jueves, 20 de mayo de 2010

La alquimia de la sangre

 Inseminaciones, semen congelado y clonaciones. ¿Acabará la ciencia con los ritos centenarios de cría y selección del toro de lidia en el campo? 

La corrida es de los pocos espectáculos en los que el toro tiene nombre, apellido, ascendencia y una personalidad propia que debe demostrar en los 20 minutos que dura la lidia. Los humanos disponen de unos ochenta años para demostrar quiénes son; los toros bravos, sólo tres tercios. Lo anterior a ese breve espacio de tiempo no sirve de nada: ni las horas mamando de la teta de la vaca en los amaneceres con neblina de la dehesa, ni las peleas en la manada, ni los miedos en las noches de tormenta. Nada. De la negrura del chiquero salta en cinco segundos a luz de la plaza, al extraño pisar de un albero que no reconoce, a los primeros encuentros con el capote, los topetazos contra el caballo, el fuego de las banderillas en el morrillo, el sometimiento más o menos inteligente en la muleta y por fin la espada que parte su corazón en dos.
En cada uno de esos 1.200 segundos, tendrá la oportunidad de ser bravo o manso, esto es, con decenas de matices, sobreponerse al castigo o bien escapar de él, ser valiente o cobarde, entrar en el olimpo de los toros valientes o caer en el olvido para siempre. Su elección entre escapatoria o pelea, su manera de embestir, de buscar la muleta o los tobillos responde a un proceso de selección que arranca en el tentadero de su madre y de su padre en la finca. Todas las vacas pasan por él. Si sirven, tendrán descendencia. Si no, al matadero. ¿Y su padre? Hay varias maneras de llegar a semental. Una, por méritos propios: el toro indultado en una plaza por sus condiciones. La segunda, ser un toro con una ascendencia excelente que selecciona el ganadero para semental y prueba en tentaderos de machos. Si supera la reválida, lo echa a las vacas y después de tres años verá los resultados en los novillos descendientes. La tercera es por medio de un tubo de ensayo. Hasta hace unos años, cuando Álvaro Domecq y Díez abrió la línea de la fecundación. Ya no sólo valían los sementales para padrear. De sus testículos se comenzaron a extraer miles de dosis seminales, denominadas 'pajuelas', para inseminar a las vacas propias o extrañas, incluso de toros recién lidiados. Un animal bravo en la plaza, una carrera al desolladero, los testículos exprimidos y una carga genética que se puede conservar eternamente. Los ganaderos no quieren perder su tesoro.
Hoy en día es común hasta la fecundación 'in vitro' de embriones de una ganadería en vacas de otra. Nadie duda de que, al margen de la alquimia de la sangre, los avances técnicos provocan una homogeneización de la cabaña. En las últimas décadas, los toros del llamado encaste Domecq han arrinconado a otros históricos como Saltillo, la casta vazqueña o la navarra, conjuntos genéticos en peligro de extinción, que también podrían sobrevivir gracias a las nuevas técnicas. La duda está en si 'Got', el becerro de Guardiola que posa ante las cámaras tras su extraño viaje en el útero de una vaca de leche, ha abierto el camino hacia la seguridad en la cría con la culminación de un proceso que inició en el 2007 Victoriano del Río. Él será semental, pero, ¿saldrán algún día dos toros repetidos a la plaza? ¿Terminará la ciencia con la alquimia de la sangre?
 
fuente: Nortecastilla.es

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