XIII AÑOS DE SU MUERTE
Rafael Ortega Domínguez ”El tesoro de la Isla”. (Isla de San Fernando, Cádiz, 1921 - Cádiz, 1997) ,hoy hace 13 años del aniversario de su muerte,este sencillo homenaje con el que pretendo recordar a todos la figura del gran matador de toros que cosechó numerosas tardes de éxitos.
Cuentan del Maestro:
- Antonio Ordóñez: “Rafael Ortega es el que mejor ha toreado de todos nosotros”.
-Joaquín Vidal: “El diestro más completo del último medio siglo. Un auténtico torero de época, éso fue Rafael Ortega”.
-Alfonso Navalón: “El torero más clásico y profundo que conocí”.
-Antonio Chenel: "¿Rafael Ortega?: el mejor. El más puro con el capote, muleta y espada, aunque con la espada era único. Ya es hora de que se diga claro y alto”
El torero que más me ha impresionado ha sido Manolete y el que más me ha gustado, Rafael Ortega, a quien considero además el torero más completo y el que ha toreado con mayor pureza"
Antonio Chenel "Antoñete" (1985)
MUSICA:Mis caramelos.Al cante,El Negro.
Un extracto de su obra. TOREO PURO. Rafael Ortega.
A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar el toreo sevillano cuando también se hace con pureza: dentro del corte de toreo sevillano me han gustado mucho en mis comienzos Pepe Luis Vázquez, Pepín Martín Vázquez, con el que toreé un par de corridas, y Manolo González, mi padrino de alternativa; también he visto torear muy bien a Manolo Vázquez. Con otro estilo, sentí gran admiración por Manolete, que a su manera hacía un toreo puro y estoqueaba muy bien. Manolete era un torero que no sabía correr cuando tenía que hacerlo.
Luego tuve la suerte de conocer a Domingo Ortega. No sólo le vi bastante, también toreé mucho con él cuando reapareció en 1953, y me fijé en su toreo todo lo que pude, pero no para imitarlo, porque somos toreros muy distintos: yo he toreado siempre mejor con la mano izquierda que con la derecha y muy parado, y Domingo ha sido uno de los toreros, de entre los que yo he visto, que mejor ha toreado con la mano derecha y que mejor les ha andado a los toros. Reapareció, como digo, conmigo, y me acuerdo de una vez que toreamos en Almería y nos sacaron a los dos a hombros. Y cuándo íbamos por las calles, él me decía:
- Rafael, qué vergüenza, qué vergüenza, yo con este pelo tan blanco…
Y yo le contestaba:
- Qué sinverguenzón que eres, con lo que vas gozando y aún te lamentas.
Y la gente decía:
- Maestro, usted ha estado muy bien, pero su sobrino ha estado mejor.
Pues creían que yo era el sobrino de Domingo, por el pelo y la diferencia de edad.
Pero a lo que iba. Para mí, claro que existen la escuela rondeña y la sevíllana. El toreo puro me lo definió muy bien Domingo Dominguín, padre, que fue apoderado mío:
- Es como cuando llega un señor y le saludas:
“¿Cómo está usted? Muy bien, gracias. Vaya usted con Dios”.
Esto es: citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de Belmonte se dice: parar, templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega añadió: parar, templar, cargar y mandar, que es lo que da mayor pureza al toreo. Pero para mí es importante algo previo, citar, o sea, echarle la muleta al trapo para adelante al toro. Llamarlo con la muleta quieta no es citar. También es malo llamarlo con el zapatillazo. El torero que lo da no es bueno torero porque eso es robar el pase, es la muleta la que tiene que adelantarse y citar. Así que lo que yo veo. Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte.
El toreo de adorno es otra cosa: las chicuelitas, dejar pasar al toro con los pies juntos, el kirikikí, las cositas esas que son bonitas –qué duda cabe- y que también tienen mérito, porque todo lo que se le haga al toro con gracia y “con ese cuerpo” es plausible; pero yo no siento ese toreo. El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que sentir lo que hace, para poderlo transmitir, si lo hace sin sentimiento, no transmite, y para lograrlo es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa. Naturalmente, yo me he adornado con justeza y creo que “he estado bonito” al rematar una serie de pases con un afarolado, con un molinete o un cambio de mano y al salir de la cara del toro con aire de torero, esto es, improvisando de acuerdo con el sentimiento del momento, pero no con esas reolinas que hoy vemos. Tampoco “me he sentido” dando chicuelitas, y sólo acudía a ellas algunas veces por recurso. La chicuelita es bonita, es preciosa, pero no tiene la grandeza del toreo puro aparte de que le pegas al toro un cambio. Igual me pasa con el toreo a pies juntos: ni mi cuerpo va con eso, ni lo siento, porque no se carga la suerte. Por el contrario, sí “he sentido” el echarme el capote a la espalda, que ahora no lo hace nadie; éste es un toreo también muy puro, porque yo me echaba el capote a la espalda, citaba, echaba la pierna para adelante y cargaba la suerte, así que era un toreo de más exposición, pues tiraba del toro con medio capote como si estuviera toreando con la muleta.
