La presidenta de la Plataforma Promoción y Difusión de la Fiesta lamenta el fin obligado de su gran pasión
Un morlaco de 500 kilos llamado Cucharero la dejó viuda en el verano de 1974, cuando arremetió sin piedad contra su marido, el matador portugués José Falcón, en la Monumental de Barcelona. Pero esa terrible cornada tampoco consiguió apagar la pasión torera de Rosa Gil, propietaria del restaurante Casa Leopoldo y presidenta de la Plataforma Promoción y Difusión de la Fiesta. Esta conocida restauradora afirma que la prohibición de las corridas «es una cuchillada trapera» que obedece al enfrentamiento político entre los principales partidos catalanes. «Con esta decisión Barcelona pierde libertad de expresión. Es como para emigrar», lamenta esta gran aficionada, que echa de menos las gloriosas tardes taurinas de la década de los 60.La propietaria de Casa Leopoldo reconoce que la fiesta estaba agonizando en Catalunya y que era cuestión de tiempo que acabara desapareciendo, al igual que han desaparecido a lo largo de la historia otros espectáculos cruentos. «Me daba mucha pena ver lo que estaba ocurriendo. Las últimas temporadas, salvo cuando venía José Tomás, el aforo apenas cubría un tercio o media entrada. Yo me decía: 'bueno, se está acabando', pero hubiera sido mejor que se hubiera acabado sola. Ahora me pregunto si es mejor quedar como víctima de una injusticia o como una imbécil que continuaba yendo a un espectáculo que se estaba muriendo», reflexiona.
Ciudad sin glamur
Rosa Gil considera que, a diferencia de Sevilla y Madrid, Barcelona no es una ciudad «glamurosa». Una circunstancia que ha ayudado a que sea la primera capital de la península que veta la tauromaquia. Barcelona es una urbe «más pragmática, que va más a lo material que a lo superficial», a pesar de que la alta burguesía también tiene sus momentos «predilectos y protegidos», comenta con malicia. La presidenta de la plataforma taurina reconoce que toda la «parafernalia» que envuelve al mundo del toro ha dejado de tener su encanto. «Te da pena ver que se está muriendo, pero hay que poner los pies en el suelo y decirse que en la vida todo se acaba, y los toros también se acabarán en el resto del Estado», vaticina.
Pero mientras queden cuatro románticos, seguirán reuniéndose en su restaurante para participar en animadas tertulias sobre el mundo del toreo. Porque Rosa Gil tiene muy claro que pueden acabar con las corridas, pero no pueden poner fin a la pasión de los amantes del toreo.
La popular restauradora intenta ser ecuánime y, a la hora de evaluar responsabilidades por la prohibición de los toros en Catalunya, reparte culpas por todas partes. «A partir de ahora, cuando pase por la Monumental pensaré que quizá nosotros mismos la hemos echado a perder. Sobre todo la codicia de toreros, empresarios y ganaderos, que se han estado mirando demasiado el ombligo y que pensaban que esto no podía pasar. Y ahora van a masacrar a los catalanes y nos van a decir que somos culpables de que esta prohibición tenga un efecto dominó, pero ojo, que se lo hagan mirar, porque ellos también se han dormido en los laureles»,denuncia.
elperiodico.com
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