosas en los años sesenta, me dio tristeza verlos solos antes del festejo, sin la corte de chavalas y amigos que arrastrábamos entonces. Para empezar nos alojábamos en los mejores hoteles y actuábamos con utreros y picadores en plazas de cierto rango como Vitoria, Haro o Trujillo. Antes y después de los festivales nos dábamos unas fiestas de muerte y ocurrían anécdotas inolvidables en medio de triunfos estimables y fracasos estrepitosos. Que de todo hubo. Por ejemplo, un día en Trujillo, Javier Arjona andaba aperreado para matar su novillo y me acerqué enfadado: ¡Por Dios, descabéllalo de una vez que estamos pegando un petardo! Javier me dijo: "¡Acércate si te atreves!".
El eralito estaba aculado en tablas y a su alrededor había un montón de botellas de cerveza que había lanzado el público indignado. Y Javier tenía más miedo a un botellazo que a un revolcón. Otro día en Vitoria, a Juan Pedro Domecq, le dio un soponcio del susto en los primeros capotazos a un utrero de Juan Mari Pérez Tabernero que sacó mucha fuerza. Juan Pedrito, harto de torear cientos de vacas en su casa, se desmayó como una embarazada y tuvimos que llevarlo a la enfermería. ¿Está herido? Y el médico nos contestó: "¡Como no sea en los calzoncillos!...". Otra vez sentí un estrépito tremendo en el cuarto de al lado, ocupado por mi compadre Juan Carlos Martín Aparicio. Lo encontré tendido en el baño, donde se había pegado un cogotón de órdago. Resulta que se puso a ensayar el pase del estribo en el borde de la bañera, se resbaló y al caer se agarró de un neceser que llevaba siempre lleno de cremas y colonias y allí estaba como una rana lleno de frascos todo el suelo. Ya digo, que íbamos a lo grande. Cuadrillas De picadores llevábamos al Conde de la Maza, a Luisito Fabrés, Borja Domecq, Miguel Higuero, Carlos de Rojas y otros por el estilo. De peones salían matadores de toros. Yo por ejemplo tuve de subalternos a Victoriano Valencia, a Antonio de Jesús y al pobre José Falcón. Aquello apenas duró un año. Unos se asustaban del público.
Otros las pasaban moradas para matar y otros como el golfo de Sancho Dávila quería usar nuestra asociación para hacer luego el ridículo como torero profesional. De todas formas, fue una etapa rica en aventuras y recuerdos. En 'El Ruedo' se publicaron unas fotos espeluznantes de una cogida de Juan Carlos, con los pitones del novillo en los riñones, en la garganta y en los ojos. Salió milagrosamente ileso. Lo más curioso es que el novillo le quitó la chaquetilla entera sin un rasguño. Le metió el pitón por la cintura, se lo sacó por la nuca y al recoger la chaquetilla no tenía ni un descosido. ¡Qué limpieza! Después el grupo se disolvió. Sólo Juan Carlos tenía alguna actuación esporádica en público. Seguí en activo casi veinte años más. Un año llegué a torear 17 festivales. En una semana salí en Valdemorillo, Alicante y Ciudad Rodrigo. Me retiré el 15 de agosto de 1984, actuando donde maté mi primer novillo en público con 14 años. En la plaza de mi pueblo, que esta vez era portátil, sobre el ruedo de las eras de mi abuelo Francisco Grande. El chófer que me llevó a la plaza era mi hijo con once años y mis compañeros fueron Antoñete y Roberto Domínguez con novillos de mi ganadería. Ahora me llama Juan Carlos para actuar en Salamanca en un cartel de viejas glorias. Y unas se me van y otras se me vienen. Si fuera capaz de estar quince días sin fumar y adelgazar cinco kilos ya estaba ahí: Pero sé que no voy a tener fuerza de voluntad. Y lo mejor será dejar la historia cerrada. Más que nada por miedo al ridículo. Porque si se te aflojan las piernas y te asfixias van a pensar las señoras que en la cama andaremos igual de mal.
Y hay que mantener el prestigio. Yo que tú, Juan Carlos, ni lo intentaba, más que nada porque te puedes tropezar con los juanetes y 'abruciar' en toda la tierra de la plaza. No es que te fuera a pasar nada. Pero como los de 'La Gaceta' son tan 'miraos' si te ven 'abruciar' a lo mejor ya no te dejan escribir.
Navalón
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