La
lista negra de los patas blancas
Ideado por José Vega y perpetuado por los hermanos Francisco y Vitorio
Villar, después de haber competido con la elite ganadera durante más de
medio siglo, el encaste de los famosos patas blancas está hoy en vía de
extincción : de la rama Sánchez Cobaleda –sobre la que trata este opus–,
sólo queda la ganadería de Barcial, mientras que de la de Encinas
–objeto del próximo opus–, perduran las de Paco Galache y Caridad
Cobaleda, así como la mezcla entre ambas ramas realizada por Victorino
Martín, quien ha vuelto a unificar el encaste de Vega Villar.
Desde la época de Darwin, sabemos que la supervivencia de
la especies depende de su capacidad de adaptación. Desde este punto de
vista, la cuestión sobre el futuro de las corridas de toros resulta
sencillo: o bien los aficionados somos capaces de conseguir que una
parte del sistema recapacite para después levantar una línea defensiva
infranqueable que preserve el espacio de nuestra cultura, o
desapareceremos, víctimas de nuestra propia incapacidad de resistir en
un entorno que nos asfixia. En esto poco nos diferenciaremos de los
encastes en peligro de extinción, los cuales han llegado a ese punto
porque han perdido una parte de sus cualidades primarias y porque ya no
responden a las necesidades de la modernidad. En ambos casos, las reglas
de la lucha por sobrevivir siempre han sido las mismas: perduran los
más fuertes o los más astutos, mientras que los más débiles desaparecen.
Los patas blancas son un ejemplo perfecto, ya que su existencia, a lo
largo de un siglo, ha estado condicionada por azares de la moda o
sucesivas normativas, que los empujaron desde las mejores plazas hasta
los márgenes del mercado. En la lucha por la vida descrita por Darwin,
hoy están en decadencia, y algunas de sus ramas en vías de extinción.
Pretender que existen encastes puros y otros que no, sería de ineptos:
todo encaste “puro” es el resultado de mezclas más o menos complejas
llevadas a cabo por ganaderos, generalmente sin detallarlas, con el fin
de enviar a las plazas unos toros que respondieran con su ideal. De
forma contraria a la opinión general, no existen encastes perfectos ni
encastes malditos. Lo que hay son ganaderos más o menos cualificados y
respetuosos con la ética que crían toros que corresponden, poco más o
menos, con aquello que el espectáculo espera de ellos.
¿El tan calumniado encaste Domecq no produce animales radicalmente
opuestos dependiendo de si el ganadero busca la nobleza o la casta? Lo
mismo sucedió con los patas blancas: en los mismos prados, dos ramas
derivadas siguieron destinos diferentes, primero a partir de Pepe
Encinas y Arturo Sánchez Cobaleda; y después, entre los herederos de
este último en la rama de Sánchez Cobaleda y en la de Barcial. ¿Cuáles
eran los ajustes variables? Por supuesto, el método de selección, en
función de anteponer casta o nobleza, pero también la naturaleza misma
de la mezcla de esta sangre: Veragua y Santa Coloma, cuenta la
historia. En el primer origen, no hay ningún secreto, hasta el punto de
que Victorino Martín, ganadero de Monteviejo, afirma que los patas
blancas son los Veraguas más puros que existen a día de hoy… Pero en
Santa Coloma el problema se complica: en la época del cruce, el Conde
poseía dos vacadas muy distintas, Ybarra y Saltillo. Según sus palabras,
la brava era la primera y la buena, la segunda. ¿En qué proporción
estas sangres se mezclaron con la de Veragua para dar origen a los patas
blancas? Sin libros –porque ni José Vega ni los hermanos Villar tenían,
ni José Encinas o el propio Arturo Sánchez Cobaleda- resulta difícil
hacer descubrimientos antes de 1950, año en el que Manuel Sánchez
Cobaleda hereda la ganadería de su padre y, a falta de un libro
completo, la memoria familiar de la que es portador José Manuel Sánchez,
esposo de la sobrina del precedente y heredera de la ganadería, permite
seguir el hilo. ¿Y antes? Un misterio. Lo mismo sucede en la rama de
Encinas. ¿Qué sangre tenía realmente el semental fundador de la
ganadería de José Vega? ¿Qué hicieron más adelante los hermanos Villar?