Pero el toreo de capa fundamental se hace a la verónica. Lo primero es escoger el capote que le va a uno, pues hay tres tallas: el capote pequeño, que es para el niño, el mediano y el grande. Yo he toreado siempre con el mediano, porque, como bajaba mucho las manos, el capote grande los toros me lo pisaban y me lo quitaban. La verónica pura, la que rompe y domina al toro es la que se da con las manos bajas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a dominarlo con el capote, como digo, se te impone y el torero va a la deriva. Por eso mi tío El Cuco me decía siempre:
- Nunca le levantes la mano ni al toro ni al hombre.
Porque si se la levantas al hombre, y éste es un tío, será para pegarle, no sólo para levantársela, digo yo, pues en otro caso verás lo que te pasa; y con el toro es igual: el toro hay que bajarle siempre la mano, y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro éste tiene que humillar. Así que a los toros yo procuraba ligarles la verónica honda, con el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que el toro humillara… Esto tanto de salida como en los quites, que casi siempre hacía también a la verónica para continuar dominando al animal, y cerrando siempre con la media, pues si la das bien y te vas con aire por el costillar del toro no cabe duda de que así también lo quebrantas y lo dominas. A veces también me ha gustado adelantarle mucho el capote a un toro que está, después del puyazo, un poquito parado; le echaba un poco de teatro, le adelantaba el capote y le daba así la verónica. Pero si el toro se viene pronto ya que darle el lance justo, citándolo, parándolo y ganándole terreno allí donde más convenga para dominarlo, pues la regla de oro del toreo es saber cuál es el terreno más favorable para hacerlo. Me acuerdo de que hace poco estábamos viendo una corrida juntos Enrique Martín Arranz y yo, y le dije al torero que estaba toreando en ese momento:
- Cambia al toro de sitio.
Y Enrique me dijo a su vez:
- ¿Por qué le dice usted eso, maestro?
- Pues porque en ese sitio manda el toro.
Al cambiarle los terrenos, el toro cambió a su vez a bueno, y ya se le pudo torear. Al toro hay que llevarlo siempre adonde tú creas que vas a poder con él. Aunque hay algunos que no, y cualquier terreno es bueno para torearlos, caso todos los toros tienen querencias y el ochenta por ciento la tienen al sitio por el que han salido, a los chiqueros, que es donde resultan más peligrosos.
Yo he toreado bien de capa a muchos toros, sin ir más lejos la tarde aquélla de Almería que antes decía, con Domingo Ortega. Pero lo más sonado fue cómo recibí a un toro de Samuel Flores, en Barcelona, en 1954, que en las crónicas lo llamaron El carro de la carne. Era un toro grandísimo, muy gordo, muy bien hecho el toro. De salida se arrancó el burladero que hay a la izquierda y se lo echó al lomo; y allá fui yo y le pegué desde el tercio doce o catorce lances, ganándole terreno hasta la boca de riego, porque el toro embistió muy fuerte. Me tocó la música y tuve que dar la vuelta al ruedo antes de que salieran los picadores. Y ahí es donde yo digo eso de “romperse los toros”. A éste sólo le pegaron después un puyazo, y ya no embistió a la muleta. Lo toreé demasiado con la capa, lo había dominado con la capa y casi podía haberle entrado a matar tras la media verónica de cierre.
Con la muleta hay pocos pases clásicos y puros, pero los verdaderamente fundamentales son los que pide cada toro. Hay toros que quedan más picados que otros, que tienen más fuerza, que tienen más brusquedad, y entonces hay que reducirlos con la muleta. Desde luego, lo primero que tiene que hacer el torero es procurar no cortarle el viaje al toro con la muleta. Como ya lo he dicho antes, el torero tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que se va a la oreja del toro, para castigarlo, no torea. La embestida ha de llevarse lo más larga que se pueda, pero con naturalidad, sin las reolinas dándole vueltas al toro. Dar los pases totalmente en redondo, eso no es el toreo; eso les gusta hoy a los públicos, pero a mí no. El pase debe darse, cuanto más largo, mejor, pero con cite y con remate, y quedándose uno colocado para ligar el siguiente. El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada. La mayor parte de los toreros lo que hacen es descargar: tú citas por un lado o por el otro y, en vez de echar para adelante la pierna contraria, lo que haces es echar la otra para atrás; y eso no es cargar, es descargar. El torero bueno es aquél en que cargas las suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria; y la última parte del pase ha de permitir que el toro te deje colocarte de nuevo modificar el terreno, pues lo más clásico lo más puro es que, en la faena, cuanto menos andas, mejor. No me refiero a “andarles a los toros”, como lo hacía Domingo Ortega, sino a eso de dar un pase aquí y otro allá y recorrer toda la plaza para pegarle veinte muletazos sueltos y desligados al toro: eso no es.
lunes, 20 de diciembre de 2010
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