La leyenda de los Miura
La macabra leyenda de los Miura se cimenta en el infortunio y la muerte, dándose numerosas tardes en las que varios toros de esta vacada sevillana acabaron con la vida de toreros.
Dicha leyenda se fundamenta en:
Jocinero, que mató a José Rodríguez “Pepete” en la plaza de Madrid en 1862
Chocero, que mató al banderillero Mariano Canet Llusio en Madrid en 1875
Perdigón, que mató a Manuel García “El Espartero” en Madrid en 1894
Receptor, que mató a Domingo del Campo “Dominguín” en Barcelona en 1900
Agujeto, que mató al novillero Faustino Posada en 1907 en Sanlúcar de Barrameda
Otro mató al novillero Pedro Carreño en Écija en 1930
Islero mató a Manuel Rodríguez “Manolete” en la plaza de Linares 1947
Aunque no es menos cierto, que a lo largo de la historia fueron más los casos donde toreros triunfaron con estos toros y revalorizaron su carrera.
SABÍAS QUE...
Simbología de cortar las orejas
Foto: José Ramón Lozano |
En el toreo primigenio, cuando los caballeros maestrantes eran propietarios de las plazas (Maestranzas) y a su vez, promotores de las corridas donde se lidiaban toros, las reses lidiadas eran regaladas a sus lidiadores como muestra de trofeo cuando se lucían en la corrida. De esta forma, los espadas premiados compartían su presente con la cuadrilla y amistades, o también donaban estas carnes a necesitados hambrientos.
Con el paso de los años, las Maestranzas se empezaron a arrendar a lo que fueron los primeros empresarios taurinos, y las carnes dejaron de ser regaladas pasando a ser parte de los ingresos que estos arrendatarios percibían por la explotación del espectáculo.
Los maestrantes, ante la necesidad de instaurar una manera de indicar el triunfo del torero, inventaron que el corte de la oreja del toro, simbolizaba la entrega del animal a su lidiador.
Por lo tanto, el corte de una sola oreja, era signo de máximo premio.
El 29 de octubre de 1876 se concede la primera oreja, y desde entonces esta característica manera de premiar ha ido definiéndose a través del paso de los años. En la actualidad, como apunte para lectores poco avezados en estas lindes taurinas, es costumbre recompensar según los grados de satisfacción del público, donde existen numerosas maneras de manifestar su complacencia: bronca, pitos, silencio, palmas, ovación, vuelta al ruedo, corte de una oreja, de dos y del rabo.
Para el corte de las orejas, es el público de manera democrática quien agitando un pañuelo blanco muestra su deseo de que así sea. El presidente, como máxima autoridad del festejo, si considera petición mayoritaria, las concederá.
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