LA ETERNA POLEMICA
Licitud u oposición a la Fiesta de los toros.
Ad portas de la decisión que deberá tomar la Corte Constitucional sobre la permanencia o no del espectáculo taurino en Colombia, La Barra Taurina Cinco de Bogotá, peña con 57 años de antigüedad, desea aportar algunas reflexiones que, a nuestro juicio, contribuyen a respaldar la licitud de la Fiesta de los Toros.
Sea lo primero mencionar que el debate relativo a la licitud o inconveniencia de la Fiesta no es nuevo y ha servido bien para trazar la historia de la sensibilidad propia de varias generaciones. Los ataques proceden de muy diversos campos pero pueden remitirse a dos grandes grupos: los de orden religioso y los que atañen a la mera sensibilidad. Los primeros se remontan a los siglos iniciales de la cristiandad y cifran sus argumentos en la debida protección de la vida ante la lucha del hombre con las fieras incluyendo al toro. Esta posición alcanza su clímax en el siglo XVI cuando el Papa Pío V publica su famosa bula en la que la prohibición comprendía a todos los fieles bajo pena de excomunión. Solo años después, en 1596, Clemente VIII levanta todas las censuras, excepto a los frailes mendicantes para quienes subsisten. Es claro entonces, el carácter “humanista” que inspiraba tales posiciones.
Los ataques que tienen origen en la sensibilidad y que son bandera de los movimientos antitaurinos modernos, se enfocan a evitar el sufrimiento del toro durante la lidia. También vale recordar que posiciones semejantes lograron su objetivo cuando en la década de 1930 se incorporó el peto protector a los caballos usados para ejecutar la suerte de varas. A ningún taurino se le ha ocurrido descalificar esta practica, aunque al pecar por exceso, se ofendió al toro, debido al mayor volumen y peso del nuevo caballo protegido contra quien a menudo se estrella con violencia al no practicarse correctamente dicha suerte. Esta posición como la denominaba Hemingway es claramente “animalista” ya que bajo la capa de la ternura hacia la bestia bien podrían esconderse signos de crueldad hacia el humano a cuya protección se enfocaban los esfuerzos de los antitaurinos de los siglos XV y XVI.
El aficionado no es ajeno a la sensibilidad respecto al toro; sólo que no lo asimila a la vaca lechera o al buey de trabajo que labra el campo. El toro bravo es una subespecie propia, determinada por la evolución, que la hizo tomar rumbo diferente. Su bravura y acometividad que son cualidades innatas, reforzadas por una larga y rigurosa selección genética, lo hacen único, no solo en su comportamiento y psicología sino en su gallarda belleza fenotípica y también lógicamente en cuanto a la misión que debe desempeñar durante su vida. Ignoramos si la mayoría de los antitaurinos se habrán preocupado por conocer teórica y presencialmente los cuidados y dedicación con los que se cría el toro bravo. Por apreciar su apacible vida en el campo, libre de cualquier molestia o trabajo. Por saber del bello destino que le espera, si cumpliendo a nivel de excelencia su misión de vender cara su vida en el ruedo, llega a ser indultado. Son estos elementos fundamentales los que el antitaurino debería evaluar para compararlos con aquellos presentes en el transcurrir de la vida de otras especies domésticas, a nuestro juicio mucho menos afortunadas. Respecto al “sufrimiento” del toro, nos es imposible dimensionarlo dada nuestra ignorancia en temas neurológicos y el desconocimiento de estudios científicos sobre su umbral del dolor. Solo quisiéramos remitirnos a los testimonios de aquellos que, heridos en combate o víctimas de atentados o desastres naturales, manifiestan su ausencia inicial de dolor físico debido a la tensión y exceso de adrenalina propios de tales momentos. ¿No le sucederá lo mismo al toro? Los taurinos rogaríamos que así fuera.
La sensibilidad del buen aficionado frente al toro de lidia se manifiesta con un máximo respeto y en velar porque sus derechos no se vean conculcados. Por ello, el aficionado rechaza y combate vehementemente cualquier intento de fraude que el mercantilismo quiera introducir en detrimento de la verdad con que concibe la Fiesta. El respeto al toro es condición intrínseca para extenderlo al torero que lo lidia con lealtad. El que así lo hace, afrontando el riesgo que corre su vida, suscita nuestra admiración y el que se alivia, nuestro rechazo. Para el aficionado, el toro es el personaje central y más importante de la corrida, asistiendo a ella con la solemnidad que merece como acto lleno de liturgia y de historia en el que el valor y la inteligencia compiten con el poder e instinto irracional del toro, en una franca, leal y artística confrontación. Cuando se violan los derechos o las garantías del toro bravo, los amigos antitaurinos tendrán en nosotros, los aficionados, sus más fervorosos aliados para criticar tales prácticas.
Volviendo al argumento sustancial de los que denigran de la Fiesta, ¿será que ninguno de ellos cuenta entre sus caprichos gastronómicos, gusto por el cordero, el cerdo, el pollo o la carne magra de res? Pues todos ellos, antes de llegar a su plato, habrán sufrido una muerte traumática y sumaria fruto de diversos procedimientos. Son muertes anónimas y anodinas que no dejan huella. La del toro bravo es casi heroica y la literatura taurina esta llena de páginas dedicadas a la memoria de toros famosos o célebres, con nombre e identificación, que cumplieron con su misión ante diez o quince mil testigos, que los ovacionaron y aún los recuerdan por la bravura y nobleza con las que lucharon por su vida. Mientas tanto, no se tiene noticia de las gestas de ningún cordero degollado impunemente, sin más defensa que su noble y triste mirada dirigida a quien le cobraba su vida. Dejamos finalmente a los lectores la ponderación de los veinte minutos de “sufrimiento” del toro de lidia frente a sus cuatro años de placentera y holgada vida. ¿Acaso los humanos no evaluaríamos con atención la oferta que nos hicieran, garantizándonos la expectativa de vida de los 76 años, libres de penas, trabajo y preocupaciones de toda índole, con alimentación, techo y cuidados óptimos asegurados, para llegar a cumplir con la inexorable muerte con no más de seis horas de agonía?
De todas formas, los aficionados respetamos las lícitas convicciones de los antitaurinos, siempre y cuando ellas se confronten con las nuestras, dentro de una pacífica y enriquecedora dialéctica, libre de injurias y ofensas cargadas de agresividad. Allá ellos si quieren cargar sobre sus espaldas la responsabilidad del crimen ecológico que supondría la desaparición de una especie animal de tanta historia y protagonista de tantas manifestaciones artísticas y culturales, al perder su razón de existir, como consecuencia de la eventual prohibición del espectáculo taurino.
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