miércoles, 12 de enero de 2011

Los toros de la dinamita

La temida Casta Navarra vuelve a la plaza después de un siglo en el olvido: la Unión de Criadores de Toros de Lidia acepta la ganadería estellesa de Reta


Cuando no era más que un muete -niño, para los navarros- soñaba con toros bravos y pintaba un garabato de manera compulsiva. En los márgenes de los libros, en los cuadernos, en los papeles, en la pared del frontón de Zurucuain -Tierra Estella- Miguel Reta (Pamplona, 1966) dibujaba un tridente coronado. Estaba convencido de que ese sería su hierro cuando fuera ganadero de toros bravos. De grande. Después se haría mozo en las sueltas de vacas, recortador preciso, pastor valiente y ángel de la guarda en la jungla de la Estafeta de Pamplona por San Fermín, ingeniero en explotaciones ganaderas y, como suma lógica de todo, ganadero romántico. Hoy en día, Reta representa una suerte de John Hammond, el científico de 'Parque Jurásico', aunque lo suyo no sean los velocirraptor. Se dedica a cuidar, recuperar y hacer crecer los toros de Casta Navarra, uno de los encastes fundacionales que lleva más de un siglo en el olvido y que ha estado al borde de la desaparición. Esta semana, su ganadería acaba de ser aceptada dentro de la Unión de Criadores de Toros de Lidia en la que comparte asiento con 'miuras' y 'victorinos'. Su objetivo: lidiar corridas de nuevo, además de los festejos populares en los que nunca se dejaron de correr estas reses, picantes como guindillas.

Los toros colorados -esa es su capa predominante- ya pastaban en esas tierras hace cinco siglos, cuando la tauromaquia estaba en pañales. Son especiales. En primer lugar, forman una de las siete castas fundacionales de las ganaderías de bravo, uno de los siete brazos a los que pertenece todo hijo de vaca brava en el árbol del ganado de lidia. Cada toro nace en una ganadería y esa ganadería corresponde a un encaste, y ese encaste a una rama que define a sus 'hijos' con toda su carga genética diferenciable. Casta Jijona, Cabrera, Vazqueña, Vistahermosa... Y la Casta Navarra, la temida rama del árbol que proviene del siglo XIV y que se partió cuando los toreros se empezaron a poner cómodos, hace más de un siglo.

Belmonte, Joselito y los suyos cambiaron la manera de torear. Importaba menos el tercio de varas y más la muleta y en el 'establishment' ya no tenía su sitio la dinamita que llevaban en los genes los sementales de, entre otros, Don Nazario Carriquiri, de Tudela. Era demasiado. Desaparecían de los carteles los diablos chicos de las Bardenas Reales como 'Lancero', que recibió 27 varas y dio muerte a ocho caballos en Tudela o 'Murciélago', toro indultado después de una feroz batalla con el diestro Lagartijo, un ejemplar que terminó 'padreando' en Miura y que dio nombre al Lamborghini Murciélago.

Encierros y recortes

«Son rápidos, listos, se revuelven en un centímetro y aprenden muy rápido». Así también eran los toros de la Casta Navarra por aquellos días y lo siguen siendo ahora. Por eso desaparecieron de las grandes plazas y quedaron relegados a los festejos populares, a las calles en las que se los corre, salta, quiebra y recorta. «Ahí encontraron su refugio y se mantuvieron puros», explica Reta, ejecutivo del Instituto Técnico de Gestión Ganadera de Navarra.

Reta se encontró un día de 1997 con su sueño en la finca de Nicolás Aranda, que se quería desprender de una punta de vacas. «Pero si esto es un patrimonio...». Y se quedó con ellas. Desde entonces, varios ganaderos navarros han salido del armario y defienden a capa y espada el encaste con unas mil vacas y 35 machos muy apreciados en los festejos callejeros.

Cuestión de genes

«Esto no se puede perder», se dijeron. Su primera gesta fue estudiar el tesoro casi arqueológico de su procedencia y su bravura mediante estudios genéticos. La Facultad de Veterinaria de Zaragoza y los proyectos de Biodiversidad de la Unión Europea han definido a estos animales como una raza autóctona con carácter propio, diferente de la de lidia y cercana a la pirenaica o la Betizu, cuyos cromosomas se han mantenido intactos como el testigo de una tradición popular antiquísima. Una joya olvidada en un cajón.

La historia ha estado a punto de cargarse un animal que se distingue de otras razas con una distancia genética de subespecie, similar a la que puede existir entre un perro y un lobo, un oso del Pirineo y un grizly, el oso americano. De aquella rama quedan los retales: el 90% de las explotaciones han sido 'invadidas' por los toros de Vistahermosa (hoy encaste Domecq), del gusto de las figuras de hoy, en lo que los expertos consideran una tragedia ecológica en toda regla.

Pero la utopía no sabe de porcentajes. Por eso Reta se está dejando el alma y la cartera en seleccionar un conjunto de animales para «hacerlos toreables» y que vuelvan a las plazas, «aunque sea con su carácter». A su ayuda han acudido personajes como Victorino Martín hijo o diestros como Juan José Padilla, que le aconsejan en los tentaderos en la finca de La Tejería, en Grocin. Esta semana ha saboreado su primer triunfo: la ganadería Reta de Casta Navarra ha sido admitida en la exclusiva Unión de Criadores de Toros de Lidia, el sello del Olimpo de los ganaderos de toros bravos en el que han metido la cabeza en un hito similar al primer paso del hombre en la Luna, aplicado a pasiones taurinas.

Piensan lidiar novilladas sin picadores. En el futuro, corridas de toros en grandes plazas, una deliciosa ilusión que quizás se cumpla algún día como fruto de una mezcla alquímica de intereses ecológicos, sueños descabellados y devoción taurina.

Ese día, en los carteles de las grandes plazas se imprimirá el tridente con la corona que un muete que quería ser ganadero pintó en la pared de un frontón de Zurucuain. «Si pasa algún día, lo verán mis nietos».
 

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