martes, 15 de febrero de 2011

LA PIEL DEL TORO DE OSBORNE

Dos testículos enormes, morenos y metálicos, cuelgan en el recibidor de Bigas Luna. Bajo esas mismas criadillas, Jordi Mollá le pidió matrimonio a Penélope Cruz en 'Jamón Jamón', aunque luego fue Bardem, tan rudo y tan racial, el que acabó por llevarse la niña al huerto. El director, en aquel canto esperpéntico a la España cañí, profunda y grotesca, no quiso que faltaran los almacenes de embutidos, las tortillas de patata, Chimo Bayo, las ventas lumpen y el toro de Osborne. Lo hizo sin ningún tipo de doble intención. Todo lo contrario. Para Bigas Luna, la silueta del morlaco forma parte de nuestro imaginario colectivo porque «es un fiel reflejo del atavismo, de la pasión, de la obstinación y de la bravura». Lo considera, más que ninguna otra cosa, «un icono popular».
Como cualquier símbolo, cuenta con partidarios y detractores. Aunque nadie le pone pegas a la imagen en sí, recortada sobre el horizonte de casi toda España, hay quien le achaca significados tendenciosos, políticos o culturales, y entonces el toro de Osborne salta al ruedo con polémica. Por ejemplo: el gobierno de Melilla acaba de aprobar que uno de estos ejemplares corone la ciudad autónoma desde el barranco de Cabrerizas, haciéndose cargo de una demanda surgida en Facebook que ya contaba con 1.900 apoyos. No ha tardado mucho en organizarse otro grupo, en la misma red, para abortar la iniciativa. El vicepresidente de la ciudad, Miguel Marín, se ha visto obligado a recordar que «se trata de un símbolo nacional», e insiste en que no se pretende «provocar a nadie».
De un solo trazo
La historia del toro más famoso del país de la piel de toro está sembrada de curiosidades. De entrada, aunque se ha debatido hasta el ridículo sobre su filiación ideológica (en los foros de izquierda se le identifica como emblema de la derecha), lo cierto es que su creador, Manuel Prieto, fue un reconocido militante del Partido Comunista. En 1956, Bodegas Osborne encargó a la Agencia Azor el diseño de un logo para el coñac Veterano, un distintivo que debía ser «español y masculino». Prieto, de un solo trazo, plantó el perfil de un toro bravo sobre una hoja de papel cuadriculado que Osborne conserva.
El primer ejemplar, de madera, se instaló en Cabanillas de la Sierra. Medía cuatro metros. En 1961 se optó por la chapa. El éxito de notoriedad de la marca fue inmediato, y la empresa bodeguera llegó a colocar 500 toros en las carreteras españolas. Hoy quedan 90. Todos se han fabricado en los talleres de la familia Tejada, en El Puerto de Santa María (Cádiz), que lleva tres generaciones dedicándose de manera casi exclusiva a mantener los astados presentables. Cuando se le requiere, amplían la manada.
En esa fragua se modela de forma casi artesanal cada figura de 14 metros (un edificio de cuatro pisos) y 4.000 kilos, compuesta por 70 chapas de 90 x 190 y dos milímetros de espesor. A cada nuevo ejemplar, la familia Tejada le dedica cuatro operarios, a tiempo completo, durante tres semanas. «Su instalación supone una verdadera obra de ingeniería», explica Iván Llanza, responsable de Comunicación de Osborne. En primer lugar, hay que preparar el anclaje de las cuatro torretas que sostienen la estructura, con un basamento de cuatro zapatas de seis metros cúbicos de cemento cada una y un peso aproximado de 50.000 kilos. «Luego se montan las piezas como si fuera un puzzle, uniéndolas con mil tornillos de doble tuerca».
Marca registrada
El coste de todo el proceso es un secreto celosamente guardado. «Siempre ha sido información confidencial de la empresa, y queremos que lo siga siendo», dice Llanza. Osborne y su equipo técnico son quienes deciden su ubicación, «ya que se trata de una marca registrada», Llanza admite que las bodegas reciben «constantemente solicitudes tanto de particulares como de corporaciones municipales». Cataluña y País Vasco son las comunidades con menos representación: un solitario toro por cabeza.
En 1988, un cambio de legislación en materia publicitaria estuvo a punto de acabar con la mítica estampa. También por entonces hubo colectivos a favor y en contra. Artistas, escritores, actores y políticos suscribieron manifiestos en su defensa. Entre las cartas recibidas por el Gobierno, había algunas de emigrantes españoles en Francia, que asociaban el regreso a casa al ejemplar de la Junquera, y otras firmadas por varios pilotos de aviones. Decían: «Cuando vemos el toro de Osborne de Jerez, sabemos que hay que ir bajando el tren de aterrizaje»

EL DIARIO MONTAÑES

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