viernes, 25 de junio de 2010

YA ESTA A LA VENTA EL Nº 3 DE TIERRAS TAURINAS




SANTA COLOMA :

UNA MEZCLA IMPROBABLE

Sobre las tierras taurinas flota un indefinible perfume de abandono. Cuando este opus vea la luz, quizá una de las ganaderías cuya historia relata ya haya desaparecido, víctima de la legislación europea. Cuando una ganadería brava desaparece y la genética de ésta es compartida por muchas otras, el drama humano no es jamás de menor importancia, pero no lleva aparejado como en el caso que nos ocupa, la pérdida irreparable de un patrimonio casi único. En las páginas siguientes se transparentan la angustia y la cólera de Juan Sánchez Fabrés, al igual que su determinación… Pero desgraciadamente, contra la reglamentación europea, un ganadero aislado no puede hacer nada. Tampoco los ganaderos unidos pueden hacer gran cosa, si damos fé a las quejas de todos aquellos que siguen criando encastes que visiblemente están destinados a una desaparición próxima por falta de sitio en el mercado, y quienes no han dejado de pedir una derogación de la norma general en virtud del carácter excepcional de su situación. El caso de Santa Coloma está indudablemente en primera línea, amenazado por su rareza, por su marginalización comercial, y por la fragilidad sanitaria resultado de sus camadas limitadas.



No obstante, cuando fue “inventado” por el heredero de tres prestigiosas dinastías, y durante treinta años, el encaste Santa Coloma, en igualdad de condiciones que el de Parladé, acompañó el surgimiento del toreo moderno hasta que una nueva reglamentación volvió caduco el tipo bajo y armonioso de sus toros. Treinta y cinco años después de esta aberración ideológica que llevó a los ganaderos a renegar de su pasada gloria, no quedan más que un pequeño centenar de vacas de Coquilla, y cuatrocientas de Graciliano, al menos en las ganaderías directamente rastreables a partir de las fundacionales. Enfrentándose a este minúsculo reducto hay miles de madres provenientes del encaste Tamarón, entre ellas siete mil que han salido únicamente de la ganadería de Juan Pedro Domecq… Como si en este año de Darwin la selección natural de la raza brava siguiera irremediablemente su curso, confortada por los ordenamientos de Bruselas.



El escribir este segundo opus dedicado al encaste tan complejo de Santa Coloma, hubiera resultado imposible sin poder consultar los libros que encierran sus secretos. Primer escollo, localizarlos. Segunda dificultad, obtener la autorización de estudiarlos. Sin pretensiones, creo que he sido la única persona en el mundo que ha tenido la suerte de hacerlo. Pero los libros no lo dicen todo. Sin encontrar a los testigos directos, aun lejanos, de estas aventuras ganaderas del primer tercio del siglo pasado, este estudio se hubiera limitado forzosamente a no ser más que una compilación suplementaria de hechos abundantemente repetidos sin que siempre se les haya verificado. La historia taurina es rica en la práctica de copiar y pegar, la cual se transmiten generaciones de autores, adornándola con impresiones personales. ¿Existían esos testigos? ¿Querrían hablar? Cuál no sería mi sorpresa, después de haberlos localizado, al oírles confesar que nadie jamás les había hecho la más mínima pregunta sobre sus ancestros ganaderos: ni a Enrique Queralt, nieto del Conde de Santa Coloma, ni a Hipólito García de Samaniego Siljestrom, bisnieto del Marqués de Albaserrada, ni a Graciliano Pérez Tabernero, nieto del gran Graciliano. Aunque los tres viven aun en los mismos sitios cargados de historia en donde sus antepasados materializaron sus sueños.



Gracias a ellos, pero también a José Buendía, quien es actualmente el propietario de los libros del Conde de Santa Coloma, pude reconstituir el rompecabezas de este encaste de múltiples perfiles, y poner al día algunos hechos olvidados. Gracias a ellos, pero gracias asimismo a otros ganaderos que aun perpetúan este encaste, logré exhumar documentos inéditos, visitar esos lugares de la memoria hoy desconocidos, y entender cómo, a partir de la notable intuición del primer Conde ganadero, este encaste atípico pudo ver la luz del día. Sorprendente mezcla que une la bravura profunda de los ybarras y la viveza de los saltillos, la labor de este hombre da testimonio del genio catalán, al igual que la Sagrada Familia, la cual su compatriota Gaudí empezó a construir veinte años antes de que él mismo inventara sus toros. Afortunadamente, si Gaudí nunca vio su obra terminada, y con razón, puesto que nunca se acabó, el Conde sí conoció la gloria. Y los que se surtieron en su casa también: Graciliano Pérez Tabernero y Paco “Coquilla” en Salamanca, y por supuesto el Marqués de Albaserrada, su hermano, en Gerena. Lo que aquí se relata es la historia de todos ellos, esperando que este testimonio inédito produzca una toma de conciencia salvadora: el encaste Santa Coloma está en peligro y toca también a los aficionados el contribuir a salvarlo

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