He aquí la demostración de que el compañerismo y el corazón, si juegan en el mismo bando, pueden ganar las guerras más locas. Ocho hombres contra un toro. Por derecho. A cuerpo. Las Termópilas de los cosos. Salen a escena los Forcados Amadores de Évora en su descabellado intento por parar, a cuerpo, un astado bravo de entre 500 y 600 kilos, un animal capaz de volcar un coche con la fuerza de su cuello.
Ocho tipos del siglo XXI contra el nieto del minotauro de Creta y los bueyes de Gerión que toreó Hércules. Esa es la base de una de las suertes fundamentales de la tauromaquia portuguesa, con permiso del rejoneo. En el país luso, en lugar de dar muerte al morlaco, se dedican a placarlo, como un equipo de rugby. Sucede cada tarde: dos 'cavaleiros' y dos cuadrillas. Después de la faena de rejones, en el tercio de banderillas, los cuerpos de los mozos sustituyen al rejón de muerte. Desde 1836, no estoquean a las reses en sus plazas: al toro lo detienen con sus manos. Si no se mueve, está metafóricamente muerto. Si se escapa, lamentarán que el animal se haya ido vivo -como ellos dicen- a los corrales.
Los forcados de Évora (en las imágenes) rezan en los pasillos de la plaza a la Virgen del Rocío. Les hace falta. La faena es sencilla en su concepción, pero complicadísima a la hora de ejecutar. Consiste en coger al toro por los cuernos. Ni más ni menos. La acción se llama 'pegada' y tiene algo de combate grecorromano a pecho descubierto. Salen los ocho al ruedo con el paso firme y la torería suficiente para tragarse el miedo. Se sitúan en fila ante el animal, que espera en el tercio contrario de la plaza. Los ocho andan hacia la bestia poco a poco, con los pies casi juntos y los brazos en jarras sobre las caderas. El que va delante es el 'forcado de pegada', el que se las lleva todas. Avanza y cita al toro con zapatillazos en el albero. El animal se arranca hacia el mozo mientras éste retrocede para salvar los muebles del choque que se le viene encima. Es un hombre en medio de una vía que quiere atrapar la locomotora de un mercancías. En una hábil maniobra, se inclina hacia adelante y se acuna entre los pitones, pega el abdomen contra los rizos de la testuz y se agarra a la badana que cuelga de la garganta del bicho como el que se aferra a la vida.
El resto lo hace el compañerismo. Sus siete compadres le guardan las espaldas. Se lanzan sobre él, arrollados a su vez por la inercia de la embestida. El toro mete los riñones y cabecea. Si todo va bien, logran que el animal ceda ante el peso. El 'rabillador' tira de la cola hasta que el toro dé vueltas sobre sí mismo y los demás puedan salir indemnes.
Huesos rotos
Si todo va mal, si no consiguen hacer una piña en la cara de la res, la escena se parece bastante a un pleno en una bolera. Cuerpos volando, huesos rotos, hombres entre las patas de los animales... Generalmente no hay cornadas, los toros tienen afeitados los pitones. De las demás lesiones, todas. Aunque puedan perder el sentido, la solidaridad no se esconde en el burladero. Si algún valiente queda herido a merced de las astas, los demás se echan encima suyo, le cubren, para recibir el pitonazo en los costillares y salvar al maltrecho compañero.
Los forcados de hoy en día son unos tipos muy dignos, que tienen suficientes placas de metal atornilladas en el esqueleto como para volver locos a los detectores de metales de cualquier aeropuerto.
En el siglo XVIII comenzaron a aparecer por el ruedo. Algunos atribuyen su origen a los mozos que custodiaban el palco de honor de las plazas de toros. Eran miembros de la Guardia Real que comenzaron a hacer 'pegadas' cuando, durante el reinado de María II , fue decretada la prohibición de dar muerte a los toros en la arena. Otros creen que eran campesinos que cobraban por ello.
Hoy son abogados, hombres de campo o psicólogos que viven su particular escuela para afrontar los problemas de la vida de cara.
Por lo demás, la 'pega' es, como tantas artes, algo absolutamente inútil. No reciben dinero a cambio. De hecho, se les llama 'amadores', que significa amateur. No hacen caja, si no es en monedas de orgullo. O en urgencias.
Francisco Apaolaza
nortedecastilla.es
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