¿Y Pepe Encinas? Lo único seguro es que, con las vacas supervivientes de
su ganadería, llegaron a Campocerrado, a casa de la viuda de José María
Galache, un mayoral concienzudo que conocía todas las reatas. Gracias a
sus memorias, el árbol genealógico de la familia pudo reconstruirse, y
la nueva ganadería constituirse sobre esta base sin que jamás recibiera
aportación externa después, algo que sí ocurrió en la rama prima de
Sánchez Cobaleda. Como Saltillo, Coquilla, Santa Coloma y otros, el
encaste de los patas blancas fue más sensible que el de Ybarra-Parladé a
los vaivenes de la Fiesta, y los tres desastres que cayeron sobre él,
como los cometas sobre los dinosaurios, redujeron poco a poco su
existencia a una presencia testimonial, hasta temer que ésta sea la
antecámara de su desaparición.
El primero de estos cometas exterminadores fue el advenimiento de
Joselito y Belmonte quienes, en algunos años, eliminaron el encaste
vazqueño, quedando los Veraguas como únicos supervivientes. Hasta el
punto que podríamos pensar que el cruce con Santa Coloma salvó al
encaste Vega-Villar de la desaparición. El segundo cataclismo, mientras
que los Vega-Villar de Sánchez Cobaleda o Galache formaban parte de las
ganaderías predilectas de las figuras, fue la aparición de la tablilla.
Todas las ganaderías aumentaron el volumen de sus toros y los patas
blancas, pequeños por naturaleza, no lo soportaron. Público y toreros
los despreciaron de repente y los relegaron al bastión torista con la
efímera ganadería de Luciano Cobaleda, antes de pasar a las corridas de
rejones. La tercera hecatombe coincidió con la entrada de España en el
mercado común, cuando las ayudas desde Bruselas a la ganadería sólo eran
posibles si se lanzaba una campaña sanitaria a gran escala. Víctima de
una endogamia endémica y a pesar de los esfuerzos por refrescar, la rama
de Sánchez Cobaleda entró en la espiral de erradicación contra la que
todavía lucha Barcial, mientras que los Encinas –que atraviesan un gran
momento, a pesar de no encontrar su sitio en el mercado- serán objeto
del próximo opus. Sin la pasión de Arturo y Jesús Cobaleda, Paco
Galache, Caridad Cobaleda y, más recientemente, de Victorino Martín, los
patas blancas ya habrían desaparecido sin que nadie llorase en el
sector de las empresas y los toreros. Gracias a los primeros, la especie
vive un período de prórroga a la vez que se ponen en marcha nuevos
inventos con la intención de empezar un nuevo ciclo: en casa de Barcial
están probando otras aportaciones con el objeto de recobrar el
equilibrio inicial. ¿Pero por quién apostar? ¿Por los descendientes de
Saltillo o los de Ybarra? Paco Galache, por su parte, ha terminado
encontrando entre sus familias dos sementales excepcionales que le han
devuelto a un nivel comparable al de las mejores ganaderías actuales. Y
Victorino, tras juntar las dos ramas de los hermanos Villar separadas
desde hacía casi noventa años, también se encuentra en el trance de
devolver la esperanza a los patas blancas que, además, se benefician en
los cercados de las Tiesas de Santa María de un prestigioso escaparate. A
todos les falta encontrar salidas en el mercado, lo que no es fácil a
causa del conformismo del sistema, más aún con la crisis. Gracias a las
calles de los pueblos, los encierros en el campo, las capeas, los
festejos de rejones y las becerradas, los Vega-Villares subsisten
anhelando días mejores. Pero desgraciadamente, en la casa madre de
Sánchez Cobaleda ya sólo quedan tres camadas de machos. Las vacas han
sido exterminadas y los toros del año han sido vendidos a un cebadero.
Esperanza y tragedia van íntimamente ligadas.
miércoles, 24 de octubre de 2012
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