Luis Nieto /Huelva Información.es
Juan Pedro Domecq Solís (1942) no solamente fue un emblemático ganadero por el que han bebido los vientos las figuras del toreo, sino que también fue uno de los aficionados prácticos que mejor toreaban en el campo. Tuve la fortuna de verle en su finca Lo Álvaro manejar la muleta con una naturalidad que únicamente está al alcance de los privilegiados. Y es que, aunque parezca increíble y casi nadie conozca el dato, llegó a torear en el campo más de 2.000 becerras entre los 12 y los 60 años.
Por el trato que durante toda su vida tuvo con los grandes maestros del toreo, fue adaptando su toro a cada época. Y dentro de las denominadas ganaderías comerciales, en las que su divisa había sido catalogada, era todo un referente por sus toros en los que predominaba una nobleza extrema, propicia para la estética, pero con el inconveniente de un poder y fortaleza escasos. El propio Juan Pedro Domecq llegó hasta el extremo de calificar sus toros como artistas, algo que siempre ha inquietado a una parcela de aficionados, que apuestan más por la fiereza del toro bravo que por la docilidad.
En la selección de ese toro especial fue uno de los pioneros en la aplicación de programas informáticos para conocer y dirigir su ganadería, con la creación de una gigantesca base de datos sobre los distintos caracteres que hacen posible un estudio genético de los mismos en la propia ganadería; así como una fototeca, de la que se sentía muy orgulloso y donde tenía registrados minuciosamente datos de los últimos 25 años. Su inquietud por trabajar con nuevas tecnologías lo lanzó a la creación del portal taurino Mundotoro. Otra de sus pasiones fueron los caballos, siendo en 1979 campeón de España de acoso y derribo.
Como ganadero, también hizo popular su tauródromo, espacio destinado a correr los toros en la dehesa, para prepararlos "como si fueran atletas", antes de enviarlos a las plazas para su lidia. Como curiosidad, en el tauródromo, de 1,5 kilómetros, sus toros corren tres veces por semana.
De todos estos aspectos y de la evolución del toreo reflexionó en su obra Del toreo a la bravura (Alianza Editorial, 2009), donde quedó constancia de que su mayor preocupación era encontrar el toro que en cada época precisa el torero. De hecho, se sentía orgulloso de que otros hierros actuales, como Garcigrande o El Ventorrillo, que han triunfado en los últimos años, sean "líneas puras de Juan Pedro" y que de su línea se había formado hasta un 60% de la cabaña brava española.
De sus plazas importantes, Sevilla fue fundamental. Desde que heredó la ganadería, en 1978, sólo faltó en la Maestranza en tres ocasiones; las dos últimas en la temporada pasada y en la presente, tras el traspiés que sufrió en la Feria de Abril de 2008. Sevilla -nos explicó en una entrevista- es mi plaza de referencia, donde me siento mejor comprendido y donde mejor comprendo el toreo".
En Madrid, sin embargo, tardó 26 años para lidiar una corrida completa. Su hierro volvió en 2007 a Las Ventas, precisamente la plaza donde el hierro veragüeño tuvo el honor de haber lidiado por primera vez un toro, el 17 de junio de 1931.
Durante una década, entre 1984 y 1994, asumió la presidencia de la Unión de Criadores de Toros de Lidia. En su periodo se puso en marcha, tras un acuerdo con el Ministerio de Agricultura, el Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia.
Los primeros secretos como ganadero los vivió de niño, de la mano de su padre, Juan Pedro Domecq y Díez, de quien se le quedó grabado que "la bravura es la capacidad de luchar hasta la muerte". Su abuelo, Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, adquirió la ganadería en 1930, con reses de Veragua, antecedentes que se remontan a más de dos siglos y medio, con varios propietarios, entre ellos, Fernando VII, que la compra en 1830. En la actualidad, uno de sus hijos, Juan Pedro Domecq Morenés, dirige la otra divisa familiar, Toros de Parladé, con la misma procedencia.
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